Capítulo 22.

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Corro asustada hasta la habitación de Luena, quien al parecer se prepara para salir. Me adentro atrevidamente, desesperada por obtener su auxilio.

—Necesito tu ayuda, es urgente.

—Tranquilícese, señorita. Me ha dado un susto de muerte —pide al ver mi, agite —¿Qué sucede?

—Necesito encontrar una libreta.

—Creo que en la biblioteca hay algunas. Puedo buscarle una y llevársela a su alcoba.

—No, necesito una en específico. Una libreta del señor Francis.

—¿De Francis? Lo siento, Emery, pero no puedo ayudarte con eso a menos que tengas autorización. ¿La tienes?

—No, pero de verdad estaré en problemas si no la consigo, por favor.

—Puedo perder mi empleo si hago algo así y tengo una madre que depende económicamente de mí.

—Yo perderé la vida, Luena, te lo ruego.

—Así, acepte, no hay manera de entrar. Su oficina siempre tiene llave y solo hay una persona en todo el palacio con una copia y si se la pedimos podría sospechar.

—Hagamos el intento. Jamás pediría algo que pueda perjudicarte si no fuese necesario. Suena egoísta, pero en verdad lo requiero.

Ella me estudia, procesando mi pedido, dudando. Contrae la sien, temerosa, elevando mi ansiedad a niveles inimaginables. Se toma su tiempo, manteniéndome en ascuas hasta que al fin se decide a responder.

—De acuerdo, busquemos a Theobald.

Me pide la siga fuera la alcoba para recorrer los pasillos en busca del sujeto.

—¿Dónde está Theobald? —pregunta a uno de los guardias.

—En la cocina, donde más.

Seguimos la ruta hasta el lugar indicado, una cocina gigantesca y extrañamente llena de duraznos, en donde se encuentran tres hombres que nos saludan efusivamente.

—Ahora tienes secretaria, Luena. —Saluda a un hombre con barba y lentes.

—Theobald justo a ti te estaba buscando. El señor Francis me pidió le llevase algo de su oficina. Pero no me dio las llaves. —Adopta una actitud desesperada y muy creíble.

Intenta tomar una descomunal argolla llena de llaves, pero él la detiene antes de lograrlo.

—Sabes que nadie puede tocar mi llavero —le quita la mano —. Primero dinos quien es ella.

—Es Emery. Por cierto —se vuelve a mirarme —, él es el chef Bronson. —El hombre alto y robusto frente a la estufa me da una sonrisa rápida.

—Un gusto, Emery. Yo soy el encargado de la comida del rey y quien se tiene que levantar a cualquier hora para cumplir los caprichos culinarios de don mandón. Te daría la mano, pero no puedo apartarme de esta salsa y falta poco para la cena del rey, su novia y su invitada, así que no puedo arruinarla.

—¿Invitada? —pregunta Theobald —¿Acaso quien viene?

—No lo sé, la señorita Vanir me pidió un plato extra.

—¿Crees que terminen casándose? —dice el hombre restante. Un chico delgado y desgarbado.

—Obvio, es la única mujer sobre la faz de la tierra con la paciencia suficiente para aguantar al rey Magnus. Pobre de ella.

—¿Pobre? Tendrá más dinero del que podrá gastar en toda su vida.

—¿A qué precio? Deberá soportar la cara de amargura del rey todos los días y de lo que llevan de relación nunca lo he visto sonreír.

El perfume del Rey. [Rey 1] YA EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora