Esa reunión con su hermano era importante para él, no solo porque deseaba verlo, sino porque quería a averiguar si Ardere tenía un Primogénito, y de ser positiva la respuesta, cuál era su ubicación. No le importaba cruzar el mundo entero para dar con él y ponerse a su servicio, prefería hacer esto que tener que presentarse ante sus excompañeros y revelarles que ahora era su líder inmediato. Ellos no lo aceptarían, haciéndolo vivir el propio infierno, eso si el Primogénito no era español. 

Por otro lado, quería redimirse ante su Clan y con su familia. Necesitaba resarcir, de algún modo, el daño y las heridas que había ocasionado, aunque ninguno de sus actos reviviría a sus compañeros fallecidos, pero al menos le traería cierta paz a su alma.

 Necesitaba resarcir, de algún modo, el daño y las heridas que había ocasionado, aunque ninguno de sus actos reviviría a sus compañeros fallecidos, pero al menos le traería cierta paz a su alma

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La ciudad guardaba demasiado silencio, incluso la naturaleza naguanagüense presentaba una calma poco habitual. Aquella tranquilidad no alteró al trío que se desplazaba a través de los pinos y los arbustos. 

De vez en cuando, Caleb se detenía para corroborar que alguna ardilla se moviera o el canto de alguna ave llegara hasta ellos, pero por más que intentaba agudizar sus sentidos, no lograba percibir nada.

Los rayos de sol se iban colando a través de las ramas de los pinos, hasta desaparecer por completo. Los tres sujetos llegaron a un punto del cerro, donde fueron cubiertos por la niebla, obligándolos a detenerse.

No era una niebla que pronosticara lluvia, por el contrario, había en ella algo macabro y desasosegador. No había dudas que algo perverso ocurría en ese lugar.

—Todavía estamos a tiempo de arrepentirnos —confesó Caleb—. Presiento que este ataque llegará a oídos de Gia.

Su líder lo miró, volteando sus ojos al frente.

—Puedes irte, si quieres.

—Aunque lo hagas sola, ella se enterará —insistió Caleb.

—Yo no le rindo cuentas a nadie. —Lo miró—. Además, dudo que ella deje la comodidad de su trono por venir a buscarme, ni siquiera la creo capaz de mover un solo dedo para dar con mi paradero.

—Pero si lo hará si los Primogénitos llegan a poner un pie en su tierra —respondió el hombre, quién era la mano derecha de Gia.

La comisura de su líder subió. Esta se colocó la capucha, dio marcha a su plan, inernándose nuevamente entre los pinos, con sus dos compañeros detrás de ella. Ninguno disminuyó el paso, deslizándose con sigilo como si aquella zona fuera su hogar.  

Ascendieron por los virginales caminos con destreza. Ni una gota de sudor cruzaba sus ocultos rostros.

La líder se detuvo, haciéndole señas al resto para que se dirigieran hacia la derecha, dejando atrás un viejo pozo de piedras cuya polea era una digna pieza para ser exhibida en un museo histórico.

Durante unos minutos, los tres sujetos continuaron subiendo hasta que se detuvieron frente a unos arbustos de helechos.

Un gesto de la líder bastó para que los otros saltaran dentro de dicho arbusto, traspasándolo. 

Las saetas del Tiempo - Horas [1er. Libro]Where stories live. Discover now