ocho

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Finn no sabía que ibas a casa durante las vacaciones de verano, y querías sorprenderlo, pero tus padres tenían que trabajar, así que tenía que ir a buscarte al aeropuerto. Tus amigos no llegarían hasta la noche siguiente. Echabas de menos tu casa y querías tomar el primer avión, pero ellos no habían conseguido asientos.
El caso era que no veías a Finn desde las vacaciones de primavera. Él, unos amigos y tú habían pasado una semana en Malibú. Fue divertido a pesar de que una de tus amigas no había dejado de coquetear con él. Eso no te hacía mucha gracia. Finn no era tu novio, pero era tu amigo y... puede que estuvieras un poquito loca por él. Usabas la palabra «poquito» libremente. Puede ser que lo echaras un montón de menos.
Marcaste en el fijo y te sentaste en la cama de tu habitación, moviendo las piernas en el aire. Cuando oíste que el tono paraba, reaccionaste.

—Hola...

—Hola, diablillo. —Comenzó la conversación insultándote.

—¿Perdona, creído? —Te reíste mientras te tapabas la cara —. ¿Cómo te atreves a saludarme así?

—¿Qué quieres? —dijo con una voz juguetona.

—¿Sabes qué? —Sonreíste—. No tengo por qué aguantar esto. Voy a colgar. Llámame cuando sepas cómo comportarte.

—Ni se te ocurra colgarme —te advirtió, cosa que te dio escalofríos. Ponía una voz especial. Era... Bien. Hora de parar.

—¡Voy a casa mañana!

—¿Qué?

Disfrutaste de su entusiasmo durante un momento.

—Sí, y tienes que ir a buscarme al aeropuerto. ¿Puedes, por favor?

—Mmmm... No estoy seguro. Tengo que ver si estoy libre.

—¡Finn!

—¡Bien! No supliques. Iré a buscarte. ¿A qué hora llega tu avión?

—A las once y media de la mañana.

—Genial. Estoy deseando verte.

—Yaaaaa. Sé que me echas de menos. —Te enroscaste un mechón en el dedo, decidiste provocarlo.

—¡Cállate! —te ordenó con voz torpe y te colgó.

Al día siguiente, cuando acababas de dormirte en el avión, el piloto anunció que iban a aterrizar dentro de quince minutos. La mayoría de las veces la gente volvía a casa para sentirse más cómoda, pero tú tenías los nervios de punta. Como te había sugerido tu consciencia, se debía a que Finn iba a buscarte. No podrías evitar visualizar la frenética escena a la que enfrentarías al salir del aeropuerto.
Cuando Finn estaba solo era capaz de hacer oídos sordos a todo. Cuando estaba contigo, la gente se volvía aún más agresiva. Eras sólo la amiga de Finn, pero la gente siempre insinuaba que estaban juntos. Intentaban inventarse alguna historia cada vez que salían. Odiabas eso. La atención era suya. Ni querías tener nada que ver con eso.
Finalmente, tras recoger el equipaje, lo arrastraste detrás de ti. Ver a familias y a seres queridos reunirse con abrazos y sonrisas siempre es bonito. Eso era igual que siempre. ¿Cómo iba a desarrollarse tu reencuentro con Finn?
Te quitaste los auriculares de la cabeza, te los dejaste alrededor del cuello y llamaste a Finn. En cuanto te pusiste el celular en la oreja viste a un chico de cabello morado con un beanie amarillo. Entonces sentiste unas mariposas.
Finn no estaba sentado en un asiento como una persona normal. Se había sentado sobre el respaldo. Esa era una forma de llamar la atención. Estaba mirando su celular, pero ya habías colgado. A sus lado, su guardaespaldas, Kenny, le dio un codazo y asintió en tu dirección. Cuando los ojos de Finn te descubrieron, se le iluminó la cara al reconocerte. A cambio, hiciste lo mismo. Se guardo el celular y se levantó de la silla para ir hacia ti.

—¡Holaaa! —dijiste con alegría.

Cuando llegaste a él, dejaste los bolsos y lo abrazaste. Él te agarro de la cintura, estrechándote con fuerza y levantándote.
Su perfume era hipnotizador y conocido, así que te pusiste nerviosa.

—¡Ya iba siendo hora de que llegaras!. —Te dejó en el suelo y se separó un poco de ti. Sus ojos color chocolate eran cálidos y alegres. No te quitó la mano de la espalda, que te masajeaba con suavidad.

—Culpa mía. —Sonreíste mientras te disculpabas —. Te he echado de menos. —Le empujaste la mejilla.

—¿En serio? —Apoyó la cabeza contra la tuya y se rio del empujón.

—Sí...

Pero tus labios fueron interrumpidos por sus ágiles labios.
Te tomó desprevenida, pero no por mucho tiempo. Te relajaste en sus brazos y moviste los labios junto a los suyos. Le pusiste la mano en el cuello para poder besarlo como de verdad querías.
Se apartó, estaba claramente sorprendido por tu atrevimiento, pero a la vez muy contento.

—Dios, cómo te he echado de menos —dijo sujetándote la cara, atrayéndote hacia sus labios y plantándote un beso en la frente.

—Me encanta estar en casa.

Hogar, dulce hogar.

"Que el corazón te guíe" ©️ Finn Wolfhard Donde viven las historias. Descúbrelo ahora