Capítulo 23 - La culpa es del alcohol

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—¿Me ibas a preparar algo? —pregunté bajando la mirada hacia la sartén que yacía en la estufa, queriendo concentrarme en otra cosa que no fuera en lo de anoche. Koltov aprovechó para agacharse y abrir las compuertas de mis muebles de cocina como si fuera su casa. Tuve que girar para comprobar que era mi casa y no la suya al ver lo cómodo que estaba aquí. No era normal lo relajado que se le veía. Siempre estaba tenso y con tanta incomodidad que siempre me miraba mal o gruñía, realmente no me asustaba eso. Ahora lo que me asustaba era lo cómodo que estaba a mi alrededor. Dios mío, ¿habría pasado algo más que mi mente se negaba a recordar? Porque si era así el momento de recordarlo era ahora, estaba a tiempo de correr fuera de esta casa lista para montarme en un avión e irme lejos de aquí. Como a miles de kilómetros si eso significaba que hice algo de lo que me arrepentiría algún día—. Uh, ¿hay alguna razón en específico por la cual estás aquí casi sonriéndome y preparándome el desayuno mientras te paseas en mi cocina como si fuera la tuya?

Cuando lo miré otro atisbo de sonrisa se asomó a un inusual rostro relajado.

—Sí —contestó—. Quería prepararte el desayuno, es lo menos que puedo hacer para que me hagas este inmenso favor que necesito de ti ahora.

—¿Qué favor? —Mi voz salió en un chillido.

Se dio la vuelta y siguió preparando las cosas como si fuera su departamento.

—Voy a ir de vuelta a casa y necesito que cuides de Peludo —dijo como si no fuera gran cosa. No me atraganté con mi café porque no lo había tomado aún, pero sí con mi saliva. Él no me vio tratar de tragar mi propia saliva que casi me mata de asfixia—. Estaré todo el día afuera y hasta es probable que regrese mañana por la tarde así que pensaba que tú podrías cuidar de mi gata mientras estoy ausente.

—¿Así? —Mi voz de nuevo salió en un chillido. Ocurría siempre que recibía una noticia para nada agradable. ¿Yo, cuidar de un animal? Sí, eso no era probable. La última vez que lo hice maté al hámster de mi hermana porque lo había bañado y luego puesto en el sol para que se seque. Por supuesto, estaba en su jaula y murió disecado. Tuve que mentirle a mi hermanita y decirle que su mascota había escapado porque no soportaba estar encerrado, eso la hizo entender que los animales no deben estar encerrados, y a mí; que no deben tomar sol largas horas porque se achicharran—. No sé si deba...

—Claro que sí. —Koltov se dio la vuelta para abrir mi refrigerador. Sacó huevos y jamón. En ningún momento me miró, no podía notar el pánico en mi voz así que traté de tomar el control de esto.

—Verás, los gatitos son lindos y bellos pero no me veo siendo niñera de Peludo por más de dos horas. Probablemente cuando regreses yo lo habré perdido o alguna cosa así y no quiero morir joven siendo tú mi verdugo. ¿Por qué no lo llevas a tu casa mientras pasas el rato con tu familia? Así todos disfrutan de ella.

—Mi padre es alérgico a los gatos y mamá... no le gustaría que llevara a Peludo allí.

Eso llamó mi atención.

—Entonces, ¿cómo hicieron para convivir con Peludo mientras aún vivías con ellos? —La mirada mortal que me lanzó realmente me asustó. Supongo que toqué un nervio, o miles, cuando se dio la vuelta y con una sorprendente agilidad colocó los huevos en un plato y lo puso en la encimera.

—Para ti. —Ni siquiera registré el olor a huevo frito hasta ese instante. Nunca me había arrepintiendo tanto de inspirar por la nariz hasta ese momento, porque ni bien el olor se registró en mis pulmones, corrí hacia el baño y como pude boté por la boca todo aquello que ayer había consumido como si fuera agua.

Escuché pasos pero ignoré a Koltov mientras aún vaciaba mi estómago. Una vez que las arcadas terminaron y jalé el escusado me apoyé en la pared y cerré los ojos, sintiéndome un poquito mejor al arrojar mi vida en el inodoro.

Lo que dure nuestro amor | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora