Capítulo 1

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Amy Rose se encontraba sobre el contenedor verde de basura, en el callejón que se extendía en la parte trasera de la casa de su madre, mientras observaba a su media hermana que jugaba dentro del arenero. Iluminado por los rayos del sol, las púas rosa de la niña brillaba incandescente y era del mismo color que el de Amy, pero estaba cubierto por una gorra de béisbol. Sumamente frustrada, Amy no podía distinguir si la pequeña compartía sus ojos color jade. No necesitaba un espejo para advertir las diferencias entre ambas: el rostro de la niña de tres años de edad era alegre, regordete, rosado, a diferencia del suyo, que estaba escuálido y curtido. La pequeña se divertía mucho enterrando su muñeca bajo la arena. Llevaba a cabo una especie de funeral liderado por un muñeco que vestía una camisa hawaiana. Pese a su cruda realidad, Amy no pudo evitar sonreír. Su hermana ya parecía ser todo un personaje.

─¿Crystal?

Amy se apartó hacia la sombra del seto de hojas perennes y de olor penetrante, que marcaba el límite. Tiempo atrás, lo habían recortado demasiado, por lo que mostraba la cicatriz oscura de las ramas internas que no habían vuelto a crecer. Como Amy no veía a su madre desde hacía cuatro años, la existencia de su hermana no había sido real hasta ese momento. ¿Por qué demonios había regresado a invadir sus vidas agradables y ordinarias?, se preguntaba Amy.

Más allá de todo, está Crystal. Tengo una hermana llamada Crystal. Se puso una mano en el corazón y sostuvo el pensamiento como si fuera una frágil flor prensada.

─Mami, Barbie ha muerto ─la niña golpeó la tumba con una pala de plástico.

─¡Qué encantador, cariño! ─claramente, su madre, Maya, no estaba escuchando. Era una eriza delgada de un poco más de treinta años, con las púas rosa oscuro y la tonicidad muscular propia de una practicante regular de yoga, como bien lo insinuaba la colchoneta que se encontraba sobre el césped─. Te traje algunas galletas y leche. Luego es hora de que duermas la siesta ─retiró a la niña del arenero y a sacudió─. ¡Dios mío, mírate! ¡Estás terrible!

Crystal continuaba mirando la arena.

─Está muerta, como tu otra hija.

Al escuchar que la mencionaban, Amy estuvo a punto de caer de la parte superior del contenedor de basura. ¿Su madre le había dicho a su hermana que ella había muerto?

─Entonces, ahora estoy triste como tú ─comentó la pequeña mientras acariciaba las mejillas de su madre.

Maya tragó y, a continuación, escondió su cabeza en el cuello de la pequeña. Luego se aclaró la garganta.

─Comprendo que estés triste, querida. Encontraremos a Barbie y todo estará bien. ¿Dónde está?

─Ken la enterró ─la pequeña eriza señaló el muñeco que estaba recostado boca arriba mirando fijamente el cielo.

Maya dejó salir a Crystal sobre el césped, hurgó en la arena y sacó la Barbie, que llevaba puesto un vestido de gala azul brillante para su funeral. Sobresaltada, Amy se dio cuenta de que era la misma prenda que ella había atesorado para su muñeca cuando tenía la edad de Crystal. Su madre debía de haberla conservado. Amy evocó vívidamente la caja de plástico rosa de los juguetes, en la que no pensaba hacía varios años. La había cubierto de calcomanías brillantes. ¿Estaría también en algún rincón de la casa de Maya? Amy no había pensado que a su madre le interesara guardar cosas suyas en su casa, sobre todo luego de su último encuentro. Había terminado muy mal.

─Ves, Barbie se encuentra bien ─expresó Maya con la voz temblorosa─. Simplemente sacúdela un poco y estará como nueva.

Una vez olvidada la muerte, Crystal sujetó la muñeca boca abajo y corrió por el jardín hacia el pequeño porche techado de la parte trasera de la casa revestida en piedra. Dejó a Barbie sobre la mesa, levantó una taza de doble manija y tomó una galleta. Segundos después, desapareció dentro de la casa. Habría ideado algún otro juego en su mente ágil. Maya permaneció inmóvil, con las manos en las caderas y la cabeza inclinada.

A Amy se le secó la garganta. ¿Podría arriesgarse a hablar? Cuatro años atrás, su madre se había vuelto a casar en una playa del caribe y no había invitado a ningún familiar. Aquel había sido el motivo de su última discusión. Ambas se habían dicho cosas muy estúpidas, como un par de gaviotas alborotadas que reñían por el mismo trozo de pan. A Maya podría no agradarle la existencia de su hija mayor, pero tenía que admitir que compartían el mismo temperamento. Y por supuesto, Amy no había podido evitar hurgar en su propia herida al observar las fotografías en Facebook de la pareja acariciada por el sol, vistiendo trajes de baño blancos y guirnaldas de flores. El nuevo marido era programador de computadoras y trabajaba en la universidad. Tenía las púas oscuras y exhibía sus dientes blancos con orgullo cada vez que sonreía. Amy lo detestaba por una cuestión de principios.

Lanzó un suspiro. La eriza había madurado mucho gracias a las experiencias que había vivido; aquella pelea le parecía insignificante y comprendía que en la nueva vida de Maya no había lugar para la complicación de una hija adolescente. Maya había tenido a Amy cuando aún iba a la escuela y había tardado muchos años en reencaminarse luego de aquel temprano contratiempo. En el presente, el matrimonio tenía una niña pequeña muy dulce; la recompensa por haber hecho finalmente las cosas bien.

¿Alguna vez habría sido tan adorable como Crystal? Amy estaba tan cansada de sí misma que no podía imaginar nada agradable, ni siquiera en sus primeros días. Además, su madre no había querido conservarla, por lo que la respuesta era no.

Amy se quitó una hoja de las púas y la dejó caer mientras debatía si debía presentarse ante su madre o no. No vivía con Maya desde que tenía cinco años porque sus abuelos paternos se habían hecho cargo de ella para que la joven madre pudiera regresar a la universidad. Per so había mantenido en contacto y Amy solía pasar las vacaciones con una muchacha a la que sentía cada vez más como una hermana mayor o una prima, hasta el momento en el que le había exigido más y Maya había lanzado la bomba de que se casaría y seguiría adelante con su vida. Amy aun recordaba el intenso dolor en el estómago que le había causado saber que no era querida. Por lo tanto, luego de eso, había decidido proteger su corazón y dejar de desear que Maya cumpliera un papel importante en su crecimiento. Abu había suplido la ausencia materna a la perfección. A pesar de todo, a Amy la perturbaba que su madre afirmara que estaba muerta.

Había días en que ella también habría deseado estarlo.

Miró el tranquilo callejón por encima de su hombro. La estaban persiguiendo. Lo último que querría era causar problemas a su familia, pero no podía escapar sin decir nada, menos aún después de haber corrido el riesgo de llegar hasta allí. Un lo siento probablemente sería suficiente.

─¿Mamá? ─ su voz brotó áspera, casi como un susurro.

Turbada, Maya alzó la cabeza sin estar segura de sí había oído una voz. Sus mejillas estaban húmedas.

─Lo...

Un estruendo proveniente de la casa, seguido por un gemido, interrumpió las palabras de Amy.

─¿Crystal? ─ Maya se volvió y corrió a toda prisa hacia la casa─. ¿Crystal? ¿Te encuentras bien?

Por los fuertes sollozos que venían del interior, Amy imaginó que Crystal estaba bien. El silencio siempre era más ominoso. Cerró los ojos y estrujó las hojas perennes, que liberaron un mayor olor amargo a resina. Crystal la había salvado de cometer un grave error. Le dolía que su madre la considerara muerta, pero aquello era más seguro para la pequeña familia. Lo que Maya desconocía de su hija mayor no podía hacerle daño. Era mejor continuar siendo un fantasma.

Amy saltó del contenedor de basura, alzó la mochila que estaba apoyada contra el seto y cargó al hombro todo lo que tenía en el mundo. Su familia no cabía ahí dentro.

Stung (sonamy)Where stories live. Discover now