Capítulo XXXV

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Karsten

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Karsten

      Letha grita en cuando Edipo va por ella.

      Solo tengo tiempo para empujarla, sin medir mi fuerza, y ser estampado contra la pared metálica en su lugar. Los huesos de mi columna vibran con el impacto y la mujer me sonríe como lo haría mi madre.

      Si fuese el diablo, claro.

      —Un caballero —dice entre dientes, sosteniéndome por el cuello. Su labio partido y el hilo de sangre que le cae por la barbilla son de parte de Nisha—. A pesar de eso, creo que has hecho más mal que bien, cariño.

      Con un ademán de cabeza, sin quitar esos gélidos ojos de mí, me señala a Letha, quien grita con desesperación e incluso más fuerza mientras trata de aferrarse a la barandilla de la compuerta abierta para no caer. Los mechones de su cabello imitan látigos que le arañan el rostro y el desasosiego me acelera el pulso al ser testigo de la celeridad que ha alcanzado el tren.

      —¡Myko! —ruega asustada, con la voz quebrada mientras trata de volver a subirse al vagón.

     Trato de quitarme de encima a Edipo para alcanzarla, pero ella solo aumenta la presión con la que su mano envuelve mi cuello. Tiene la fuerza suficiente como para levantarme y, cuando ya no siento el suelo bajo mis botas, mi temperatura corporal sube y el oxígeno empieza a dejar de llegar a mi cerebro. Ella se ríe. Me revuelvo contra la pared, pero no hay caso. Tengo que golpearla para hacer que me suelte.

      No seas como tu padre.

      No seas como tu padre.

      A las mujeres no se las golpea.

      A los hombres no se los golpea.

      A los niños no se los golpea.

      No seas como tu padre.

      Su voz es nítida. Mi madre fue clara y he seguido sus reglas demasiado tiempo como para romperlas ahora, pero me quedo sin aire: mis pulmones arden, hierven como una cacerola con agua al fuego, y en lugar de vapor desprendiéndose de ella siento las lágrimas acumularse en mis ojos.

      No quiero golpearte. No importa quién seas. No importa lo que seas.

      No quiero ser él, no quiero...

      —¡Maldita perra! —Nisha aparece y toma por la cola de caballo a Edipo, tirándola con brutalidad sobre su espalda y subiéndose a horcadas sobre ella.

      Caigo sobre mis rodillas y mi primer instinto es ir por Letha, pero gracias a Myko ella ya está aferrándose en la misma posición que yo a él, con fuerza.
Me llevo una mano al pecho mientras tropiezo hacia ellos.

Sin piedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora