Bienvenida

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El viaje a Nueva York para grabar parte de su disco le empezaba a pasar factura: necesitaba descansar, tomarse un respiro. Necesitaba sentir que estaba en casa, necesitaba sentirse rodeada de ese aroma tna peculiar...

Pensaba en él especialmente cuando se duchaba: en casa las duchas eran la mar de divertidas, pues Alfred solía sentarse a charlar con ella mientras se enjabonaba. O eso, o se unía a la ducha y terminaban enredados el uno en el otro.

Ahora estar bajo el agua torrencial era sólo significado de soledad y silencio. Allí estaba ella, con las gotas cayendo por su cuerpo, relajándola a la fuerza, obligándola a dejar descansar sus hombros.

"Te echo mucho de menos, titi, de verdad. La casa no es lo mismo sin ti... Sí, jo estic molt bé, Amaix... Te echo mucho de menos."

Las palabras que Alfred le había dedicado a través del teléfono le retumbaron en la mente, y su simple recuerdo hizo que su cuerpo se pusiera alerta. Notó cómo su cuerpo prendía una mecha en su vientre, y como casi sin pensar sus dedos más valientes partían hacia su punto bajo. Apoyó la frente en el azulejo de la ducha, dejando que el agua corriera por su espalda, que se llevara todo lo malo. Sus dedos hacían experimentados círculos haciendo que Amaia gimiera en silencio.

"Recuerda esto cuando estés allí, cuando te encuentres sola. Recuérdame a mí, recuerda cómo te toco, Amaix."

-Al... Alfred... -Amaia se dejó gemir, sintiendo cómo su cuerpo se acercaba al orgasmo.

Círculo, círculo, temblor. Orgasmo.

Y tan rápido como vino, se fue, y Amaia suspiró, apoyándose con toda su espalda en la pared de azulejo, sintiendo el frío penetrar en sus huesos. Cerró el agua e hizo una mueca.

Necesitaba tenerle cerca. Aunque fuera tan sólo unas horas.



Dos días después, Amaia miraba alrededor, buscando una pantallita que indicara cuál era su puerta, buscando esas letritas que indicaran que se iba a casa.

Barcelona, puerta de embarque 10-16.

Una vez en el avión se deja dormir, reflejando una sincera sonrisa en sus labios, pensando en los rizos revueltos de Alfred, en esa pequita en su mejilla, en su a veces bigote, del que está enamorado pero nunca se deja crecer, las yemas de sus dedos quitándole las penas. Sus tonterías, esas veces en las que simplemente se queda mirando a la nada tarareando una nueva melodía.

"Qué contento estoy de que vayas a venir... Te prepararé lo que tú quieras de cena. Ya verás, te compraré también esas cosas para la bañera que metes en el agua y la cambian de color. Sé que te encantan."

Al bajar del avión no tarda en encontrar sus brillantes ojos entre el resto de la gente. Ahí están sus rizos, su esperada pequita, sus paletas reflejando una sonrisa. Amaia se tropieza bajando por la escalera mecánica y Alfred estalla a carcajadas. Amaia salta a sus brazos y por primera vez en meses se sienten en persona, se huelen, su notan bajo los dedos.

-T'estimo, Amaix.

-Yo también, cucu, te quiero mucho.





Alfred la mima como si se fuera a romper: le prepara un baño, le deja la cena en la mesa y escucha atentamente todas y cada una de las anécdotas que la chica tiene que contar. Sonríe, se asombra, muestra un interés grandísimo en cada historia (aunque ya la hubiera escuchado antes, a través del teléfono).

Alfred le sirve el quinto vaso de vino, y ambos empiezan a notar los efectos de la bebida en su organismo. Como de costumbre, las orejas del rizoso se ponen color carmín y Amaia ríe con cada tontería.

Pronto la euforia del alcohol se transforma en ganas. Ambos arrastran las palabras y se rozan cada vez que ven la oportunidad de hacerlo. Alfred mira con ojos atentos cada facción de Amaia, que se muerde el labio. Por fin estaba en casa, por fin tenía esa sensación que sólo Alfred era capaz de provocar.

Sin soltar una sola palabra, Alfred y Amaia se dirigen a la habitación que llevaba varios veces sintiéndose vacía. Alfred había dormido muchas noches acurrucado en el lado que había pertenecido a Amaia, abrazándose a la almohada, aspirando lo poco que quedaba de su aroma. Amaia, en cambio, había soñado que aquel colchón en que había estado durmiendo era el suyo, el de su hogar, aquel que compartía con los rizos desaliñados de Alfred y sus sueños alborotados.

No tardaron en besarse de nuevo, acariciando con suavidad cada centímetro del cuerpo del otro. Alfred se dejó caer sobre la chica, provocando un suspiro por su parte.

-Te echo demasiado de menos. - Susurró Amaia cerca del oído de Alfred, haciendo que un escalofrío subiera por su espalda.

-Y yo a ti, titi. - El catalán atacó el cuello de la chica. - Han sido demasiadas noches solo.

-Alfred...

La ropa empieza a caer a los lados de la cama, y a pesar de que no hacía precisamente calor ambos se sienten genial. Alfred admira con besos cada rincón de Amaia, que gime acompañando cada roce. No tardan en necesitarse aún más, y Amaia agarra la anatomía de Alfred con ganas, provocando un suspiro de parte del rizoso. Sus ojos se volvieron de purpurina, llenos de cariño y admiración.

Su mano se aventuró por debajo de la cadera de Amaia, hacia el centro de sus ganas. La chica no tardó en responder, agilizando sus movimientos, haciendo que Alfred tiemble y le pida que baje el ritmo.

-Si sigues así esto será rápido... - Gruñe suspirando.

Los dedos de Alfred trazan círculos, tal y como sabía que a Amaia le encantaba. Lento, rápido, lento... La espalda de la chica se arquea, mostrando que ella tampoco durará mucho. Llevaban demasiado tiempo sintiéndose a sí mismos, echándose de menos, imaginándose.

Amaia frena a Alfred y se miran durante unos segundos. Pronto se entienden de nuevo y terminan unidos de la forma más pura y humana que existe.

Una, dos, tres, cientoquince.

Amaia tira de los rizos de Alfred, mientras el chico se deja caer, rendido. Ambos respiran agitadamente, aun sintiendo los rastros del cariño que se habían regalado hacía pocos segundos.

-Joder... - Alfred gruñe, abrazándose se Amaia más tierno que nunca a pesar de que sus toscas palabras no cuadraran con su tierna apariencia. - No te vayas nunca más...

-Qué pena que "nunca más" sea dentro de dos días... - Amaia besa los labios enrojecidos de Alfred y suspira. - Te echo demasiado de menos allí.

-Y yo a ti aquí, Amaix. Pero tranquila, pronto volverás a disfrutar de mi bue  humor mañanero. - Alfred ríe.

-Mañana disfrutaremos juntos de la resaca, creo yo.

-Si es contigo, como si tengo que pasar la gripe.

Amaia rueda los ojos y Alfred se ríe escandalosamente.

-Qué buen intento de ser romántico.

Y entre unas pocas bromas, tintadas de cariño y "te he echado de menos", los dos se duermen en brazos del otro, soñando con una eternidad, aspirando sus aromas, memorizando sus lunares.

-Hasta que se nos caiga el cielo... - Murmura Alfred, y finalmente, cae rendido.

Tú, yo, y toda nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora