Brillo

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Los ojos de Alfred miraban por la ventanilla de la furgoneta, cansados, recorriendo el paisaje siguiendo las luces de la carretera. Pol se había dormido en el otro asiento con el libro de Derecho en las rodillas. Todo el coche rezaba paz y tranquilidad.

Mañana tocaba concierto en Pamplona, y hacía allí se dirigían nada más dejar la anterior ciudad. En el corazón de Alfred aún residía un poco de adrenalina del concierto de hace unas horas, todavía le pitan un poco los oídos y le tiemblan las puntas de los dedos.

Abrumado, se deja dormir contra la fría ventanilla del coche.

Le despertó un bache un tiempo después, para encontrarse ante la explendida Pamplona, aquel lugar donde se había refugiado tantas veces después de la Academia. Donde había descubierto lo mejor de ella, y de él, en los rinconcitos de la ciudad, huyendo de la gente, metidos en su burbuja. Aquel colchón donde se declararon mil y una veces, aquellas calles que a altas horas de la madrugada les había visto correr riendo, libres.

Y ahora no había nada para él allí. Aquello era territorio hostil y su corazón latía al ritmo de sus pensamientos.

-Este es el hotel, chicos. - El conductor de la banda aparcó frente a un edificio y se giró para mirarles. Alfred golpeó a Pol para que despertara. - Os recojo a las 6:30 para ir a la sala.

-Gracias, Andreu. - Alfred baja suspirando, notando la adrenalina subir de nuevo por su espina dorsal al posar los pies en el empedrado pamplonico. Una vez más.

-Bua, tío, estoy agotado. - Pol arrastra los pies tirando de la maleta. - Voy a dormir hasta las 2 o así, ¿tienes planes?

-Estoy cansado, pero... No sé si darme una vuelta. - Alfred respiró con ganas, sintiendo el aire fresco llenar sus pulmones.

-No te agobies, que te conozco. - Pol deja su mano sobre el hombro de Alfred. - Ella no está aquí, lo sabes.

-Sí, lo sé. Sólo quiero pasear.

Pol asintió y dejó que el chico hiciera lo que le pareciera.

Alfred llevó su maleta a la habitación y le faltó tiempo para huir del edificio, para recorrer con prisa cada calle, respirando con ganas, rozando con las yemas de sus dedos los edificios.

No se dio cuenta de a dónde se dirigía hasta que se encontró frente a la casa de Amaia.

-Mierda.

Lágrimas recorriendo su mejilla, puños apretados, rabia. Dolor. Sus pies le hacen huir calle abajo, a saber dónde, pero se deja llevar, se deja alejar de aquel lugar.

Pronto encuentra un pequeño parque en el que se sienta y rompe a llorar, sintiendo un nudo en la garganta.

-Contrólate, Alfred, contrólate... - Se murmura a sí mismo, obligándose a respirar. - Venga...

La ruptura había venido de repente. No había habido signos anteriores de todo lo que Amaia le echó en cara en aquel momento. "Pasas de mí", "merezco algo más". Alfred recuerda escuchar aquellas palabras de los labios de ella y sentir que era una completa desconocida. Intentaron hacerse culpables el uno al otro, los dos fueron a matar.

-No nos entendemos, Alfred

-Pero, ¿qué dices?

Alfred dio vueltas por el salón del nuevo apartamento de Amaia. Ella, sentada en una silla, suspiraba.

-¿Tú estás contento conmigo?

-¿Yo? Por supuesto que sí, pero ya veo que tú conmigo no. Y no lo entiendo. Joder... No lo entiendo.

Tú, yo, y toda nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora