Melancholy

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El cielo estaba en una calma casi fantasmagórica, de esas que le ponen los pelos de punta a cualquiera y alertan al más inocente de que algo extraordinario está a punto de suceder. Era de noche y, como de costumbre, Diane mantenía los brazos apoyados sobre la baranda del balcón en su habitación, con la vista fija quince pisos hacia abajo. O hacia arriba, nadie lo podría deducir si la miraba a tal distancia. Era un punto borroso en el panorama; y así como un punto, diminuto y prescindible, se sentía en ese instante. No había luna ni estrellas, ni una chispa de vida en el lienzo carbón sobre sus narices.

Con un resoplido echó el telescopio y el astrolabio en sus respectivas cajas y se sacó del bolsillo derecho una cajetilla.

Una punzada de culpa le apretó el pecho en cuanto sus dedos sostuvieron el diminuto cilindro caliente entre ellos. Había dejado de fumar hacía casi tres años. Pero tan rápido como llega el sentimiento, se disipa flotando en el aire en forma de nubes de humo gris con olor a tabaco. La primera calada es amarga y potente, siente perfectamente como los pulmones se le agrandan hasta que es incapaz de contenerlo. De sus labios fueron danzando, uno a uno, aros de humo de diferentes tamaños; grandes, pequeños, medianos, que terminaban en la misma nada a los segundos de haber salido.

―Algunas cosas no se olvidan... ―murmuró, con gracia, y exhaló luego un suspiro pesado, llevándose otra vez el cigarrillo a los labios.

De unas semanas para acá las ideas le pesan de más y los pensamientos hacen eco en su cabeza, Diane no concibe el por qué. O tal vez sí, pero no quiere admitirlo todavía.

Le parecía gracioso cómo podía ser un revoltijo de emociones de un día para otro y, sin intenciones de darle más vueltas al asunto ese día, hizo ademán de volver a dar otra calada a su cigarrillo. Y lo hubiera hecho de no ser porque una gota de agua cayó firme sobre la colilla, apagándolo al instante. A la gota le siguieron dos más, luego diez, veinte, y así sucesivamente hasta que la mujer terminó empapada de pies a cabeza en un balcón aún más mojado. Mientras, el cielo estaba siendo partido a la mitad gracias a los rayos.

No le quedó de otra que echarse a reír y cubrirse la cabeza con las manos en un gesto inútil, puesto que ya se encontraba completamente bañada por la lluvia. Posiblemente, el mundo no quería que retomara los viejos vicios, ni que se preocupara tanto. Una sonrisa fue más que suficiente para agradecer. Luego, chillando al recordar sus cabello recién arreglado, corrió a la ducha antes de que le ganara el resfriado.

Ir y Venir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora