C5: Pulseras de hospital.

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Mi padre.

Aunque, teniendo en cuenta cada factor referente a él, su verdadera denominación sería: donador de esperma. Porque eso fue exactamente lo que hizo, darle lo complementario que mi madre necesitaba para mi creación.

Durante los pocos años que pasé a su lado fui la niña más feliz de todo el universo. Sin exagerar. Él, desde mis pequeños tres años, solía decir lo mucho que siempre deseó una pequeña princesa que lo acompañara en sus aventuras, y que su mayor deseo se cumplió luego de mi nacimiento. Recuerdo cada oración que de él salió, por más irreal que parezca. La verdad es, que por más que mi memoria es mala, nunca pude olvidar cada año junto a él, porque bien es cierto que te aferras a lo que más te lastima.

Puedes ver a un cachorro frente a tu casa y olvidarlo a los días, pero si ese cachorro hubiera sido atropellado frente a tus ojos, te aseguro que te constará años olvidarlo. Así es la cruda realidad de la vida.

Recuerdo más que nada el día en el que me dio mi último beso de buenas noches; había tenido una pelea con mi madre por sus peleas con mi padre. Sí, lo defendía con mi vida. No olvido lo que le dije aquella tarde: si no puedes entender a mi padre, entonces entiéndeme a mí; yo lo amo, eso es lo que te debe de importar. Muchas más cosas salieron de mi boca y juré no hablarle por toda la eternidad si no se disculpaba con él, pero entonces, a la noche, mi progenitor entró a verme y explicó las innumerables razones por la que no debía pelear con la familia.

Sí, él, que nos abandonó al día siguiente hablaba de la importancia de la unión.

Besó mi frente y prometió estar para mí durante cada día de mi vida. Al siguiente día, lo esperé como cada noche en el sillón, con nuestro programa de las siete y treinta, ese que veíamos cada noche para reírnos horas.

Sin embargo, esa noche nunca llegó.

No llamó, no visitó, no envió un texto, pero, lo que más me dolió fue que no se despidió, y, más adelante, su promesa se convirtió en cenizas.

¿Pueden imaginarnos a mi madre y a mí buscándolo por cada hospital, rogando que estuviera bien? Haciendo llamadas y gastando nuestros ahorros para encontrarlo. Pero un mes después decidió enviar un correo electrónico: estoy bien, no se preocupen por mí.

Esperaba más del hombre que me enseñó a ser noble, valiente, leal y de palabra.

Nunca regresó, nunca llamó o intentó comunicarse. Jamás supe la razón de su partida, y, para ser sincera, prefiero no saberlo.

Fue ahí cuando entendí dos cosas: uno; los cuentos de hadas que él contaba cada noche no eran reales y dos; lo que conoces de una persona es sólo la fachada, nunca, aunque lo intentes por años, sabrás quién es realmente. Dejé de confiar, dejé de ser yo misma, por años. Luego conocí a West, quién me enseñó más de una vez que estaba muy equivocada con el sentido de la vida, años después me enseñó que, efectivamente, nada es para siempre.

Pero aquí estoy, sentada junto al chico que me hace suspirar, mientras revisa que esté bien. Definitivamente, no puedo verle el lado negativo a la situación, sin embargo, dicha escena que el protagonizaba me hacía recordar, de alguna extraña forma, a mi padre.

—¿Cuántos dedos ves? —pregunta, alzando tres dedos frente a mis ojos.

—Cuatro —respondo, concentrándome en sus ojos.

Sí, cuatro. Mi torpeza no termina de morir.

—Será mejor que la lleves a la enfermería —opina Monique.

—Estoy bien —ruedo los ojos—. Veo tres dedos -corrijo.

Un suspiro sale de la profesora de teatro.

Código de Amigas [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora