dieciséis

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Llamaste a Finn, pero nadie respondió.

—Lo suponía —dijiste haciendo puchero.

Al dejar la cartera viste el decimotercer corazón.

Estás muy cerca, cariño. Pero aún no has llegado. Sigue los pétalos de rosa.

Obedeciste y seguiste el romántico camino escaleras arriba.
Llevabas con la búsqueda del tesoro casi tres horas. Solo una mujer puede ser tan paciente. Al entrar en la habitación donde se había creado ese recuerdo tan bonito, encontraste sobre la cama un vestido rojo con un buen escote. Junto al precioso vestido había unos pendientes, collares, pulseras y dos relojes, todo de diamantes. Ese hombre te daba dónde elegir. Al final de la blanca cama había dos cajas de zapatos de color canela.
«Madre mía, no hacía falta que hiciese todo esto», pensaste. Él sabía que lo material no era importante para ti. Su tiempo era la parte más valiosa y preciada de su unión.
Te quedaste perpleja al no encontrar ningún corazón cerca. Levantaste el vestido y miraste debajo, pero no viste nada. Así que ésta te la había hecho difiel. Te pusiste en jarras mientras mirabas a tu alrededor. Tras mirar detrás de los cuadros y buscar en los cajones empezaste a frustrarte.

—Piensa como Finn. —Las puntas de tus dedos jugaron sobre tus labios—. Mmm...

Miraste las cajas de zapatos. Fuiste corriendo hacia la cama y abriste una.
Al mirar dentro viste un corazón negro, el decimocuarto.

—Bien. Bien. —Te apartaste de la cama y diste saltos.
El corazón decía:

Has llegado al final de la búsqueda, pero lo nuestro no acabará nunca. Tengo mucha suerte de que seas mi mujer. Te amaré el resto de mi vida. Vístete y sal afuera a las cinco.

Miraste el celular y viste que casi eran las cuatro de la tarde. Habías estado deambulando por ahí y viajando, y no habías tenido tiempo de prepararte para tu marido.
Después de darte otra ducha, te pusiste los elegantes regalos de Finn. Te encantaba todo. Al mismo tiempo, te parecian demasiado, pero sabías que si no te los ponías se sentiria ofendido.
Mientras esperabas, te recostaste en la cama, ordenando con una sonrisa los corazones que tanto te habían ayudado. Estaba claro que lo que estaba haciendo la noche anterior era esto, siempre superaba tus expectativas. ¿Por qué a veces pensabas que se olvidaba las cosas o que no prestaba atención a lo que te pasaba? Te valoraba muchísimo. Han transcurrido ocho años desde que se conocieron, y cada día te mira con mismo brillo en sus ojos. El mismo brillo que te hace pasar vergüenza. No quieres que esa sensación se debilite jamás.
Tiemblas al sentir su suave roce. La delicadeza de su voz hace que te derritas. Sus besos te cortan la respiración, y cuando hacen el amor llegas al éxtasis.
Buscaste un corazón con una cara en blanco y encontraste un espacio en el corazón granate. Querías escribirle un mensaje, pero necesitabas un boli. Miraste a tu alrededor y encontraste uno en la cómoda. «A ver si eres capaz de andar estos tacos.»
Pudiste ir desde la cama hasta la cómoda sin problemas. Dejaste caer el corazón y viste cómo se deslizaba por el aire hasta que llegó a la cómoda. Tomaste el boli y te sentiste radiante de felicidad mientras le escribías una adivinanza.
Cuando regresabas a la cama, miraste hacia la ventana viste cómo se mecían las palmeras. Sonreíste al recordar más cosas y te volviste a sentar en la cama, acariciando el edredón suave y blanco. Conforme lo hacías, te fijaste en que había pétalos de otros colores. Algunos no estaban antes de duchar te. Había una mezcla de color durazno, crema, rojo y salmón: gratitud, comprensión, romance y deseo.
¿Quién había estado aquí?

—Finn —Te pusiste de pie—. ¿Cariño?

Seguiste el camino por la habitación.
Miraste a ambos lados buscando alguna sombra, pero no viste nada. Continuaste siguiendo los pétalos. Al dirigirte hacia la escalera, te agachaste para tomar uno. Con las yemas de los dedos notaste su suavidad aterciopelada, y disfrutaste del olor a flores que había en la casa. Mientras mirabas la escalera de caracol, el vestido tapó el primer escalón. Una enorme lámpara de araña de cristal colgaba del elevado techo. Querías tocarla, pero te deleitaste con los coloridos reflejos de la lámpara sobre las paredes. Te encantaba ese sitio.
Seguiste el rastro y bajaste despacio por la escalera. Tras parar y recogerte el vestido por seguridad, continuaste. Cuidadosamente miraste el reloj. Faltaba un minuto para las cinco. Tal vez deberías subirte a la barandilla y bajar por ella el último tramo. Los tacos llegaron al final de la escalera, y mientras te soltabas el vestido te deslizaste por el suelo de estilo colonial. A las cinco y un minuto, tomaste el picaporte de la puerta y lo giraste al tiempo que te tomabas un segundo para prepararte. Abriste la puerta y al fin pudiste reunirte con tu marido. Finn estaba más lindo que nunca. Sabía que te encantaba que llevase el pelo hacia abajo, y tenía ambos lados cortados a la perfección. El traje entallado azul marino que dejaba ver su largo cuello te dio la vida. A veces te preguntas por qué te había elegido a ti, te sientes más afortunada que él.
Abriste más la puerta y te mordiste el labio, encantada por su expresión de sorpresa. Tú también le estabas dando un buen repaso.

—Por fin te he encontrado. —Sabías que estabas radiante de felicidad.

—Yo te he visto primero. —Sonrió satisfecho.

Te acordaste de la fiesta de Navidad. Te miraste el vestido mientras cerrabas la puerta y empezaste a caminar. A mitad de camino, Finn te tendió la mano para ayudarte. La tomaste y dejaste que te llevase hasta sus brazos. Le agarraste la cara y le diste uno de los besos más gratificantes. Volviste a sentirte completa.

—Estás hermoso, mi amor. —Te apartaste para verlo bien.
Posó para ti con seguridad y rieron.

—No soy nadie sin mi otra mitad. Estás preciosa, mi vida. ¿Tienes hambre?

—Sí.

—¿Quieres cenar conmigo? —Se movió y abrió una mano señalando la limusina.

—¿Piensas que voy a permitir que te alejes de mi en lo que queda de día? —Te reíste mientras te dirigías a la limusina—. Gracias.

Te metiste en la limusina y Finn se sentó a tu lado, dejando que el chofer cerrase la puerta. Pusiste los pies sobre su regazo y Finn te dio un masaje. Tú le masajeaste la mano. Parecía estar pensando en otra cosa.

—¿Qué pasa?

—Estoy pensando.

—Dime algo.

—Ya voy. —Tomó el mechón suelto que tenías y te lo colocó detrás de la oreja antes de besarte la sien. Cerraste los ojos ante la caricia, le tomaste la otra mano y apoyaste la cabeza sobre su hombro. Él apoyó la cabeza sobre la tuya —. No estarás cansada, ¿verdad?

—No, estoy feliz. —Acercaste su mano a tus labios para besarla—. Feliz aniversario, mi amor.

—Feliz aniversario.

"Que el corazón te guíe" ©️ Finn Wolfhard Donde viven las historias. Descúbrelo ahora