|| Capítulo IV ||

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Capítulo IV: || Malentendidos ||


El joven dejó escapar un silbido de admiración al observar lo que, a partir de ese día, sería su habitación. Cabía como tres veces su antigua habitación en ese lugar.

«Realmente una mansión de ricachones...» pensó asintiendo para sí mismo.

El cuarto era iluminado por la pequeña araña colgada en el techo. Las paredes estaban pintadas en un tono morado pálido y hacían juego con las pesadas cortinas azules que tapaban el ventanal. La cama era de dos plazas, con varias almohadas blancas bien acomodas y unas sábanas celestes, las cuales sobresalían debajo del cobertor negro, a su lado se encontraba un pequeño mueble de madera.
En la habitación también se situaba un pequeño escritorio de madera pintada en tonos beige y un armario de aspecto antiguo pero bien conservado, a un costado del mueble se encontraban sus maletas. Quién y cómo hizo para llevarlas tan rápido allí era un misterio que jamás obtendría respuesta para el castaño, porque sinceramente poco le importaba.
Notó que había otra puerta de un color crema claro; teniendo ya una idea de lo que sería, se acercó y la abrió.

Desplazó su mirada por todo el cuarto de baño, y como todo baño tenía lo más básico: un retrete. Elevó ambas cejas, algo asombrado de lo reluciente y ordenado que estaba ese lugar también; realmente estaba en la mansión de un par de ricachones. Observó los brillantes azulejos, la bañera, el lavamanos y arriba colgaba el espejo de pared.

Se puso en cunclillas e inspeccionó el gabinete del lavamanos encontrándose con varios productos de limpieza, toallas, cestas, entre otras cosas. Se levantó y fue el turno del botiquín del espejo, en donde no halló muchas cosas además de productos para el cabello, pasta de dientes y otras cosas de primeros auxilios como gasas, banditas, alcohol, etc

— Bueno, debería ponerme en marcha —se dijo, saliendo del baño para buscar su maleta y desempacar.

  
(...)

Una vez desempacado y guardado todo en sus respectivos lugares, el castaño se dejó caer de espaldas de una manera exagerada en su nueva cama, rodó sobre si mismo hasta quedar boca abajo; estiró su brazo para agarrar una almohada y esconder su cara en ella.

— Joder... Que cansancio —se lamentó.

‹Ni que fuera tanto esfuerzo› reprochó su conciencia.

Misaki se quedó en silencio, pensante. Realmente le incomodaba estar en un lugar desconocido y más con gente igual de desconocida, siendo los únicos mayores dos de las siete personas que vivía ahí.

¿En serio sus padres lo mandaron a ese lugar? No había un adulto responsable real en esa mansión, todos parecían ir a un instituto. Así que ¿de verdad su madre, aquella mujer que si se atrevía a llegar siquiera veinte minutos tarde a casa ya estaba a punto de llamar a la policía, había aceptado dejarlo hospedarse allí tan lejos de su casa? Siendo tan preocupada, era ilógico que aprobara eso; además del hecho de que sus padres no conocían a ninguna de las personas salvó el dueño de ese lugar, debido a que era un viejo amigo de su padre y que sin embargo no había señal de él en la casa desde que llegó.

Frunció el ceño, desconcertado por no poder entender la situación en la que se encontraba.

‹Tal vez se cansaron de tu insoportable presencia y te abanonaron› se burló su conciencia.

«¡Callate! No eres más que una molestia» chasqueó la lengua, irritado.

‹Alguien está de malas› canturreó provocando que el joven rodara los ojos y recayeran en el ventanal.

||Diabolik Lovers|| † New Blood † [EDITANDO]Where stories live. Discover now