La Guía

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LA GUÍA

Después de la repentina desaparición del dolor y de la cofesión de Aran, él cambió abruptamente de tema. Sabía que no me haría ningún bien seguir hablando de mi odisea personal. Teniendo en cuenta nuestra situación actual, habían pocos temas de los que hablar que no me involucraran a mí y a mi desastrosa vida, así que agradecí que no se pusiera a hablar del tiempo. En cambio, me empezó a hablar de él y de las cosas buenas que le habían pasado en su vida anterior (nada relacionado con Amanda, por supuesto). También me habló de la inesperada visita a su antigua casa por el cumpleaños de su hermano y de como este había esperado que saliera de uno de sus regalos. Eso me hizo reír, pero me recordó a Sofía. Por mucho que Aran intentara hacerme olvidar, yo era incapaz de hacerlo.

La sonrisa desapareció de mi cara y me levanté con decisión. Aran se sorprendió, pero no me dijo nada. Sin embargo, no se esperaba para nada lo que hice a continuación.

Me planté frente al espejo.

—¿Qué demonios es Sofía? ¿Cuál es su don?—pregunté firmemente, rogando interiormente que mi padre respondiera.

A mi espalda, Aran también se levantó y vino hacia mí. En estos momentos, seguramente parecía una loca desesperada.

—Laura, ¿Qué haces? El espejo no va a darte las respuestas por arte de...—se calló de golpe cuando empezaron a aparecer unas letras al azar en la lisa superfície—mágia.

Ella es una Guía del destino, también conocido simplemente como Guía. Desafortunadamente, es uno de los dones más peligrosos que pueden existir sobre la faz de la Tierra.

—¿Cómo lo haces?—preguntó Aran fascinado por el prodigio que tenía ante sus ojos.

—Es mi padre.—respondí simplemente, para quitármelo de encima. Volví a hablarle a mi padre— ¿Y por qué? ¿Qué lo hace tan peligroso?

Los Guías se ven obligados a hacer que ellos mismos y las otras personas a su alrededor cumplan su destino de forma exitosa, no pueden evitarlo. Si Sofía sabe que su destino es morir jóven, no descansará hasta que se cumpla.

—¿Hay alguna manera de evitarlo?

No.

Esas dos letras rompieron en mil pedazos las esperanzas que había tenido. Había evitado que se suicidara una primera vez, pero, ¿y si había una segunda? ¿Y si seguía así? Podría  evitarlo algunas veces, pero sabía que no eternamente. Sabía que llegaría un momento en que se me escaparía y entonces ya no podría hacer nada.

La palabra se desvaneció más rápido de lo normal y entendí que la conexión se había cortado.

Era consciente de que, si hubiera sido capaz, hubiera sentido un dolor atroz, pero en mi interior solo había un completo vacío. Mi vista empezó a nublarse y mis mejillas a humedecerse por lágrimas carentes de sentimiento. Los brazos de Aran me rodearon por detrás y undió su rostro en mi pelo.

—Lo siento.—me susurró.

Yo no hice nada, no era capaz de moverme.

—Yo no. Ese es el problema.

—Laura, sabes que si lo sintieras esto sería mucho peor.—dijo refiriéndose de forma indirecta a lo que había sucedido hacía poco.

—¿Cómo voy a decírselo a José y a Caterina? ¿Cómo puedo decirles a la cara que Sofía va a morir, que llegará el momento en que no podremos hacer nada? Sé que para mí no sería ningún problema a causa de los efectos de la Dimaurea, pero a ellos los destrozaría.

Tras aquellos ojos verdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora