Justin

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Parte III

No esperaba que Bieber Tannatek le diera uno de sus irremediablemente viejos auriculares otra vez. Pero fue justo eso lo que hizo. Todo el proyecto de intentare-lograr-comprender-al-traficante-polaco-volviéndome-una-persona-mas-interesante le hizo sentir nauseas de pronto.

Lo que floto del auricular no fue sonido blanco. Era una melodía. Como si alguien hubiera escuchado el deseo de Anna.

-No siempre es sonido blanco-dijo Tannatek.

La melodía era tan vieja como el Walkman. No. Mucho mas vieja.

-Suzzane. - Anna se sabia las letras desde pequeña. Le devolvió el auricular, perpleja--. ¿Cohen? ¿Estas escuchando Leonardo Cohen? mi madre lo escuchaba.

- Si- dijo el-. También la mía. Ni siquiera se como se intereso en el. No había formas de que comprendiera una palabra. No hablaba Ingles. Y era demasiado joven para este tipo de musica.

-¿Era?- pregunto Anna. El aire se había vuelto frió ahora, como unos cinco grados menos-. ¿Esta ella... muera?

-¿muerta?- su voz se endureció-. No, solo desaparecida. Ya han pasado dos semanas desde que se fue. No hace mucha diferencia de todas formas. No creo que vaya a volver. Mi hermana, ella... -se detuvo, miro al alrededor del patio y nivelo su mirada con la de ella-. ¿Me he vuelto loco? ¿Por que te estoy contando esto?

-¿Porque pregunte?

-Hace demasiado frió-dijo tirando del cuello de su abrigo. Ella se quedo ahí parada mientras el sacaba  su bicicleta. Era justo como cuando hablaron por primera vez; palabras en el aire helado, robadas y al parecer  abandonadas entre mundos. 

-¿Alguien mas ha preguntado?

El negó con su cabeza, liberando su bicicleta.

-¿Quien? No hay nadie.

-Hay un montón de gente-dijo Anna-. En todas partes.

Ella hizo un gesto amplio con su brazo, señalo el patio de la escuela, los arboles, el mundo alrededor. Pero no había nadie. Justin tenia razón. Solo estaban ellos dos, Anna y el, solo ellos dos  bajo el infinito y helado cielo. Era extrañamente inquietante. El mundo se acabaría en cinco minutos.

Tonterías.

Se la arreglo para  liberar su bicicleta. Se puso el gorro de lana negro sobre sus ojeras, asintió... un asentimiento de adiós, tal vez, o  tal vez un asentimiento para si mismo, diciendo, si, ves, no hay nadie. Luego se alejo.

Ridículo, seguí a alguien por afueras de la ciudad en una bicicleta un viernes por la tarde. No pasaba por desapercibido tampoco. Pero Justin no miro atrás, ni una sola vez. El viento de febrero era demasiado cortante. Pedaleo, por la Calle Wolgaster, una calle amplia, recta que conducía a dentro y fuera de la ciudad hacia el sur este, conectando la ciudad con la construcción de viviendas esterilizadas de Gitta con la playa, con el bosque invernal lleno de altas y desnudas hayas, con los campos detrás de ellos, con el mundo. La Calle Wolgaster pasaba por los feos bloques  de cemento del distrito Marítimo y distrito de "bosque precioso". La República Democrática Alemana había sido bastante irónica a la hora de nombrar  los distritos de la ciudad.

Dejando detrás la interminable corriente de coches, Justin cruzo el estacionamiento del supermercado Netto y dio la vuelta por una pequeña puerta  de alambre, pintada de color verde oscuro  y rodeada por matorrales invernales muertos. Una vez dentro, se bajo de su bicicleta. Una cerca de alambres rodeaba  un edificio de color claro y un parque infantil con un castillo hecho de plástico rojo, azul y amarillo. En el cartel de PROHIBIDO EL PASO de la puerta.

Una escuela. Era una escuela, una escuela primaria. Ahora, mucho después de que la campana hubo sonado para avisar el fin de semana , estaba carente de vida y respiración humana. Anna empujo su bicicleta densa maleza cerca de la puerta, se paro detrás, y trato  de hacerse invisible.

Al principio, pensó que Justin estaba aquí por negocios: ¡Ding-dong-- el traficante polaco llamando! El marco de la grande y moderna puerta delantera estaba hecha de plástico rojo: Alguien había pegado un copo de nieve de papel en la ventana. Un intento de hacer las cosas mas agradables, mas amigables: se sentía forzado de alguna manera; como alegría forzada,  contradecía la desolación que Anna  veía. Hacia que el frió viento de  febrero pareciera mas duro.

Anna observo mientras Justin cruzaba el patio vació; se preguntaba si había un limite para la desolación o si crecía sin parar, hasta el infinito. Desolación con un setenar de rostros y mas, como el color azul.

Y entonces sucedió algo extraño. La desolación se rompió.

Justin empezó a correr. Alguien estaba corriendo hacia el, Alguien qué había estado esperando en las sombras. Alguien pequeño en una chaqueta rosa gastada. Volaron el uno hacia el otro, las figuras pequeña y alta, con los brazos extendidos -sus pies parecían no tocar el suelo- se encontraron en el medio. La figura alta levando a la pequeña, la hizo girar en el aire  invernal, risa infantil.

-Es verdad -susurro Anna detrás del arbusto-. Gitta, es verdad. El si tiene una hermana. Micha.

Justin abrazo a la niña rosa mientras Anna se agachaba. No la vio espiando. Hablando con Micha,  dio a media vuelta y regreso a su bicicleta. Estaba riendo. levanto de nuevo a la niña y la monto en su porta-bicicletas, dijo algo mas, y se subió a la bici. Anna no entendía ninguna de sus palabras, pero su voz sonaba diferente a la que se escuchaba en la escuela.

No la vieron. Justin pedaleo sin mirar a la izquierda o a la derecha  y Anna le oyó decir: -Hoy tienen albóndigas estilo Konigsberg; esta en el menú. Tu sabes, las que tienen la salsa blanca con  alcaparras.

-Albóndigas Konigsberg - repitio la voz alta de  una niña-. Me gustan las albóndigas. Podríamos hacer un viaje a Konigsberg un dia, ¿no?

-Un día- respondió Justin-.  Pero ahora estamos en un viaje al comedor de los estudiantes y ...

Y entonces se habían ido, y Anna no pudo escuchar nada mas de lo que dijeron. Pero entendió que no fue un idioma diferente  lo que ilumino las frases de Justin, ni polaco ni serbo-croata. Fue una niña en chaqueta rosa gastada, una niña con una mochila turquesa y dos pequeñas trenzas  rubias,  una niña que se aferraba a la espalda de su hermano con las manos sin guantes, rojas por el frió.

Para los demás. Estamos en un viaje hacia el comedor de los estudiantes.

The Storyteller ~JustinBieber~Where stories live. Discover now