Frío y Calor

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No podía dormir. Sentía su cuerpo estremecerse por el frío bajo las dos capas de sábanas y mantas que tenía su cama. Se sentía incómodo con su temblor y soledad en aquel colchón.

Levantó un poco la cabeza mirando alrededor, esperando ver a alguien igual que el, con los ojos bien abiertos y la mente ocupada. A pesar de sus esperanzas por encontrarse a Míriam leyendo, como solía hacer siempre que no podía dormir (lo cual era muchas veces), ella también estaba profundamente dormida, al igual que todos sus compañeros, bien acurrucados en sus camas. Roi dormía incluso con medio cuerpo fuera del colchón, con el brazo y el pie tocando el suelo. A Alfred le subió un escalofrío sólo de pensar en tocar el suelo con los pies desnudos.

"Joder, todos durmiendo como troncos y yo despierto y muerto de frío."

Volvió a acostarse sobre la almohada, enfurruñado. Si se levantaba despertaría a alguien, probablemente, y sabía que si salía de la habitación al día siguiente le echarían la bronca. No tenía ganas de aguantar ninguna queja ni ningún reproche, así que se resignó y miró al techo.

De nuevo, se sentía terriblemente solo. Aquella última semana había dormido con Amaia, en una cama demasiado pequeña para los dos, pero sin embargo se habían sentido tan agusto, bien pegados el uno al otro, compartiendo la misma almohada que guardaría sus mismos sueños. Aquella tarde habían tenido una discusión tonta y la chica le había dejado clarito que esa noche cada mochuelo dormiría en su olivo. Alfred, acompañado de su orgullo, se acostó en la cama de enfrente con un gruñido molesto, viendo como Amaia suspiraba con el ceño fruncido y se acostaba, toda digna, mirando a la pared. Roi se había reído de la parejita, diciendo que parecían críos, mientras se acostaba imitando a Amaia, poniendo pucheros, clavando todos esos gestos faciales propios de la chica cuando se quería mostrar molesta. Alfred había querido reírse, pero si Amaia le hubiera escuchado reírse de la perfecta imitación de Roi, probablemente le hubiera regalado una mirada asesina y todo iría a peor. Así que Alfred, aún divertido con las tonterías del gallego, le regaló una sonrisa con una mirada cómplice y le deseó las buenas noches.

Alfred no aguantaba más en esa cama. Primero se sentó en el colchón, mirando de nuevo a todos sus compañeros, esperando escuchar un "¿tú también estás despierto?" o un "¿subes a mi litera? No puedo dormir". Nada de nada, todos como lirones en sus camas. Su mirada se posó justo enfrente suyo. Los pies de su cama estaban pegados a los pies de la cama de Amaia, por lo que se veían a la perfección. La chica dormía pegada a la pared, como dejando ese huequito que había pertenecido a Alfred aquellos días, con el pelo revuelto y los labios entre abiertos. Estaba tan guapa, tan achuchable, tan... Amaia, que Alfred sintió un nudo en el estómago.

"A la mierda, que me riñan mañana, yo me piro"

Se puso unos calcetines, sus gafas de pasta y salió de la habitación con cuidado, cerrando la puerta tras él. Caminó con pies pesados, recorriendo la academia que había sido su hogar esas semanas. Se le nubló la vista con el recuerdo de Amaia, de su discusión aquella tarde, de cómo le había dolido a ella que Alfred se hubiera ido de la habitación dejándola sola con sus reproches para pasar el rato con el resto de concursantes. Recordó como la había visto limpiarse una lágrima al cruzar desde la cocina y los sofás para meterse en un box, casi corriendo. Pero Alfred había sido orgulloso y se había quedado en el sofá sentado con su guitarra, fingiendo indiferencia.

Ahora los roles se habían cambiado, y era él el que lloraba solo, y ella la que descansaba tranquila. Sintió que se lo merecía, era lo justo.

Se sentó en los sofás y ahí estuvo un rato, con la tranquilidad de que a esas horas no había cámaras, no había vigilantes, no había nadie. Solo él. Así que lloró contra las mangas de su sudadera, agobiado a la vez por Amaia y el frío que inundaba sus huesos.

-¿Alfred?

Mierda. Alfred se giró, con rastros de lágrimas en sus mejillas, para encontrarse a una Amaia medio dormida mirándole extrañada. Se giró de nuevo rápidamente, ocultando la cara.

-Oye... Cucu... - Amaia se sienta a su lado, con movimientos lentos, propios de una persona que apenas ha acabado de soñar. - No llores, que te pones feo. Ay no, no te pones feo, tú siempre estás guapo... Pero no llores, jo...

-Da igual. - Sollozó Alfred, sacudiendo la cabeza.

-Ven a la cama, anda. - Susurró Amaia, dejando un beso en la mejilla del chico. -Ven conmigo...

No se podía negar. La propuesta de seguirla a la habitación era tentadora, tanto que Alfred no tardó en asentir y levantarse. Ninguno de los dos quería hablar, y tampoco les hacía falta. Alfred siguió a Amaia hasta la habitación, abrieron la puerta con suavidad y se dirigieron a la cama de ella. Ella se acostó antes que él, pegándose a la pared, posando la cabeza en la almohada y con los ojitos más tiernos que Alfred había visto jamás, le invitó a el chico a unirse. Alfred no se hizo de rogar: rápidamente, huyendo del frío, se metió bajo las sábanas y se apretujó a Amaia, enredando las piernas, abrazándose con fuerza. Alfred dejó un beso suave, casi tanto que era probable que Amaia sólo hubiera sentido un cosquilleo, en la nariz de la chica, y ella respondió con un lento y pesado beso, tan simple que parecía que simplemente había posado sus labios en los de Alfred y se había separado: Amaia se estaba durmiendo otra vez y sus movimientos la delataban.

-T'estimo. - Murmuró Alfred, cerrando los ojos.

-Jo mès. - Contestó Amaia, arrastrando las palabras.

-¿Mès?

-Mès, cucu, mès.

Y ella cayó rendida, con los labios ligeramente separados y los párpados tranquilos. Alfred le colocó algún mechón detrás de las orejas para que no la molestaran y suspiró, mucho más tranquilo. Sintió calor, sintió como todo el frío había abandonado su cuerpo, como el contacto con Amaia había hecho que su cuerpo se destensara y calentara, pero sin ninguna connotación sexual, un calor maduro, un calor que se expandió de pies a cabeza.

Y de nuevo, como todas las noches que había tenido la suerte de compartir con Amaia, se sintió agusto, se sintió en casa.

Y bajo el agarre de su chica, se sintió protegido.

Tú, yo, y toda nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora