Tres

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Alfred corre escaleras arriba. Maldito el momento en el que decidieron que sería bueno para su salud un tercero sin ascensor.

Entra en el apartamento como un rayo, buscandola instantáneamente a su alrededor. Las ventanas bañaban el sitio con la luz del sol de tarde, formando sombras que amenazaban con engullir cada rincón de la casa.

-¿Amaia? - El rizoso preguntó, cerrando la puerta tras sí, acelerado, sintiendo su corazón al borde del colapso.

-¿Alfred?

La voz de ella le llama desde la habitación, y el catalán tarda apenas unas milésimas en echar a correr hacia allí.

Para su sorpresa, y para su alivio, Amaia está acostada sobre el colchón, metiendo la mano en un cuenco lleno de fresas con chocolate, mirándole sonriente.

-Has sido rápido. - Comenta, riendo.

-No entiendo. - Alfred la examina, intentando comprender la situación. - Me dijiste que te dolía... Que igual estabas de parto...

-Nada, sólo era que me dolía la espalda, lo busqué en Google. - Amaia pega un mordisco a otra fresa bañada en chocolate negro.

Alfred la miró sin casi creérselo. La morena le había mandado un mensaje preocupada por un dolor punzante que le había aparecido, creyendo que tal vez eran contracciones. Y allí estaba ahora, bien tranquila, en una burbuja en la que sólo necesitaba sus fresas, chocolate y esa almohada visco elástica que Alfred le había comprado cuando la chica empezó a quejarse de que le dolía mucho el cuello y espalda. Le habían hablado de esta bipolaridad causada por el embarazo, que era todo normal, culpa de las hormonas, pero Amaia estaba descontrolada. Ahora mismo podría echarse a reír o a llorar, el rizoso ya no sabía cómo podría reaccionar ella a cualquier tontería. Ayer mismo se le había destapado un pie al acostarse y se había echado a llorar porque no quería levantarse para poner bien la manta.

Pero, a pesar de estar confuso, se sentó en el colchón y rió, ciertamente aliviado. No estaba preparado para el parto. Ni de broma lo estaba.

-Oye, mimos. - Amaia apartó el cuenco y alzó las manos, como una niña pequeña, demandando atención. - Ven, ven.

Alfred se acurrucó a su lado y la abrazó con ganas, teniendo cuidado con su barriga de 9 meses recién cumplidos. Teniendo cuidado con su pequeña niña.

-¿Tienes ganas de que llegue? - Susurra Amaia, dejando la mano de Alfred en su tripa.

-Claro.

-¿Y tienes miedo?

-Estoy muerto de miedo.

***

-Vaya, déjame adivinar, ¿ya se te ha pasado el dolor? - Alfred entra con tranquilidad en casa, dejando las llaves encima del mueble de la entrada. Sin ningún tipo de prisa, acostumbrado a las falsas alarmas de Amaia en el último mes. - Dios, esta niña no va a salir nunca.

-¡Alfred!

El rizoso se quedó un momento extrañado. Aquella era... ¿Aitana? Caminó hacia la habitación con el ceño fruncido, hasta que se encuentra frente a él un panorama que hace que se le vuelque el corazón.

-Resulta que tu niña ya quiere venir, listillo. - Aitana agarra de la mano a Amaia, que suspira con cara de dolor. - ¡Alfred, ¿hola?! ¡Tu novia está pariendo! ¡HAZ ALGO!

El catalán traga saliva y asiente, reaccionando. Coge la bolsa de viaje que habían llenado Amaia y él hacía ya un mes, con ropa de recambio para la chica y para la niña que llegaría, y con la ayuda de Aitana, que no dejaba de gritarle, llevan a Amaia al coche.

Tú, yo, y toda nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora