El coleccionista de vinos

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Este es el cuento dedicado a @DanteVerne por haber ganado el sorteo de los que comentaron en mi cuento de La caja de Pandora 2018-2019.

Me gusta celebrar cenas en casa. Es de familia, le gustaba a mi abuelo, a mi padre y a mí. ¿Será genético? Vaya uno a saber.

Suena el timbre y casi corro para abrir la puerta, olvidándome de que si al picaporte se lo presiona muy fuerte emite un chirrido. No. Quizás no sea "un chirrido" la mejor manera de definirlo. En realidad, es un clank. Eso sí. Pero el ruido me lleva derecho y sin paradas al accidente. Es casi matemático.

Ya me advirtió el psiquiatra que el estrés post traumático viene de regalo con esas cosas. Pesadillas, sudores, confusión, etc. En mi caso me traslado al accidente y lo revivo una y otra vez. Ya estoy acostumbrado.

O tampoco es "un clank". La verdad es que no suena ni parecido. Pero el «clap, clap» de las hélices esforzándose por volver a girar es algo así como: clap,clap, pausa, clap, clap. Y así, una y otra vez. Nada que ver con el clank del picaporte, pero mi cerebro los relaciona y yo no sé por qué.

Hoy se cumple otro mes. Ya van veintiocho meses. Mientras el avión caía hice varias promesas. Una: festejar con amigos cada mes que se cumpla después de ese día. Y la vengo cumpliendo con rigurosa puntualidad.

Abrí la puerta y allí estaban sonrientes Javier y su mujer. ¡Adelante! Los besos y los abrazos. Los abrigos en el perchero de la sala. Esta es mi mujer. Y esta es la mía. Risas. Más besos y abrazos.

Me quedo con el nombre de la mujer de Javier, Marcela. Creo que así también se llamaba una de las azafatas del avión.

Javier me da dos botellas de vino. Varietales. Un Malbec y un Syrah. Buena cosecha los dos. Se los agradezco.

Todos saben que tengo una colección de vinos. Lo digo cada vez que puedo. Los colecciono desde hace años, muchos antes del accidente. Desde siempre he pedido que me regalen vino. Cumpleaños, días del padre, onomástico, daba igual la ocasión, lo importante era poblar mi colección de vinos.

Conozco a Javier desde hace poco tiempo. Así que ha llegado el momento de hacerle la prueba, la que llamo «la prueba de la sinceridad».

Bajé con él a la bodega. Bueno, llamarle "la bodega" a lo que tengo montado en el sótano puede parecer algo exagerado..., y tal vez lo sea, pero ¿cómo llamarle a un lugar subterráneo donde se almacenan botellas de vino?

Enciendo la luz. Apoyo en la mesa las botellas que trajo Javier, dibujo un abanico con mis manos y enuncio con cierta solemnidad ensayada.

—Esta es la bodega. A la derecha los varietales y a la izquierda los de corte.

Apenas termino de decirlo y la luz parpadea. Es solo un momento.

Estoy en el avión. No recuerdo si soñaba o no. Pero me desperté. La luz parpadeaba. El avión hizo un movimiento de esos que te ponen el estómago en la boca y quedé apretando con fuerza los apoyabrazos. Petrificado. "Un pozo de aire" se escuchó decir a una voz. Empezó el clap, clap, pausa, clap, clap. Y, de golpe, el humo. Nunca supe por dónde entró o dónde se originó. Tampoco era mucho. Dos azafatas corrieron y una se tropezó cayendo a mis pies ¡Marcela! Esa se llamaba Marcela, como la mujer de Javier.

—Pasa y elige el que más te guste. El que creas que es el mejor. En confianza. No importa si te parece caro. El que más te gusta: lo coges —terminé de indicarle.

Javier se pasea por la bodega. Va de la pared de los varietales a la pared de los blends.

Me dijo algo que no entendí. Intenté aguzar el oído, pero no entendí.

Cuentos variosWhere stories live. Discover now