El cebador

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Le gustaba cebar mate. Sobre todo en invierno. Hacía ya un tiempo que su cafetera de filtro no se prendía y no preparaba su café con leche y dos cucharadas de azúcar. Cuando comenzaba el día, se encaminaba al supermercado, con su chaleco debajo del brazo, su mochila al hombro y su flamante bolso matero. Tres veces por semana, aquella procesión se veía inundada de una inquietud adolescente.

Los muchachos del trabajo lo cargaban desde que, meses atrás, había comprado su ser matero. Éste era rosa y lila, cosa que le valía la cargada, pero no le había importado en el momento de conseguirlo. Ese había sido el único disponible y había necesitado el set con premura. Un juego respetable de mate, termo, yerbero y azucarero a juego.

Nunca le había gustado el mate, le parecía muy fuerte, muy amargo. Su hermano mayor siempre había intentado inculcarle la tradición nacional y había fracasado en la empresa cada vez que había sido abordada.

A las cinco de la tarde, tomaba su mochila, se quitaba el chaleco y comenzaba a caminar hacia la parada del colectivo, calzándose los auriculares. Tenía una lista de reproducción titulada "yerbamate" y no era que la necesitara para mejorar su humor. Por el contrario, era una secuencia de canciones repletas de energía y notas mayores que representaban el estado de ánimo que le generaba ser cebador.

En el colectivo, tener su bolso rígido y cuadrado era un incordio, pero no conseguía jamás molestarlo ese insignificante detalle. Él era el cebador designado y apreciaba su puesto en la dinámica grupal, por lo que lo cuidaba con ahínco. Había aprendido a elegir la yerba, sabía cuánta azúcar correspondía al primer mate, cuánto del agua caliente y cuánto de la fría del dispenser agregarle al termo para llegar a la temperatura perfecta.

Llegaba justo a horario, casi tarde, el campus ya estaba repleto. Tras llenar el termo en el pasillo, entraba al aula y ahí lo esperaba su asiento, el que nadie usaba excepto él. Se sentaba en su lugar, al tiempo en que la clase comenzaba y comenzaba su tarea. Llenaba el mate hasta tres cuartos de su capacidad con la yerba, agregaba la cantidad apropiada de azúcar, sacudía, colocaba la bombilla y volcaba el agua, asegurándose de que quedara una montañita de yerba seca y fresca. Tomaba el primero, como era de buena educación, y volvía a servir con el mismo cuidado. Extendía la mano hacia su derecha. Sus dedos tocaban los de ella en un roce inocente, subversivo, imperceptible para el distraído. La profesora hablaba y todos ignoraban como el corazón se le aceleraba levemente, hasta que el contacto se perdía. Él aprovechaba el turno de los demás participantes de la ronda, para generar distancia y aumentar la ansiedad y premeditación; para volver a generar esa dulce anticipación que muriera cuando le volviera a rozar la mano. Aprovechaba la atención puesta en la clase, la tomada de apuntes, para mirarle el perfil cada vez que extendía el brazo y ella aceptaba su humilde ofrenda a cambio de una recompensa de muchísimo más valor. Sí, le gustaba cebar mate. Le gustaba mucho.

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⏰ Last updated: Feb 15, 2019 ⏰

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