El nido en llamas

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Suave y ligero. Menos mal que hay algo que se me da bien. La caída, en efecto, no supuso problema alguno para el joven, nada que no hubiera hecho antes. Ya disponía de un cúmulo de hojas amplias que había ido trayendo del Bosque Hidrios y que había colocado debajo de su ventana a modo de amortiguadoras para cuando saltara. Teniendo eso en cuenta, el logro más bien había que atribuirlo a las enormes hojas antes que a las habilidades motoras del chico. Normalmente, Altaír caía sobre esas hojas para ver a sus amigos, rehuyendo a la guardia del palacio. Resultaba melancólico pensar que en esa ocasión saltaba para escapar, para alejarse de ellos y de todo lo que había conocido. Realmente había sufrido una oleada de dudas en el extraño ambiente que imbuía su habitación, y aún las tenía. Pensaba que quizá las milicias lo integrarían alegremente una vez conocieran su relación con otros chicos de las capas bajas de la ciudad, pero no había manera de saberlo, no había forma de saber quién abriría la puerta de su habitación y para qué. Pese a todo ello, Altaír no habría reunido el coraje para emprender la huida si no hubiese sido por las palabras del anciano Donkor, cuyo broche en forma de buitre sostenía en aquellos momentos la nevada capa del muchacho. Probablemente fuera la persona en la que más confiaba, era, con distancia, quien más se había preocupado por su desarrollo, su instrucción y su bienestar, además de que el viejo druida había leído sobre todos los temas que uno pueda imaginarse y gozaba de una inteligencia y picardía únicas. Y pensar que ahora podría estar en peligro... no, él no se dejaría atrapar tan fácilmente. Lo había previsto todo, seguro que tenía algún plan. El ambiente fuera estaba desértico, las calles estaban asoladas, tan sólo destacaban algunos cuerpos, no muchos, de los soldados fieles a su padre que habían caído contra "el pueblo". El único ruido provenía del interior del palacio. ¿Estarán todos ahí dentro? ¿La ciudad entera? ¿Acaso caben? Es imposible, tiene que quedar gente fuera... En efecto, toda la población de Melanidria, la segunda ciudad más grande del ya desmantelado Imperio Hídrico de Guipar, no podía caber en el gran Palacio Cruzado, por magnífico que fuera. Debían de estar tomando otros puntos estratégicos y fortalezas, que Altaír conociese había por lo menos cinco en toda la ciudad. Melanidria consistía en realidad de cuatro islotes sobre el gran río Krasis, el más ancho conocido, que cruzaba horizontalmente el continente y era la desembocadura de la mayoría del resto de ríos. Sus aguas, como las de muchos otros ríos en los últimos días, portaban el color de la obsidiana, el agua potable del continente residía ahora en los manantiales (en manos de las órdenes de druidas), en los oasis del condado de Ma'an-Tariq y en algunas presas de titularidad diversa, todo ello de acceso restringido. En cualquier caso, Melanidria, como capital del Imperio estaba perfectamente conectada, tanto por el río, donde se efectuaba la mayor parte del comercio, como por tierra, ya que era el punto de unión de todas las calzadas principales del territorio imperial. Así pues, existían cuatro grandes puentes, antaño levadizos, ahora sólidos y de piedra, dada la afluencia de personas, carros y mercancías que entraban a la ciudad a diario. Cada puente conectaba cada uno de los islotes con la orilla del río. Cuatro puentes de menor volumen y levadizos conectaban las islas entre sí, otros cuatro iguales, en diagonal, daban acceso al Palacio Cruzado, en el centro de las cuatro islas. Ciertamente no era una ciudad fácil de asediar por un enemigo externo, al menos el palacio, que una vez levados los puentes resultaba inaccesible si no se tenía el control sobre el desproporcionado río Krasis. Y ahí estaba la clave, en los dos grandes puertos de la ciudad al este y al oeste, si los revolucionarios querían controlar Melanidria necesitaban controlar las aguas y los barcos del Krasis, y en ello debía estar una buena parte de ellos. Como cabía esperar, Altaír no podía dejar de pensar en qué parte de la gran ciudad estarían aquellos que, pese a ser un noble de palacio, lo habían aceptado y protegido, especialmente...

[Isla Cruzada. Puente del Palacio Cruzado con la Isla del Sureste]

—¡Hermes! ¿Se puede saber qué estás haciendo?

—Que me dejes, Ianthe, sé lo que hago. —El muchacho, de tez morena y bastante fuerte para su edad, se hallaba activando el mecanismo para subir el puente de acceso al palacio, impidiendo el acceso desde la Isla del Sureste. Ianthe, una chica rubia y de aspecto astuto lo miraba extrañada. Ambos eran adolescentes, entre quince y diecisiete años.

—¿Se puede saber en qué momento hemos recibido órdenes de levar este puente? Además, te vas a hacer daño, esa cosa la suelen accionar entre dos o tres personas. —Un tercer chico, de cabello castaño claro rizado y apariencia despreocupada observaba atento la escena.

—Me lo acaban de decir. Nadie puede abandonar el Palacio Cruzado, así que déjame terminar. —Los ojos color miel del chico seguían clavados en el tosco mecanismo, formado por engranajes del tamaño de dos personas corrientes. Finalmente, las robustas manos del chico accionaron el tortuoso entramado, causando el sobresalto de Ianthe. Un gran estruendo acompañó la elevación del puente, que ascendía poco a poco frente a ellos. —Pues ya está.

—...

—¿Qué pasa? No me mires así, me ha costado un gran trabajo accionar esta basura. 

—Había un método más sencillo, me podrías haber pedido ayuda. —Añadió el de pelo rizado, Temis. Hermes inclinó la cabeza, dándole la razón parcialmente.

—¿Me explicas quién te ha dado la orden de subir el puente si en ningún momento nos hemos movido de aquí y nadie ha venido? —Preguntó Ianthe, firme pero serena. No era una persona fácil de alterar.

—¿No lo has visto? Ha pasado uno de los capitanes durante un momento, se fue enseguida. Creo que estabas distraída jugando al kéntror con Temis. —El kéntror era un juego de mesa similar al ajedrez muy popular en todas las zonas cercanas al río Krasis.

—Uh... No sé si ella estaría distraída pero yo no, y te aseguro que por aquí no ha pasado nadie.

—Pues hombre, lo mismo digo. —Ambos parecían poco satisfechos, aunque en Temis se podía vislumbrar una ligera sonrisilla entretenida. Hermes se mantuvo en silencio mientras se sacudía las manos, con alguna pequeña herida después de la hazaña del puente.

—Yo os digo lo que he visto, creed lo que queráis. —Dijo en voz baja tras varios segundos en silencio.

—Llevas todo el día comportándote de manera extraña. También es verdad que es un día extraño, pero... no sé. —Temis movió ficha en el kéntror tras sacudir los hombros. El puente ya estaba totalmente subido frente a ellos, sentados sobre el césped. A su derecha, el sol tornaba ya naranjas las aguas del río, quedaban escasos minutos de luz. Hermes mantenía la mirada fija hacia abajo.

—Puedes contárnoslo, más bien deberías, ¿o pretendes ir de puente en puente accionándolos todos hasta que se te pase? —Ianthe ya no prestaba atención al tablero, Temis parecía estar jugando él solo, y, lo que es más curioso, parecía concentrado en ello. Sólo se escuchaban las fichas del kéntror. —¿Puede ser por Altaír? —El chico seguía callado, pero pareció tensarse ante la pregunta de Ianthe. —Yo también estoy preocupada, pero no podemos hacer nada, los capitanes son buenas personas, no lo van a tratar mal.

—Si lo encuentran. —Interrumpió Temis. —Sabe arreglárselas, puede que se haya escapado del palacio. 

Hermes levantó por fin la mirada hacia ellos. —Cómo que sabe arreglárselas. ¿Tú sabes la de veces que he tenido que sacarlo de líos?

—Meh, tienes que reconocer que al menos es escurridizo. — Añadió Temis con una media sonrisa. Hermes no parecía convencido.

—Así que por eso estabas preocupado, ¿no? —Ianthe no obtuvo más respuesta que el silencio, claro que, a veces eso era la más clara de las respuestas. —Pero, entonces, ¿de qué te sirve jugar con el puente? —Dijo sonriendo.

—Ya da igual. Solo he conseguido cortar una salida, a estas alturas o lo han matado, o lo han encarcelado, o ha escapado por cualquiera de los otros tres puentes. 

Temis encendió una antorcha, el cielo ya se había cubierto de azabache. De pronto se levantó, ascuas en mano. —Y bien, ¿no queréis ir a comprobarlo? —La sonrisa de Hermes no tardó en llegar. En pocos segundos, los tres estaban ya en pie. Fuera quien fuese quien los había puesto a cargo de esa entrada había tomado una mala decisión, claramente.




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⏰ Last updated: Mar 23, 2019 ⏰

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Los afluentes de Guipar: del cobalto a la obsidianaWhere stories live. Discover now