Capítulo 1. Un Amor Que No Exista.

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Las hermanas Hiroko y Minako, junto con sus hijos Yuuri y Yuri, comenzaron a vivir en el onsen que había pertenecido a la familia de Toshiya y que tras la muerte del desafortunado hombre Hiroko había heredado, pues Toshiya no tenía más familia que ellos dos.
Los primos habían congeniado muy bien, aunque eran como la noche y el día, aún llamándose igual.

Yuri Plisetsky, al que llamaban Yura o Yurio, era un niño muy lindo y delicado en el exterior. De piel muy pálida y pelo rubio y suave, con unos hermosos ojos verdes, tan brillantes como esmeraldas. Pero su personalidad no concordaba para nada con su apariencia, pues era de todo menos dulce. Más bien parecía un gato furioso y gruñón, aunque con su primo también podía ser algo tierno y protector, pues adoraba a su cerdito, como solía llamarle.

Yuuri Katsuki era un niño tímido y bonito, con un precioso pelo negro, piel blanca y unos lindos y cálidos ojos castaños que cada vez que sonreía, destellaban con reflejos cobrizos. A diferencia de su gruñón primo, Yuuri era alegre y calmado, siempre dispuesto a animar a quien se sintiera triste y más dedicado a los demás que a él mismo.

Otra de las razones por las que los Katsuki eran conocidos, aparte de la maldición, era que eran brujas. Si, como leéis, brujas. Se decía por el pueblo que podían hacer cosas extrañas y asombrosas. Hechizos y maldiciones. Por eso, también eran temidos y a veces, incluso despreciados. Aún así, había quienes se acercaban a las hermanas para pedir algún hechizo, sobre todo amarres de amor.

Una noche que Yuuri y Yura no olvidarían jamás, fue cuando una vecina llegó al onsen llorando con desesperación, rogando por un amarre de amor.

La mujer amaba tanto a un hombre casado, que haría cualquier cosa por tenerle para ella, incluso vender un trozo de su alma.
Aunque sus madres los habían mandado a su habitación, los primos se sentaron en la escalera escondidos, observando todo lo que sucedía en la sala.

—¿Estás segura que quieres pagar el precio? — preguntó Hiroko a la mujer, que aún lloraba, pero algo más calmada.

—¡Si! — respondió sin dudarlo —yo...le amo tanto...tanto...lo quiero para mi.

Hiroko y Minako se miraron y asintieron. Tomaron una paloma blanca y le tendieron un largo alfiler de plata a la mujer.

—Di las palabras a la vez que atraviesas su corazón — dijo Minako.

La mujer tomó la aguja y sin pensarlo dos veces, atravesó el corazón de la paloma mientras decía en un susurro desesperado — que me ame tanto que no pueda soportarlo.

Los primos miraron a la mujer. Yura con emoción y Yuuri con miedo.

— No quiero enamorarme nunca, no quiero enamorarme nunca, no quiero enamorarme nunca... — repetía una y otra vez el azabache tapandose los ojos con las manos.

— Estoy deseando enamorarme — dijo el rubio con una sonrisa.

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Después de esa noche, Yuuri decidió que se haría a él mismo un hechizo para nunca enamorarse. Tomó un cuenco de la cocina y salió al jardín.

— Tendrá los ojos azules como el cielo — dijo cogiendo una linda flor azul que crecía junto a uno de los árboles que allí había.

— Su largo cabello será plateado— y tras decir ésto, cogió una hoja gris de un arbusto cercano.

— Será un desastre en la cocina, incluso quemará la sopa — añadió cogiendo una hoja del roble que había junto a la fuente termal.

— Será el mejor patinador sobre hielo del mundo— y dicho esto recogió un pétalo de una de las rosas blancas de su tía Minako.

— Tendrá un caniche marrón de mascota— y añadió al cuenco una hoja marrón que había en el suelo.

— Su sonrisa tendrá forma de corazón — dijo y cogió una hoja de trébol.

— Me amará tánto que romperá la maldición — y echó al cuenco un pétalo de rosa rojo.

Yura llevaba un buen rato viendo a su primo.

— ¿Qué estás haciendo cerdito? — preguntó poniéndose a su lado.

— Un hechizo — respondió Yuuri sonriendo.

– ¿Qué clase de hechizo? — dijo Yura curioso.

— Me hago un amarre de amor con una persona que no puede existir — explicó el azabache a su primo.

— ¿Pero por qué lo haces cerdo? — Yura estaba más confundido que antes.

— Porque si esa persona no existe, nunca me enamoraré y así, nunca sufriré por el desamor— y tras decir ésto, elevó el cuenco sobre su cabeza.
El viento sopló fuertemente llevándose con él las hojas y pétalos hacia el cielo, cada vez más alto, hasta que se perdieron de vista.

Casi magiaWhere stories live. Discover now