1.- Duerme, despierta y vuelve a dormir

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Entró flotando, como una manta deliciosa, aquel olor a pan. Me deslicé por las sábanas, hasta que fui abriendo los ojos lentamente. Me senté aún adormilado y a los pocos segundos desperté realmente, dándome cuenta que no reconocía aquella habitación y que jamás en mi vida había estado allí.

Mi vista no es muy buena sin mis lentes, pero soy capaz de distinguir formas y detalles, y definitivamente aquel lugar no era mi habitación, ni la de Argentina, Paraguay o la de Brasil... ¿Dónde carajos estaba?

A mi derecha había una mesita de luz y sobre esta descansaban mis lentes, me los coloqué enseguida y me dispuse a salir de esa cama. Yo estaba usando un pijama y no encontré ninguna prenda mía regada por el suelo o sobre alguna silla. Por lo que no parecía haber sido algún tipo de encuentro casual con alguien.

Había un teléfono inteligente en aquella misma mesita, pero la contraseña no era la que suelo usar y nunca había visto esa marca antes. Así que lo dejé ahí mismo. -Quizás es de otra persona- pensé.

¿Entonces donde estaban mis cosas?

Salí de aquella habitación y caminé en pijamas por el pasillo de esa casa, ni en pedo me quedaría allí. Era una casa grande, demasiado grande; Aunque con un muy buen gusto en su decoración. Parecía ser la casa de una familia, Pues en mi recorrido me encontré con algunas habitaciones infantiles y otras más adultas. Lo raro es que la sentía demasiado familiar pero completamente ajena.


Llegué hasta una cocina blanca y espaciosa, donde entremedio de olores deliciosos y humaredas de todo tipo, se veía la espalda de Martín. Su inconfundible pelo rubio con ese mechón que sobresale en la mollera y la reconocible anchura entre sus hombros.

—¡Martín! —llamé para comprobar mis sospechas, a lo mejor se trataba de otra persona.

—Buenos días, Sebas~ —canturreó mientras sacaba los panes del horno eléctrico.

—¿Martín? ¿Qué es este lugar? ¿Qué hacemos aquí?... —pregunté apoyándome en el respaldo de la silla, parecía que estábamos prontos a desayunar, pero yo no me sentaría hasta saber en qué lugar estaba.

Me ignoró completamente y continuó depositando los panes en una panerita de mimbre.

—Te hice una pregunta, ¿Qué no escuchás?

—Vos escogiste la casa y no nos quedó otra que aceptar tu capricho. Ahora sentáte que tenemos que ir a la pega.

—¿Pega? —pregunté al no entender la expresión, de hecho, su acento era muy extraño.

—Sebas, ¿Qué pasa?, ¿Te sentís mal? —me preguntó extrañado.

—¡Buenos días!...

La voz de Manuel se hizo presente entre nosotros, en esa extraña casa y se disponía a sentarse para desayunar, en esa extraña mesa.

—¿Seba, aún en pijama?... ¿Estás enfermo o algo así? —preguntó al verme. Quizás se notaba demasiado mi desconcierto y aquello le pareció inusual.

—Me preguntó que hacíamos aquí —interrumpió Martín, agitando las manos.

—¡Pfffft! Ja, ja, ja, ja. ¡Pero si vos escogiste la casa!

Mi primera impresión fue saltar hacia atrás, cuando le escuché hablar por segunda vez. No comprendía la broma. ¿Qué hacía el chileno voseando? ¿Y por qué ambos actuaban como si YO fuese el de la broma?.

—¡Che! ¿Cuándo vuelven los chiquilines?—Martin preguntó con emoción.

—Mi mamá dijo que los pasaría a dejar como a las doce...Seba, acordáte que los tenes que pasar a buscar, mirá que el Tincho y yo estaremos trabajando en ese proyecto de energía sustentable.

Se dirigió a mí, abriendo con cuidado el pan caliente.


No entendía un pomo de lo que estaba pasando ¿Chiquilines? ¿Qué chiquilines? ¿Proyecto sustentable? ¿Por qué hablaban como si los tres viviésemos en la misma casa?

—Martín, ¿Qué le hiciste a Sebastián? —Manuel preguntó abandonando el cuchillo con mantequilla, dirigiéndole al mencionado una de sus clásicas miradas asesinas.

—¡Pa! ¿Por qué al tiro pensás que es mi culpa?

—Algo tenías que haberle dicho para que se pusiera así.

—Sebastián, ¿Podés decirle a este weón que fue lo que supuestamente te dije?

—¡TAA!, ¡Basta ustedes dos! ¡Las bromas no funcionan cuando tenés que explicarlas y está me la tienen que explicar desde el principio! —agité las manos con desesperación, ya estaba demasiado quemado como para seguirles el juego.

—¿Qué carajos hacés voseando, chileno?, ¿Y de que chiquilines hablás vos?, ¿Y Por qué me meten a mí en su fantasía?, ¿Y que hacemos en esta casa?, ¿Y Por qué decís weón?, ¡¿Y por qué no hay mate en esta mesa?! —solté todas las preguntas que tenía en la cabeza.

—Oh. Es por el mate —murmuró Manuel, con un dejo de culpa.

—Te dije que no podíamos dejarlo, Manu. ¿Qué no entendés que ya estamos demasiado acostumbrados?, así como vos a esa agüita inglesa.

—¡Pero si ustedes saben que esa weá sube la presión!

—¡A vos te sube la presión!, nosotros nacimos con el porongo en la mano. ¡Voy a terminar con esta locura y serviré mate! ¡Si te gusta bueno y si no, te vas a la mierda!

—Está bien, está bien —aceptó levantando las manos. Luego, separó la silla que estaba frente mío y palmoteó el cojín— .Vení, no peleemos más. Yo lo decía por el bien de ustedes dos; Pero si están tan acostumbrados a esa bebida, nada que hacer.

Me sonrió con dulzura, una incómoda y amorosa dulzura.

Miré su mano derecha y dos anillos dorados lucían en su dedo anular, se notaban viejos, pero muy cuidados, como si los limpiase todos los días y estuviesen ya desgastados, pero con ganas de brillar. Cuando miré la mano de Martín también había dos anillos en la misma posición, sólo que más opacos. Y mi diestra terminó por completar el círculo. También yo lucia dos anillos, igual de viejos, igual de bien cuidados e igualmente dorados.

Y eso es todo lo que recuerdo, porque luego la impresión fue demasiado grande para ser completamente asimilada.

Ellos...Yo...Anillos de matrimonio, DOS anillos de matrimonio. Pensé en tantas cosas que no fui capaz de entender, Entonces mi cerebro decidió irse a la mierda por un rato.


Me sentí como el cu**. Corría desde mi nuca un hormigueo húmedo y me apoyé en la mesa para evitar perder el equilibrio, podía ver como mi sudor frío goteaba sobre la superficie y escuchaba voces distorsionadas a mí alrededor. No pude aguantar más y caí de rodillas, sin antes golpearme el mentón en el borde de la mesa. Creo que Manuel alcanzó a atraparme antes de que mi cabeza azotara el suelo. Le sentía palmoteando mis mejillas y la voz escandalizada de Martín se acercaba cada vez más.

Latinoamerica:  Unida y casada [CANCELADA]Where stories live. Discover now