Two are better than three

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La refrescante brisa en conjunto con el sol veraniego hacían de aquella mañana un día perfecto para estar en el jardín. Austin se encontraba sentado al pie de las escaleras frente a la puerta que daba al patio trasero de su casa, con bolígrafo y libreta en mano, anotando un sinfín de fechas de entrega, nombres extraños y todas las reuniones de la editorial a las que debía asistir durante el mes. Mayo era considerado la época del terror para él y sus compañeros de trabajo, pues al parecer la primavera era la estación preferida de sus escritores para desaparecer de la faz de la tierra y dejar los manuscritos a medias mientras el pánico se sembraba entre los empleados del lugar.

Sin embargo, eso no era suficiente para que le quitara la vista de encima a su hija ni por unos segundos. Emma había tomado una de las regaderas más pequeñas que guardaban y ahora cumplía alegremente su labor en el jardín, lo que para ella significaba "darle un día de baño a las flores". La pequeña casi danzaba entre las margaritas y nomeolvides, dejando caer una que otra gota en el suelo antes de llegar a regar los tulipanes. Austin la observaba a la distancia con una sonrisa que demostraba ternura absoluta, entretanto Emma aprovechaba para apreciar el dulce perfume que emanaban dichos brotes.

La idea de comenzar un jardín nunca estuvo presente en su cabeza, los insectos o pasar el día entero arrancando maleza no eran lo suyo, para nada (aunque ensuciarse sí), pero luego de que su amable vecina se lo recomendara, se convirtió en un pasatiempo con el que su mente olvidaba todo lo demás y eso era lo que más necesitaba hace un año: olvidar. Agradecía la calma con la que podía vivir ahora luego de todas las tempestades que tuvo que soportar en el pasado con su ex pareja, y sobre todo agradecía el hecho de que ya no estuviera presente en sus vidas para causar problemas, ni en la de él ni en la de su hija. Porque, a veces, dos son mejor que tres.

Austin borró todos aquellos recuerdos de su cabeza con una sacudida y suspiró, cosas como esas ya no importaban ahora.

Por su parte, Emma ya había terminado su labor hacía rato y como de costumbre se tumbó en el suelo para mirar las nubes con detenimiento, buscando formas y nuevos significados de los que hablaría con su padre en el almuerzo. Una manda de elefantes, peces e incluso tortugas hechas de blanco algodón se deslizaron a lo largo del cielo, simplemente las observaba con una sonrisa y cuando aparecían formas nuevas gritaba un adorable "¡Papá!", señalándolas en el lienzo azul.

Lo que no se esperaba la pequeña era la aparición de cierto visitante que aterrizó con calma y lentitud sobre su frente, batiendo sus alas con tanto esmero que por un momento Emma pensó que se había equivocado de lugar. Reconoció a la mariposa de inmediato; alas naranja con bordes negros y dentro de ellos, puntos blancos. Era una mariposa Monarca. Se acomodó en el suelo de piernas cruzadas y siguió con la mirada el vuelo del insecto, que se elevó de su frente y dio varias vueltas en el aire hasta posarse tranquilamente en uno de sus dedos, lo que le pareció familiar.

―¡Eres mi amiga! ―exclamó la bebé con alegría, moviendo su mano con cuidado para ver a la mariposa más de cerca―. ¿Te escapaste del zoo? ¿Ahora vivirás en nuestro jardín?

La mariposa respondió con un batido de sus alas y Emma tomó eso como un "sí".

―Bien, pero papá debe darte permiso. Vamos a preguntarle.

Con mucho cuidado se levantó del suelo y se encaminó hacia las escaleras a unos metros más allá de donde ella se encontraba. Austin alzó la mirada en cuanto oyó el sonido de los pasos y sus ojos viajaron desde la mariposa hasta su hija un par de veces sin dar mucho crédito a lo que veía, porque sin duda aquello debía ser algún tipo extraño de déjà vu. Emma, emocionada, no alcanzó a emitir la primera palabra cuando su amiga mariposa emprendió el vuelo y se alejó de ambos en dirección a la casa de al lado. Sus labios temblorosos se abultaron en un marcado puchero y no lo pensó dos veces en lanzarse a los brazos de su padre mientras lágrimas de cocodrilo bañaban su rostro, lamentando la ida de la pequeña mariposa.

―Volverá más tarde, a que sí. Es que nuestras flores son más bonitas y por eso fue a comerse las del vecino, cielo ―El mayor intentó convencerla mientras la arrullaba entre sus brazos. Con cada lágrima que su hija derramaba iba apareciendo una grieta en su corazón―. Podemos decirle a Noah que la traiga de vuelta, ¿te parece?

La bebé aún derramaba lágrimas y sorbía por la nariz, sin embargo, asintió ante la idea; lo que tranquilizó a Austin lo suficiente como para no ir a buscar él mismo aquella mariposa para que su hija no sufriera de tal manera. Le agradeció mentalmente a su vecina por un tener un hijo de la edad de Emma que, al igual que él, hacía hasta lo imposible por ver sonreír a la pequeña.

―Mejor entremos, amor, ya es hora de almorzar.

Por un momento le pareció como si la escena anterior nunca hubiera pasado, la simple mención del almuerzo devolvió el brillo a los ojos de Emma y su sonrisa usual apareció otra vez, quedando como único recuerdo de los minutos anteriores los rastros de lágrimas secas que surcaban sus mejillas, rastros que Austin borró con besos y que la bebé aceptó gustosa con una risa angelical.

El mayor entró a la cocina seguido de Emma, cada uno tomando sus respectivos lugares; Austin en la barra pensando en qué podría preparar y Emma en su mesa para dibujar. Sólo que esa vez no tenía deseo alguno de dibujar animales, como todos los días. Estaba callada, pensativa como nunca antes buscando la respuesta a una pregunta que ni siquiera había formulado y que apareció de repente en su cabeza. La visita de aquella mariposa sólo evocó un recuerdo: la salida al zoológico a la que había ido con su padre y Christopher.

Christopher.

Habían pasado ya varios días de aquello y todo se mantenía nítido en su cabeza, como un recuerdo rehusándose a ser olvidado por su memoria. O mejor dicho, rehusándose a ser olvidado por ella. Llevaba conociendo al hombre relativamente poco, pero la manera en cómo se comportaba con ambos (Austin y ella) cuando los tres estaban juntos había logrado que se ganara todo su cariño hasta quitarle el puesto a la vecina de al lado, Chloe. Emma podría decir con toda seguridad que ahora Christopher era, después de su padre, la persona más divertida y a la que más quería. Pero seguía sin comprender por qué ahora todo se sentía extraño, como si faltara algo en ese instante en la casa. Tal vez, un alguien. Un alguien de gran tamaño y con voz de villano con el que hablar de ranas azules y molestar a su padre de vez en cuando.

De reojo miró a Austin con curiosidad. En su mente se preguntaba qué clase de amigos serían él y Christopher, si sólo hablaban cuando el otro hombre venía de visita o incluso si eran muy cercanos. Quería saber un poco más acerca del amigo de su padre, pero la respuesta que más deseaba conocer era si su padre tenía el mismo sentir que ella respecto al pelinegro de voz gruesa.

―Papá... ―Su voz se oyó dudosa, Austin volteó a verla con una ceja alzada y se replanteó otra vez la idea de preguntarle aquello, pero no se aguantaba las ganas de saber. Tomó un respiro hondo y dijo lo más rápido que pudo―: ¿AvecesnosientesqueextrañasaChristopher?

Emma suspiró luego de decir todas esas palabras sin ninguna pausa, con la mirada fija en su padre quien no reaccionó durante los primero minutos. Había oído perfectamente, sí, pero... ¿Cómo armar una respuesta a esa interrogante que fuera apta para menores de seis años?

―¿Te gusta Christopher?

Su defensa automática contra el mundo se había activado: el humor.

―¡Papi, no! ¡No le digas nada! ―chilló Emma con las mejillas bañadas en rubor, desviando la mirada hacia otro lugar y comenzando a dibujar un animal cualquiera, más para hacer caso omiso a su comentario que para dibujar.

Austin estalló en risas, aunque discretamente se limpiaba en el delantal las gotas microscópicas de sudor que bañaban sus manos. Era muy pronto para tener aquella conversación.

Ir y Venir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora