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●ღ●

Inglaterra.
1710.
Mar del norte.

Las olas enfurecidas azotaron al barco que se abría camino en el basto océano índigo. El olor a sal era intenso e inmensas gotas de agua caían en los rostros de los ocupados marineros, quienes sin mucha ceremonia gritaban toda clase de órdenes e improperios, henchidos de esperanza y con el viento a su favor, sabiendo que tendrían el placer de saborear el alta mar una vez más.

No había por qué quejarse, al menos no hasta que tuvieron con qué alimentar sus bocas y con qué saciar su sed.
A pesar de que no llevaban muchos días en alta mar, el viaje era largo y las provisiones empezaban agotarse, convirtiéndose esto por supuesto en lo que el capitán más se temía: una crisis en medio de la travesía.
Jonathan Hauser, dueño de «La princesa», de altura intimidante, y cabellos de mantequilla —rubios y grasientos—, siempre con expresión taciturna y sonrisa amarillenta, sopesaba con frecuencia lo difícil que se tornaría el viaje si por la carencia de alimentos se revelaba la tripulación e iniciaban un motín.
Muy por el contrario, para sorpresa del capitán, la atención y los bríos de los tripulantes se descargaron en la «Cortesana» a quien declararon como mal augurio, por los chismes que de ella rondaban en la embarcación.

Siendo ella la única mujer a bordo, se dejaba ver desdichada y sumida en su tristeza Hannah la «Cortesana», deshecha por los días en alta mar; la pobre tenía un aspecto espantoso y pese a que de por sí se veía desnutrida y enfermiza, de adorno le sirvió la mano huesuda en su hombro de Rupert su escolta -quien además era su hermano-, confortándola y susurrándole que todo estaría bien y que pronto llegarían a tierra firme.

Sin embargo ella presa de la preocupación, pensó que fuera a estar todo bien o mal, no tenía ganas de discutir con su hermano acerca de ese o cualquier tema en particular.

Como si no fuesen pocas las razones por las cuales los marineros la repudiaban, a todo esto se le sumaba el hecho, de que era un encargo para el conde Kuna Báthory, era él su prometido y motivo de semejante viaje. Por esto casi nadie le dirigía si quiera la palabra.

Muchos de ellos apenas podían imaginar cómo un hombre tan elegante y agraciado se podía permitir yacer al lado de semejante criatura escuálida, ¡Y probablemente ya tocada por otro hombre!

Otros ni siquiera se atrevían a mirarla, se limitaban a murmurar y llamarla cortesana en el mejor de los casos.
En una ocasión uno de ellos osó acercársele y decirle —Carne seca y maltrecha— tras escupirla, al día siguiente lo encontraron en la cocina intoxicado con licor... muerto. Desde aquel entonces, hablar con Hannah había sido denominado como mal augurio.
Sí, de esas tontas supersticiones a las cuales los marineros se aferran para explicar de alguna manera sus tragedias y los capitanes permiten para mantener la tripulación entretenida.
A pesar de todo, Hannah quería ser optimista y tomar todo con calma y con practicidad, debía ser fuerte, puesto que sentía que en vez de ser respaldada por Rupert debía ser ella quien cuidara de él; apenas había cumplido los 15 años y aunque era un joven honorable, temía que se acobardara en cuanto blandiesen una espada frente a sus narices.
A su pesar lo subestimaba, pero no podía evitarlo.
Aquel era el mundo real y ahora le tocaba ser adulta por los dos.
El capitán Hauser era buen amigo de su padre, por lo que por un tiempo estuvieron seguros... pero no pasó mucho, antes de que la superstición corrompiera también a Jonathan, dejándoles fuera de su cobertura.
Siempre en la cena el capitán guardaba espacio para que ambos hermanos comieran con él, pero aquella noche cuando Hannah intentó sentarse, apartó la silla provocando que la mujer trastabillara y casi se partiera las nalgas de no haber sido sostenida por Rupert.
—¡¿Acaso habéis perdido la cabeza, Hauser?!
—Déjalo estar Rup...
—¿Estáis consciente de lo que habéis hecho?, La virtud de esta dama corre en vuestras manos, ¿Qué creéis que pensará el conde cuando se entere de cómo tratasteis a su futura esposa?
—¿Enserio creéis que alguno de mis hombres se acercaría a ella? yo que vosotros me olvidaría de semejante idea tan estrafalaria, ¿Virtud decís, cuando hablamos de una cortesana real?
—¡¿Estrafalaria?! Os atrevéis hablar de su virtud ¿Queréis ver cómo estampo mí estrafalario puño en vuestro...?
—Mi virtud es asunto mío.
—Nadie ha pedido vuestra opinión, mi lady.
—Estoy segura de que dichos rumores los habéis esparcido vos, retirad lo dicho capitán, que habéis jurado a mi padre que me protegeríais...
—¿Veis a vuestro padre en algún lugar?
—No, pero...
—Ahí tenéis vuestra respuesta.
—¡Sois un caballero, deberíais honrar vuestra palabra, es lo más importante!
—No para mí, además no soy un caballero, soy un comerciante.
—Hannah —susurró Rupert contrariado con la actitud de su hermana, ¡Si apenas dos segundos atrás le había pedido que se callara y ya estaba ella allí enfrentándose a Hauser!
—¡Dejadme en paz! —exclamó mirando a su hermano, cruzó sus brazos y separó ligeramente las piernas, la atención de todos los marineros en aquel tenue ambiente marítimo se centró en la beligerante mirada de la castaña la cual se dirigió de nuevo al capitán—. No sé cuál derecho sobre mi creáis que tengáis, pero me voy a limitar a pediros que me dejéis en paz y retiréis los rumores que habéis esparcido sobre mí.

Boldog Szilva: Ciruela Feliz libro 1 [Sin Editar]Where stories live. Discover now