3. Berlinesas y sueños

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Recorrer los diez kilómetros fue para ella un acto fugaz.

Bajó de la bicicleta, acomodándose las bermudas de mezclilla blanca. Dando algunos saltitos, se dirigió a la entrada de su tienda. Colocó su pulgar debajo del pomo de la puerta, en el capta-huellas. Acto seguido, el sistema de seguridad escaneó sus pupilas, escuchándose el clip de la cerradura. Automáticamente, el letrero de neón se encendió, apareciendo rotulado en azul la palabra "Bienvenidos".

Aquel lugar era suyo, fruto de su esfuerzo. En él, podía sentir la esencia de su ser.

El tintineo de la campana de la entrada le anunció la llegada de los primeros clientes, justo cuando colocaba la masa de las berlinesas a sofreír, marcando el tiempo que debían permanecer en el aceite.

Saliendo al mostrador, sin quitarse el delantal de vichy rosado, sonrió para dar la bienvenida a sus comensales.

Tres jóvenes adineradas, exhibiendo sus vestidos veraniegos con discretos sombreros, entraron echando un vistazo al local de blancas mesas de madera con centro florales donde la lavanda resaltaba.

El lugar era acogedor: las vitrinas de cristal, paredes en tono arena, muy difuminado, donde resaltaban los detalles country combinados con helechos en macetas que regalaban frescura a la estancia, aportando elegancia y sofisticación.

Camila se encontraba orgullosa de su tiendita de dulces, pues aquel había sido su refugio después del destierro, el instrumento mediante el cual volvió a conectarse con su ser.

Una de las clientes de ese día era Valeria Sosa. Ambas chicas se conocieron de niñas, sus padres habían sido socios en múltiples negocios. Sin embargo, su relación siempre estuvo marcada por una competitividad malsana, la cual se acentuó al entrar en la Academia de Entrenamiento del Clan Sidus, donde no solo lucharon por sobresalir sino también por recibir el honor de convertirse en la próxima bendecida por el Solem, batalla que Camila perdió al cumplir los veintiún años. 

Su tiempo para ser escogida como Primogénita había pasado, complicándose con el hecho de tener que renunciar a su propia familia.

—¡Camila Masetti! Mirá qué pequeño es el mundo. Jamás pensé encontrarte en este... ¿lugar? —dijo mientras echaba una mirada despectiva—. ¿Sos la vendedora?

—Sí —respondió con humildad. Se sentía digna de estar dónde estaba—. ¿Qué puedo ofrecerte?

Una simple pregunta para ponerle punto y final a una conversación que no quería tener. Pudo haberle dicho que más que una vendedora era la dueña.

Sí, aquel era un local muy modesto, demasiado poco para una chica que lo había tenido todo, mas Camila no se sentía menos por eso. Su negocio era fruto de su esfuerzo y sacrificio; tenía mucho que pagar aún, mas aquello era suyo, la mano de su padre no estaba involucrada en su adquisición, y solo por ello se consideraba superior a Valeria, por tanto nada de lo que dijera podría lastimarla.

 Su negocio era fruto de su esfuerzo y sacrificio; tenía mucho que pagar aún, mas aquello era suyo, la mano de su padre no estaba involucrada en su adquisición, y solo por ello se consideraba superior a Valeria, por tanto nada de lo que dijera pod...

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Las saetas del Tiempo - Horas [1er. Libro]Where stories live. Discover now