Cambios en el Hogar

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Era una soleada mañana de abril. Bruce había sido el primero en despertar. Abrió sus ojos adormilados poco a poco y un bostezo salió de su boca mientras aclaraba su mirada. A su lado estaba Selina. Un suspiro salió de sus labios de solo verla dormir profundamente. Su mirada se dirigió a la silueta femenina con la cual compartía la cama. Amaba observarla, ver a aquella intrépida e inatrapable dormir entre sus sábanas como un ángel. Saber que está vez ella ya no iría a ningún lado.

—Buenos días, cariño —susurró dejando un tierno beso sobre la frente de su esposa.

El hombre bajó de la cama con cuidado de no despertar a Selina y se dirigió a la cocina para prepararse una taza de café cuando una manzana roja sobre la mesa, y fuera de su lugar en el frutero, llamó su atención. Él la tomó para regresarla a donde pertenecía pero observó que esta había sido mordido. Nuevamente la dejó donde estaba pues pensó que de seguro la había tomado alguna empleada que no habría tenido tiempo de acabársela.

Alfred entró en ese momento a la cocina, y tuvo que voltear dos veces antes de poder creerlo.

—Amo Bruce, ¿qué hace por aquí? Si quería su desayuno a esta hora me hubiera avisado.

—Solo vine por un café —contestó al alzar la taza vacía entre sus manos —no soy tan inútil como parezco.

—Eso solo el tiempo lo dirá —respondió el mayordomo retirándose del lugar para proseguir en su trabajo.

Bruce aún esperaba que la cafetera arrojara el café sobre la taza cuando Selina llegó a sus espaldas y parándose de puntitas le dió un beso en la mejilla.

—Buenos días, cariño.

Selina fué directo al refrigerador de donde tomó unas fresas las cuales comenzó a devorar casi al instante. Bruce tan solo la observaba de reojo.

—Creí que los gatos preferían la leche —comentó el hombre.

—Muy al contrario de lo que la mayoría cree, la leche nos cae muy pesado.

De pronto una mueca de repulsión se formó en el rostro de Selina y que la hizo dejar aquellas fresas de vuelta al refrigerador.

—¿Sucede algo? —prudentemente preguntó Bruce cruzándose de brazos. Y volvió la mirada a aquella manzana.
-—¿Es tuya? —dijo finalmente.

—Yo... no creí que... digo... —tartamudeó por unos instantes —no creí que te importaría que la dejara allí.

—Yo no hablo de eso.

El hombre se quedó serio por unos instantes, y finalmente tomó la manzana para darle la siguiente mordida.

—Hay algo extraño en ti, Selina. Ayer aborreces el olor a pasto cortado,  y hoy le das una mordida a una manzana cuando tú... tú odias las manzanas.

—No puedes hacer tanto escándalo por una simple fruta, Bruce.

Pero él mantuvo aquella mirada inflexible. Selina rodó los ojos. En el rostro de Bruce comenzaba a formarse una sonrisa ladina. Fue en ese momento cuando ella bajó la mirada.

—¿Tú... en verdad lo crees?

Selina llevó ambas manos a su rostro. Necesitaba unos instantes para poder procesarlo. Bruce en ese momento la estrechó entre sus brazos.

—En qué estaba pensando al casarme con un detective —comentó ella.

Bruce soltó una ligera risita.

—Se nota que te gustaría que fuera cierto.

Cada día que transcurría, las nauseas y mareos aumentaban. Selina preparaba un poco de chocolate caliente cuando de pronto la inusual acidez en la boca que avisa un posible vomito la llevaron a correr directo al baño y arrojar todo lo que tenía en el estómago. Bruce fué tras ella y justo a su lado se acuclilló junto a su esposa para sostener los mechones de su cabello. Cuando Selina terminó de vomitar Bruce comenzó a limpiarle la saliva que quedaba en las comisuras de sus labios. Ella tan solo lo observó con una mirada de confusión pero a la vez, con cierto reproche.

—Bruce, me apena que estés aquí y veas las partes más bochornosas de esto.

—Comprendo lo complicados que son estos cambios, y por eso mismo es que quiero estar para ti en esto. 

Selina sonrió conmovida y acarició la mejilla de su amado.

—No hagas eso —respondió con su voz a tan débil y frágil con un hilo —por.... por que... he estado tan emocional que... me harás llorar, Bruce.

El hombre besó la mano de su amada.

—Por qué siento que te odio tanto, Bruce Wayne —dijo en una larga oración que palabra a palabra fué conviritiéndose en llanto. —Por que no puedo sentirme más feliz de saber que pronto traeré a un bebé al mundo —en ese instante la mujer abrazó a su esposo y lloró, como una adolescente de catorce en su baile de graduación —y entonces lo tendré en mis brazos y llorará para que lo atienda ...y sonreirá para mí, y... sus pequeñas manos que querrán atrapar mi dedo. Imaginar que pronto habrá alguien caminando con sus primerizos y torpes pasos por todo el salón, gritando y repitiendo la nueva palabra que acaba de aprender. Estoy tan aterrada, Bruce.

Él no dejaba de estrecharla ni un solo instante.

—¿Miedo de qué?

—De no ser una buena madre —sollozó —tú me conoces, sabes lo que he hecho y... ese no es un buen ejemplo para nadie.

—Hay mucho más en tu interior que sólo la ladrona de joyas. Lo he visto en tus ojos, dentro de ellos existe una Selina de gran corazón que no le importa arriesgarlo todo por una noble causa. De esa mujer me enamoré.

Bruce besó su mano una vez más y ella lo estrechó entre sus brazos.

—Te amo, Bat.

El día que Batman eligió ser felizDove le storie prendono vita. Scoprilo ora