Capítulo VI - El extraño síndrome del hermano mayor

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Todo por un Deseo

Capítulo VI

El extraño síndrome del hermano mayor

El dolor se estaba apoderando rápidamente de Leo, y los retortijones en su estómago eran demasiado para soportarlo. Él nunca se había sentido así, ni siquiera cuando se enfermó gravemente por una infección estomacal. Esto era mucho peor, porque no le dejaba tan siquiera pensar con claridad ni dominar sus acciones. El dolor le duró por 5 minutos, pero tal agonía parecía violar el tiempo y prolongarse hasta el infinito mismo. El pobre muchacho se estuvo revolcando con las manos en el estómago todo el tiempo, gimiendo de dolor, soportando esa sensación horrible. Mientras tanto, Gertrudiz observaba la escena, fascinada mas no sorprendida, pues ella había provocado tal dolor adrede. Y Tommy, el más que inocente infante, observaba a Leo con una mirada de terror, paralizado por el miedo y la incertidumbre de no saber qué le sucedía a su amigo. Segundo tras segundo, el dolor se volvió insano, magnánimo, ridículo... hasta se podría decir, un tanto patético. Leo soportó y soportó, y en un determinado momento, cambió los gemidos por gritos, y asustó aún más con ellos al pequeño Tommy, y Gertrudiz permanecía impávida. Fueron minutos de agonía, y los dibujos animados de la televisón fueron acallados por los gritos, los gritos de un muchacho que estaba siendo torturado, el cual solamente podía pensar en lo crueles que habían sido con él. Más dolor, más retortijones, más agonía... hasta que por fin, tal tortura, se acabó tan repentinamente como había llegado, pero dejando una gran consecuencia.

Leo dejó de retorcerse, se tranquilizó y lo primero que notó con sus sentidos recuperándose fue el sudor, sí, había sudado bastante y llorado de forma inclemente; trató de abrir los ojos, lo cual logró eventualmente, pero no le gustó para nada la escena. Vio a Tommy, severamente asustado, temblando, con su biberón en la mano derramando ligeramente su contenido sobre la alfombra. Luego giró su cabeza y contempló a su verdugo. Ella, con las manos entrelazadas, haciendo que sonreír, todo de una forma fantasmal. Pasaron segundos, y minutos, y lo único que resonaba en la sala era la televisión, aquellos personajes alegres de caricatura contrastando con la escena. Leo tuvo miedo y se congeló, pero sabía que algo más había pasado, pues aquel horrible dolor no se había ido de manera gratuita. Ya no le importó nada, solamente trató de incorporarse, y ni bien hizo este gesto se dio cuenta del desastre: su pañal... estaba sucio, y mucho. Al muchacho le atravesó como una espada el olor de lo que hizo, juntamente con la sensación pegajosa y desagradable en su piel. Había sucedido, y sin que él se diera cuenta, la peor humillación. Se quedó ahí por unos instantes más sin querer moverse, hasta que finalmente terminó de incorporarse, pero estaba shockeado. No podía dar crédito a sus sentidos, no, de ninguna manera esto podía estar sucediendo. ¿De verdad se estaría transformando en un bebé? ¿Tanto le habría afectado? Se preocupó, mas no era eso. Analizando, analizando, recuperando la consciencia, dio prontamente con la solución. ¡ERA ELLA QUIÉN LO HABÍA PROVOCADO! Esa mujer horrenda y tan extraña, pero de un pensamiento maquiavélico. Primero la comida, era lógico, todo papillas y cosas raras; y luego... ¡LUEGO LAS CIRUELAS! Combinación tan simple pensó Leo, pero qué buena estocada, qué estrategia tan audaz. Tal militar en campaña, Gertrudiz derrotó a su oponente, uno injusto realmente, como si el león se enfrentara al gusano. Se miraron mutuamente, él con desprecio y ella vacilante, pensando si prolongaría más su desgracia o diría alguna cosa para romper con el silencio. Sin embargo no fue ella ni tampoco el castigado quienes rompieran el silencio, sino que fue el pobre de Tomás quien comenzó a llorar sin consuelo.

- ¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!

Tommy lloró hasta perder el aliento y sus lágrimas se confundían en su rostro con lo que salía de su nariz. Dejó caer el biberón derramando un poco más de chocolatada, y comenzó a hacer aspavientos para recuperar el aire. Se quería poner en pie, pero no podía porque seguía temblando. Leo lo vio y fue él quien se asustó esta vez, sintiendo pena por el pequeño segundos después. Quería hacer algo, decirle al menos que todo estaba bien, pero no podía, se sentía inhibido totalmente por el reciente desastre. Él no solía confortar a los demás, incluso llegaba a ser grosero, pero en esta ocasión realmente quería ayudar, sin embargo la impotencia no le dejó actuar. Comenzaron a temblarle las piernas y casi pierde el equilibrio, pero se aferró con fuerza pues sabía que si caía al suelo empeoraría las cosas. Más y más segundos, sin que nadie se moviera, ¿qué diablos esperaba ella? No obstante, antes de que Leo enloqueciera Gertrudiz salió de su trance y fue en rescate de Tomás.

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