El banco de granito gris

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Este cuento participó en el Concurso literario del "Casino Obrero Ateneo Cultural Béjar" de 2018. No ganó ningún premio. Así que he vuelto a adaptarlo y lo presentó aquí.

Manuel tenía trece años y Carmen doce. La conoció en la fiesta de cumpleaños de un compañero de clases. Era una prima lejana, de otra ciudad.

La cita era el sábado a las cuatro de la tarde.

Manuel caminaba nervioso en dirección al edificio donde vivía Carmen.

Llegó cuatro menos cuarto, se paró en la plazoleta de enfrente al edificio y se quedó allí. Mirando fijamente los balcones del cuarto piso.

Carmen salió al balcón e inspeccionó la calle con la mirada hasta que lo vio. Pese a la distancia, Manuel adivinó una sonrisa en su cara y devolvió el saludo agitando un brazo.

Ella bajó en seguida. Él se apuró a encender el primer cigarrillo en público de su vida. Era la forma de camuflar el nerviosismo y la inexperiencia que tenía. Y un cigarrillo siempre te hace ver mayor. Aunque reconoció que no estaba preparado para tener ese sabor asqueroso en la boca.

—¿Fumás? —dijo Carmen frunciendo el entrecejo.

—Muy poco —se apresuró a contestar sobresaltado.

Apenas un momento incómodo que a Manuel le parecieron siglos.

—¿A dónde vamos? —preguntó Carmen volviendo al gesto amable.

—Aquí a dos cuadras hay un lugar que me gusta.

Ella asintió. Manuel se puso a su derecha. Había practicado frente al espejo y los movimientos con el cigarrillo le salían muy naturales si usaba la derecha. Con la mano izquierda se veían más forzados.

Además, él quedaba entre ella y la calzada. Y eso era lo correcto. Lo había leído en un manual de buenas costumbres que tenía su abuelo. Parece ser que el hombre siempre va entre la mujer y la calzada para evitar que las ruedas de las carretas y el trote de los caballos sobre los charcos, manchen con barro los ropajes de las damas.

Ahora había asfalto y encima no llovía hacía días, pero a Manuel le pareció importante mantener la tradición.

Estaban a cincuenta metros del banco cuando Manuel respiró profundamente y decidió jugársela el todo por el todo. Con su mano izquierda libre aprovechó el roce y le tomó la derecha a Carmen. Percibió de reojo como ella bajaba la mirada y respondía cambiando la posición de la mano para quedar con los dedos entrelazados.

No sabía si eran mariposas o no, pero había algo revoloteando en su vientre que pugnaba por salir volando.

Le indicó el banco de granito gris.

Era prácticamente igual que todos los bancos que se alineaban en el paseo marítimo, pero tenía un par de peculiaridades que lo hacían único.

Una, la de ser el más corto. "Ideal para personas que no sean adultas" pensó siempre Manuel. Adrede, evitó pensar en "niños".

Lo otra característica que destaca al banco era que estaba justo en la cima de la hondonada del paseo costero, los bancos a izquierda y derecha estaban por debajo de su cota.

Manuel tomó coraje mirando al horizonte.

La vista del mar era inmejorable. La invitó a sentarse.

Lo hicieron sin soltarse de las manos, aún con los dedos entrelazados.

Y hablaron de la vida. Ella a veces soltaba una carcajada por las bobadas que decía Manuel.

La confianza aumentaba y allanaba el camino para hablar de cosas más íntimas. Manuel hizo un esfuerzo y le confesó que nunca había fumado, pero que su primo insistía en que con un cigarrillo en la mano parecía mayor.

Cuentos variosWhere stories live. Discover now