Lejos de casa

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"Lejos de casa" 

Odiaba el invierno. Prefería pasar el día en camiseta, que acurrucado en la esquina del sillón cercana a la estufa.

Miré por la ventana el ambiente mustio de la calle y suspiré. No había sido buena idea mudarme a un departamento tan grande. La soledad era palpable y el frío parecía haberse instalado pese a la estufa y las cuatro hornallas encendidas.

Observé las cajas alrededor, apiladas y abiertas. Yo era un desastre. ¿Quién se encargaría de cuidar de mí, ahora?

Toda la vida me habían dicho que era muy infantil, inmaduro y dependiente… y supongo que algo de razón había en esas palabras.

Cuando lo analizaba, nunca hacía las cosas por mi mismo. Siempre había alguien para acompañarme en los momentos buenos y en los amargos.

Todo el tiempo, estaba rodeado de gente y, sin embargo, esa noche estaba por primera vez completamente solo.

Mientras que mis hermanos lograban ser criteriosos y centrados (puesto que era una característica de su personalidad), yo vivía de caída en caída. Como si me hubiese alquilado las piedras.

Era consiente de que me había equivocado… otra vez. Quizás, porque siempre encontraba el perdón inmediato.

La televisión, sintonizando alguna serie cualquiera, cumplía la tarea de ahogar ese silencio que abrigaba bocinas y sonidos nocturnos.

Todo era sencillo, pero mi estúpida personalidad debía complicarlo. ¡Yo tenía la capacidad de amar! Podía sentir que el mundo se detenía por una mirada furtiva. Entonces… si era capas de tamañas sensaciones, ¿por qué me empeñaba en lastimarla?

Lejos de reprimirme, dejé que las lágrimas cayeran sin un gramo de silencio. Me sentía abandonado, idiota y desprotegido. Sobre todo, desprotegido.

Quizás nadie comprendería nunca cuanta fuerza podían brindarme un par de manos blancas y suaves. Sin embargo, eran aquellas las que siempre lograban reconfortarme.

El piso se hacía ver como un lugar recóndito y desconocido, e incluso las voces de House y Cuddy lograban convertirse en un ruido molesto.

Sequé mi rostro y tomé el celular de sobre la mesita —también repleta de cajas—, pero no podía llamar a nadie.

Mi familia me había dejado muy en claro cuan en desacuerdo estaba con mis acciones, así que no pretendía molestarlos con mis penas de niño arrepentido.

Me puse de pie y caminé a la cocina con la intención de tomar un café que me calentara el sistema, pero por más que busqué, no logré encontrar el polvo instantáneo.

Era un inútil… o por lo menos así me sentía. El recuerdo de aquella preciosa mirada empapada (por mi culpa) no hacía más que bloquear todo pensamiento, en mi cabeza perturbada.

Yo, que había jurado que la protegería de todo dolor; que prometía romperle la cara a quien osara herirla… yo la había derrumbado y, en aquel gélido departamento, me quemaba su ausencia.

Antes de que mi apariencia de hombre resuelto volviera a desplomarse, mis dedos solos marcaron su teléfono en mi celular.

¿Hola? —su voz sonaba ronca y allí noté lo tarde que era.

—Yo… perdón… por la hora —¿para qué la había llamado?

— ¿Nico? —la había despertado definitivamente.

—Perdón… no quería llamarte, no quise despertarte —me disculpé con velocidad.

Si no querías llamarme, no lo hubieras hecho —sin más, el tono del teléfono me indicó que había cortado.

La conocía, estaba llorando. Me había colgado para no demostrarme cuanto le seguía importando y cuan fresca estaba aún la herida. La fotografía de su rostro contorsionado de tristeza disparó un único impulso a mi mente.

Sin pensarlo más, me abrigué hasta olvidarme del frío y salí directo a su departamento. No importaba lo desértico de la calle, que fueran las dos de la mañana, ni que mi apariencia no fuese la mejor. No iba a perderla.

Toqué el timbre y esperé ansioso mientras pensaba en lo que le diría, examinando la suciedad de mi auto.

¿Quién es? —me preguntó el portero eléctrico.

—Nico —contesté, tras dudar, al aparato.

¿Nico?... ¡¿Qué se supone que haces aquí?!

—Por favor —rogué—. Necesito hablarte…

—… —el silencio y la espera me enloquecían— pasa —un timbre sonó y entré en el edificio.

Subí corriendo, completamente excitado, hasta el tercer piso y toqué la puerta, mordiéndome los labios.

Ella me abrió en bata, con ojeras, los ojos enrojecidos, y más hermosa que nunca.

No tardó en hacerse a un lado para que pasara, ni en cruzarse de brazos con una mirada inquisidora.

—Decidí que no voy a perderte —solté. Ella cambió el semblante y hallé en ese gesto esperanza—. Fui un idiota, lo sé, pero te amo como jamás te amará nadie.

Pese a que mis palabras buscaban una sonrisa en respuesta, ella lagrimeó. Vi esa dulce vulnerabilidad que me había gustado tanto desde siempre y volví al ataque.

Eliminé los tres pasos que nos separaban y tomé su rostro con ambas manos para que me mirase a los ojos.

—Te amo, sé que tú me amas también —susurré. Sus lágrimas comenzaron a bañar las sonrosadas mejillas e intenté limpiarlas con mis dedos—. ¿Me amas aún? —cerró los ojos y asintió.

Inmediatamente, comencé a acercarme para besar los labios por los que sufría abstinencia, mas se soltó de mi agarré y restregó sus ojos bajo mi mirada confundida.

—Sí. Te amo… tanto que apenas me deja respirar —sonrió como pudo en medio del sollozo—, pero no voy a volver contigo.

—¿Por qué? —pregunté con un hilo de voz.

—¿Recuerdas… —inspiró profundamente para calmar los hipidos— Recuerdas la primera vez que te encontré con ella? —asentí con vergüenza y dolor al revivir la imagen—. ¿Te acuerdas de lo que te dije al perdonarte?

—Sólo… sólo esta vez —cité.

—Lo hiciste de nuevo… y me rompiste el corazón. Lo rompiste —volvió a sonreír con pesar—. Ésta vez, no te perdono, Nico. No dejaré que vuelvas a herirme.

—¡Pero, aprendí mi lección! El departamento sin ti se ve muerto, te necesito, por favor… —mi vista se empañó ante la desesperación de no volver a tenerla.

—Ya no voy a caer —negó lentamente abriendo la puerta.

—Sabes que tu lugar es conmigo.

—No me lastimes más… —pidió sin voz con la mirada fija en el suelo.

No pude, frente a esa imagen de la mujer que amaba, no acatar.

Salí del departamento, del edificio, me metí en el auto y manejé de regreso a mi helado infierno, con un vacío y fuerte dolor. Era un despreciable idiota. Nadie podría consolarme.

N/A: Este cuento lo escribí cuando salió la canción de Taylor Swift "Forever and always". No es que sea fanática de ella. De hecho, era fanática de los Jonas Brothers en mi adolescencia. Sin embargo, sentí mucha empatía por su sufrimiento y me inspiré por todo aquello :)

Publicado en Wattpad el 23/02/2015

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