Los pasos de guardias se escuchan acercarse mientras pienso en una respuesta. Uno de ellos abre la celda en la que fuimos confinados y un grupo a su espalda carga charolas con comida.

—Hora de comer —anuncia mientras nos dan las bandejas.

A pesar de que las celdas no tienen ningún tipo de ventilación, el clima helado de Lacrontte es más que suficiente para mantener una buena temperatura y no sofocarnos de calor.

—Les explicaré las reglas a partir de ahora. Estarán aquí mientras se cumple el plazo que el rey Magnus le dio al príncipe Stefan, y si en llegado caso no han entregado a Silas o hecho alguna tregua, los cuatro serán ejecutados en la horca. No hay otra opción. Si necesitan comunicarse con alguien en Mishnock para agilizar el proceso, pueden hacerlo por medio de cartas, las cuales serán leídas previamente por nosotros.

—No pueden hacernos esto —discute Nicholas —. Es una total injusticia.

—Haga silencio y mejor de gracias que no lo pusimos en una celda con el resto de prisioneros varones.

Veo a más custodios a su espalda repartiendo charolas de comida al resto de los encarcelados, sin embargo, hay alguien más que abre algunas celdas y saca

—¿Por qué se los llevan? —pregunta, mirando lo mismo que yo —. Exijo ser liberado de la misma forma.

—Créame, no quiere. Solo Obedezca y no refuta si no quiere que le cosamos la boca. Hablo en serio, ya lo hemos hecho antes con los prisioneros que perturban el orden.

—Ustedes son unos animales.

—Somos Lacrontters, señor. Seres superiores. —Sale de la celda y cierra las rejas —. Antes de irme, les informo que el rey les ha planteado otra opción. Si le dan la ubicación de Silas y lo encontramos allí, pueden ser liberados. De ustedes depende escoger que vale más, si su vida o la de su soberano.

—No merecemos estar aquí. Somos inocentes —discute su esposa.

—Son familia del rey y eso en Lacrontte también los vuelve culpables. Tienes tres días para pensarlo, a partir de ahora.

—¿Y los pasaremos encerrados aquí?

—Por supuesto, pero no sé preocupen que cada tarde vendremos a hacerles masajes, leerles libros y además, tendrán una campana de mano que podrán agitar para llamarnos cuando nos necesiten — Suelta con burla —Esto no es un palacio, aterricen. Son el último eslabón de la cadena social. Den gracias que su majestad ha ordenado que se les permita salir a darse una ducha diaria y que las tres mujeres puedan hacer sus necesidades fisiológicas lejos de estas celdas y de la mirada de los otros prisioneros.

—No se dejen engañar —habla uno de los reos de al lado —. No durarán demasiado aquí. Si el rey los llega a llamar ya no regresaran.

—Será mejor que cierres la boca —un guardia que espera en el pasillo lo amenaza.

—Explíquese. —Pide Keria.

—Si se llevan a las tres mujeres, solo una saldrá viva, sé por qué se los digo. Aquí las paredes hablan y mis oídos siempre están prestos a escuchar.

El golpe de algo ser impactado sobre el metal, se oye de repente y por el quejido que posterior nos damos cuenta de que han estrellado la cabeza del imprudente contra los barrotes.

—Parece que dejó ir enhebrando hilo en una aguja para cerrar ciertas bocas. —Amenaza, serio.

—Díganle al rey que me llame. Me enfrentaré a quien sea y saldré vivo de aquí.

—¿Por qué dice esas cosas? ¿De qué habla?

—Eso no es algo que les interese. Limítense a comer y esperar. Vámonos —Le dice a sus compañeros.

El perfume del Rey. [Rey 1] YA EN LIBRERÍAS Where stories live. Discover now