Mediterráneo

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Amaia había sentido el mal estar de Alfred cada noche, cada vez que leía las noticias referentes a los miles de migrantes que se perdían en el mar. La chica sabía que Alfred siempre había estado muy involucrado en estos temas, y que cada nueva situación política era para él una oportunidad de darle bombo a su ONG preferida, Open Arms.

Pero últimamente Alfred estaba cada vez más intranquilo, como si su deseo fuera mucho más allá de hacer activismo digital. Alfred quería vivir, quería sentir la sal en su nariz, quería sentir el mar inundar su realidad.

Amaia sentía que le estaba reteniendo allí. Ella apostaba por la misma ideología que el catalán en estos temas, pero no sentía su misma necesidad por vivirlo, por ayudar con sus propias manos.

De todas formas, aquel día, de nuevo, notó cómo Alfred daba vueltas en la cama, cómo suspiraba de vez en cuando, y no quiso simplemente abrazarle y pedirle que se durmiera.

-Titi. - Amaia se sentó en el colchón y encendió la lámpara de la mesita. - ¿Qué te pasa?

Alfred la miró con ojos cristalizados y se sentó junto a ella.

-Me ha mandado un mensaje Josep. - Confiesa el chico, sollozando. - Deben ir en tres días a algún lugar cerca de Sicilia... Una patera con unas... 300 personas. La mitad niños.

-¿Por eso lloras? - Amaia limpia las lágrimas que se escapan por las mejillas de Alfred, enternecida. - Ve.

Los ojos del chico la miraron fijamente.

-¿Qué?

-Llevas días rarísimo, y sé que quieres ir. - Amaia suspira. - Sé que necesitas ayudar, cucu, estás hecho para eso.

Alfred forzó una sonrisa y asintió.

-Siento que es mi deber.

-Lo sé. - Amaia besó su mejilla y Alfred recostó la cabeza en el hombro de la chica. - Y sé el bien que te hará ir, nen.

-No quiero dejarte sola.

-No quiero sentir que te retengo aquí. - Amaia besó su frente. - Titi, dile a Josep que vas. Por favor, ve. No quiero atarte a mí.

Y cuando Amaia vio los ojos vidriosos de Alfred, supo que hacía bien, aunque la preocupación inundó su interior ante la posibilidad de que le pasara algo al rizoso.

Tres días después ambos se despedían en el puerto de Barcelona, viendo Amaia como Alfred subía al barco arrastrando una bolsa llena de ropa de repuesto, con su sudadera roja, con ilusión bajo los hombros. Desde tierra, Amaia, los padres de Alfred y Marta, la mejor amiga del catalán, lloraron su partida hacia el Mediterráneo.

-Has hecho bien. - Susurró Marta en el oído de Amaia al abrazarla fuerte. - Necesita volar.

-Lo sé, sólo tengo miedo de que vuele más de lo que debería.

Dos días después, Alfred miraba al horizonte en la proa del gran barco rojo. El viento despeinaba sus rizos y calmaba sus pensamientos, le acunaba con cariño. Sus ojos brillaban llenos de luz, mirando a un cielo lleno de estrellas.

-Freddie. - Le llamó Josep, dando una palmada en su hombro. - Es el momento.

Alfred le miró, y un impresionante sentimiento de valentía le rodeó. Inspiró aire y asintió.

-Estoy listo. - Sonrió y siguió a Josep hasta el almacén, donde todos los voluntarios se preparaban para acoger a aquellos migrantes que esperaban ansiosos su llegada.

Alfred se calzó sus botas, se puso su chubasquero rojo y salió, totalmente preparado.

Amaia miraba por la terraza, en algún punto de Barcelona, viendo el horizonte a lo lejos.

Tú, yo, y toda nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora