En el pasillo de la residencia había dos chicas gritándose por no sé qué de una camiseta, así que tuve que pasar rápidamente a su lado para que no me volara una almohada en la cabeza. Había tenido más suerte de la que creía con Naya.

Cuando por fin llegué a mi habitación, suspiré pesadamente.

Ya había colocado todas mis cosas esa mañana, así que empezaba a parecer un poco más habitable que el día anterior. Justo cuando estaba dejando la mochila en la cama, escuché que mi móvil sonaba.

La cara de mi madre apareció en la pantalla táctil con una gran sonrisa.

Supe enseguida que su versión real no tendría una sonrisa en absoluto.

—¡Jennifer Michelle Brown! —me chilló en cuanto descolgué.

Me despegué el móvil de la oreja un momento antes de volver con ella.

—Hola, mamá. Yo también te echo de menos.

—¿Se puede saber por qué no me has llamado? ¡Ya llevas una semana ahí!

—Pero si llegué ayer por la tarde.

—Para mí ha sido una vida entera —me aseguró dramáticamente—. ¿Cómo estás? ¿Y tu compañera de habitación? ¿Y tus compañeros de clase? ¿Y tus profesores? ¿Hace buen tiempo?

—Estoy bien. Mi compañera de habitación es muy simpática. Mis compañeros de clase estaban tan dormidos como yo esta mañana, así que no lo sé. Y hace buen tiempo. Bueno... ahora está nublado, pero por lo que he visto, aquí suele llover a menudo. ¿Ha nevado en casa?

—Es septiembre. Claro que no ha nevado. ¿Cogiste tus botas?

—Sí.

—¿Las negras y las marrones? Ya sabes que siempre te pones las marrones, que son más bonitas, pero no sirven para nada y...

—Las dos, mamá.

—¿Y el abrigo? ¿Te estás abrigando? Que siempre vas como quieres y te resfrías.

—Me abrigo bien —le dije, divertida.

—¿Y la comida?

—No está tan buena como la de papá, pero tampoco está mal.

—¿Estás comiendo bien? Entraste en unos kilitos estos meses por los nervios, espero que no los estés perdiendo. Te sentaban muy bien.

Me quedé mirando al espejo. Era cierto que había engordado un poco esos meses. Me pellizqué la barriga mirándome.

—Me siguen entrando los pantalones y no se me caen, así que me mantengo bien —le dije, mirándome.

—No comas comida basura todo el día, que nos conocemos. Espero que no hayas comido una hamburguesa el primer día, señorita.

—Claro que no —mentí descaradamente.

—Hija, se te da tan mal mentir como a tu padre.

Como si hubiera sido invocado, escuché la voz de papá al otro lado de la línea. Él y mi madre empezaron a discutir sobre el móvil hasta que él se lo quitó.

—¿Jenny? —preguntó.

—Hola, papá —sonreí—. ¿Te ha obligado mamá a hablar conmigo?

—Eso no lo diré delante de la sargento —aseguró él—. Me está mirando fijamente y cuando cuelgue me va a dar con la zapatilla.

Escuché a mi madre gritarle algo y me reí.

—Papá, intenta sobrevivir hasta que vuelva.

—Lo intento, te lo aseguro —me dijo—. ¿Cómo te van las cosas? ¿Ya has hecho algún amigo?

Antes de diciembre / Después de diciembreWhere stories live. Discover now