El temor vivo en sueños

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Aladdín corría en los pasillos dirigiéndose al trono, era muy agradable estar ahí que en su casa. Aquí sentía el calor, la alegría desbordarse, siempre los sirvientes los trataban bien y en su reino era otra cosa algo diferente, era cierto, se sentía la alegría pero también era demasiado el respeto que sentían con el reino que era algo que le incomodaba.

Era tan distinto que no quería irse, había desayunado en la cama por varias trabajadoras que lo recibieron y levantaron con una sonrisa verdadera.

Al llegar al trono no se encontró con el rubio, eso hizo entristecer un poco a el chico aunque no sabía el la razón, creía que era por un berrinche al estar tanto tiempo con el.

Entró alguien a lo que volteó pensando que era el rubio pero no, era el hermano de su amigo. Al ver al hermano era increíble que fueran de la misma sangre, tenía el cabello azabache y era muy gordo igual que sus cachetes.

Se miraron fijamente, el ambiente pronto empezó hacerse intenso, ninguno de los dos hacia algo. Aladdín en ese momento se dio que nunca se había sentido tan incómodo como en este momento. Las miradas de los dos eran tan fijas como si llevaran armas y estaban listos para contraatacar.

Si tan solo no hubiese hecho un berrinche de no aprender magia telepática ahorita mismo no se hubiese encontrado con ese problema. Es más, podría ser rescatado por Alibaba y acabar con esta situación.

- Está en el jardín. - Se quedó callado cuando el hermano mayor del rubio habló.

- ¿Qué?. - No entendía a lo que se refería.

- Mi hermano está ahí. - Fue lo único que dijo Ahbmad.

- Gracias, príncipe Amad. - Dudaba si se llamaba así.

- Ahbmad. - Lo corrigió yéndose.

Rápidamente se dirigió al jardín, no sabía mucho sobre aquel reino, según tenía entendido, el tercer hijo de el rey del Sol anteriormente lo habían elegido a lo que gustoso acepto. El primer príncipe decidió dejarle ese cargo ni objetar ya que, según tenía entendido, tenía muchas que aprender a lo que prefirió dárselo al otro sabiendo que gobernaría muy bien.

Finalmente había llegado donde estaba el otro, tenía una sonrisa grande puesta en su cara, ya se imaginaba como lo iba a recibir e incluso pensaba cuantos halagos le iba a hacer hoy. Pero no contó que a la hora de llegar se encontraría al rubio abrazando a una pelirroja de cabello corto, parecía que la sostenía o también que era un abrazo, sintió como su bilis ardía y un gran enojo le recorría sin saber que hacer.

- Alibaba, ¿Quién es ella?. - Sonrió intentando relajarse a lo que él mencionado se separó de la chica.

- Puedo contártelo. - No sabía cómo empezar. - E-Ella es una fanalis. - Rió nervioso, sí, ya lo sabía, no es ningún tonto. - Bueno, estábamos hablando... - El rubio se preguntaba porque se ponía nervioso en explicar si tan solo era su amigo.

- Me voy a ir al cuarto de huéspedes, cuando te atrevas a decirme la verdad puedes venir y decírmelo. - No se encontraba de muy buen humor.

Lo único que se atrevió a decir eran palabras incoherentes, el pelí azul con su sonrisa puesta dio media vuelta dirigiéndose a la salida. Esta vez no se espero a escuchar la escusa que le daría el otro, no quería volverlo a ver por un buen rato hasta que está vez tuviera el verdadero carácter de decir la verdad. De alguna u otra forma, le hería que no pudiera él decirle la verdad, aunque también varias veces se preguntaba que era lo que había ocurrido y porque se había puesto así.

Así él no era, recordaba que cuando visitaba el reino principalmente se centraba en hablar y convivir mucho con el rubio. Se sentía tan feliz estar ahí, teniendo la atención del otro, que lo abrazara, que lo quisiera, respetara y también el tan solo hecho de poder estar a su lado sin que nadie interviniera. No comprendía aquellas emociones, aparecían de la nada y lo hacían ponerse de ese modo.

El rey del sol y el príncipe de las estrellas (Alibaba x Aladdín)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora