Capítulo 12

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CAPÍTULO 12

Elsa se levantó aquel domingo con una extraña sensación agridulce en la boca del estómago. Por una parte, se moría de ganas de ver a Argus y de mostrarle su sorpresa, pero por otro lado tenía miedo de presentarse en el vestíbulo y que él no apareciera, incómodo y molesto ante el estúpido desliz que Elsa había cometido.

<<Cielo santo, Elsa, ¿por qué eres tan estúpida?>>-se lamentó por millonésima vez. Apenas había dormido aquella noche por culpa de los nervios y la incertidumbre, y al mirarse al espejo observó con horror que unas espantosas ojeras violáceas le enmarcaban los cansados ojos azules. Al tener la tez tan pálida, las ojeras eran perfectamente visibles e imposibles de disimular. Se lavó la cara frotando con fuerza, como si eso pudiera hacer que las sombras de su rostro se desvanecieran, pero cuando volvió a dirigir la mirada hacia el espejo, nada había cambiado, obviamente.

Con un suspiro de resignación, procedió a intentar peinarse y vestirse con lo más hermoso que pudo encontrar en su armario, pero notaba las manos temblorosas y torpes, así que tuvo que verse obligada a llamar a su doncella, no sin cierta irritación.

La joven acudió su llamada con diligencia, y procedió a adecentar a la reina con dedos hábiles. Una vez que Elsa estuvo perfectamente vestida y peinada, mandó que le llevaran a sus aposentos una copa de zumo de naranja, que acabó apenas unos sorbos después de vuelta a las cocinas. Los nervios le cerraban de tal forma el estómago que era incapaz de tomar nada más.

-Mírate,-le dijo a su reflejo del espejo- nerviosa y preocupada como una adolescente.

Alzó la mano y rozó con la punta de los dedos enguantados la superficie fría y pulida del espejo. Allí estaba ella, Elsa de Arendelle, aunque apenas era capaz de reconocerse. Llevaba un vestido de terciopelo azul oscuro, de mangas largas y ajustadas, y ligeramente abombadas en los hombros. El corpiño estaba ricamente bordado con exquisitas florituras en hilo plateado. El cuello del vestido, alto, estaba ribeteado con el mismo hilo de los bordados. Sobre los hombros llevaba una gruesa capa de armiño, y el hermoso cabello, recogido en un moño a la altura de la nuca, trenzado. La doncella había hecho un buen trabajo peinándola, se dijo Elsa, admirando su reflejo (y sin prestar atención a las ojeras), antes de salir de la habitación.

Los guardias la anunciaron cuando llegó a las puertas del vestíbulo. Apretó los puños, nerviosa, cuando los guardias abrieron la puerta para dejarla pasar. Cuando vio la esbelta figura de Argus aguardándola, no pudo evitar esbozar una enorme sonrisa aliviada. Había acudido a la cita, después de todo.

-Elsa.-la saludó, con una sonrisa torcida. La aludida casi corrió hacia él, pero se contuvo.

-Argus. Pensaba que no ibas a venir.-contestó, aun sonriendo como una idiota.

-¿Y perderme un día contigo?-dijo Argus, con sencillez.

A Elsa le temblaron las piernas. Por suerte, bajo las gruesas faldas no se notaba.

-Me alegro.-le sonrió-¿Vamos?

Argus le devolvió la sonrisa. Era una sonrisa sincera.

-A donde tú quieras.

Elsa notó como el rubor se le subía a las mejillas, y apartó la vista de Argus rápidamente, rezando por que él no se hubiese dado cuenta.

Salieron del castillo en dirección al patio principal, donde les aguardaba un carruaje que los llevaría a su destino, desconocido para Argus. El tímido sol de Enero les hacía cosquillas en la cara, y el cielo, totalmente despejado, parecía darles la bienvenida.

Argus le abrió caballerosamente la puerta del vehículo a Elsa, quien se lo agradeció con una sonrisa y una inclinación de la cabeza. El chico la ayudó a entrar en el interior de la cabina y seguidamente entró tras ella, sentándose en la banca de enfrente.

El poder del hielo (Primera Temporada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora