CAPÍTULO 4

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Habían llegado antes de la hora dicha. Según Josh, para poder ubicarse a una distancia prudente y poder analizar al señor Carbonell. Tenía un aparato por donde lo escuchaba y un micrófono diminuto en su colgante donde él podía escuchar todo lo que podría hablar con su cita. ¡Era emocionante! Se sentía como si estuviera en una cita en cubierto. Se sentía como un agente secreto. Agente Malena. Se oye bien. Rió para sus adentros.

Atenta luna. Escorpión uno se acerca a las dos-diez —escuchó.

El escorpión uno era su cita. Él, Josh, era satélite y ella luna. Esas eran las claves que se había ideado. Y era ¡Emocionante!

Ella se enderezó y giró su cabeza en la dirección que Josh le daba. —Copiado, satélite. Descríbelo

Alto. De uno setenta aproximadamente. Piel curtida. Ojos y cabello oscuros. Labios cincelados. Guapo.

—¿Guapo? —preguntó con desconcierto—. ¿Eres gay?

Mejor pon a funcionar tus sunu band. Y en adelante haz como si yo no estuviera aquí.

—Oki Doki —respondió. Se inclinó sobre la mesa y apoyó su mentón sobre la mano que tenía su pulsera especial sintiendo las vibraciones más fuertes a medida en que su cita se acercaba—. Tin tin tin, tin tin, tin tin tin, tin tin, tin tin tin, tin tin, tin tin tin, tin tin, tiririn, tiririn, tirin.

¿Qué es eso? ¿La música de misión imposible? —espetó Josh.

—Me siento como una espía. ¿Qué quieres que haga?

Que te concentres, Malena.

—Está bien, malhumorado.

Sintió cómo se sentaba alguien en la silla que tenía enfrente e imaginó que era su cita.

—Hola. Mi nombre es Alejandro Carbonell. Tú debes ser Malena Dyer.

Se escuchaba educado. Bien. Punto a su favor. —Así es, Alejandro.

—Por favor llámame Alejo como me llaman mis amigos.

—Entonces, Alejo será.

—¿Deseas tomar algo? —preguntó Alejo cuando se les acercó el camarero.

—Sí. Un chocolate por favor —contestó sin mirar a nada.

—Para la dama un chocolate y a mí me trae un cóctel tiramisú. Gracias.

Mientras el camarero les traía sus bebidas estuvieron hablando de muchas cosas. Cuando les dejaron su pedido, ella tropezó su chocolate y de no ser por Alejo se hubiera derramado la bebida caliente encima.

—No sabía que eras ciega. Lo lamento.

—No tienes que lamentarlo. No fue tu culpa —sintió cómo la mano de él, sudorosa, se cerraba sobre su muñeca y la guiaba hasta la taza de chocolate—. Gracias.

—No hay de qué. Hummm. ¿Qué tal si damos un paseo?

—¡Oh! Me parece perfecto.

Después de terminar el café se dirigieron al parque. Ahí estuvieron caminando y disfrutando del paisaje. Él le iba describiendo las cosas que veía. Compraron helado y se sentaron en la banca del parque cerca del lago donde nadaban patos.

Ella comió de su helado y se giró a él. —Está delicioso. Y con este calor...

Él sacó un pañuelo y le limpió un poco de helado en la barbilla. Ella había sentido su mano temblorosa. —Alejo —dijo con sorpresa—. Estás temblando. ¿Qué te sucede?

Aunque no te pueda verWhere stories live. Discover now