Deambulé un rato y me dejé caer diez minutos antes en el aula de Casos Criminales, completamente despejado. Para variar, retomamos el caso de las hermanas Vekinhale. Ambas habían sido parte del movimiento en contra de la formación de la hermandad Lupus, renegando de su condición de purasangres y creando malditos como si disfrutaran con ello.

—Le dieron a La Cofradía un año movidito —sonrió como si le hiciera gracia. No imaginaba ningún profesor disfrutando con una situación parecida, pero el señor Marcus era un maestro innovador. No pasaba de los treinta años, era joven y… sólo digamos que su físico conseguía que las chicas se inscribieran en Casos Criminales igual que si se tratara de una asignatura obligatoria. Para mi suerte, la mayoría tenía suficiente con el primer año y yo ya estaba en el segundo nivel— pero finalmente las detuvieron. La Cofradía había fallado a favor de la hermandad, y emitió una orden de captura sin restricciones. La hermandad hizo correr la noticia de que era su misión, pero si conseguían toparse con ellas, las querían vivas. Imaginen una noche oscura, en el bosque de Ledhar, con las ramas de árboles más altos que un golem cubriendo el cielo, y veinte malditos convertidos por las dos. No fue algo bonito de ver, me imagino. Pero eso sólo es el final, ¿alguien ha revisado ya los descargos del juicio?

Judith Palmer, una chica bajita y de rostro redondo, levantó la mano.

—Judith —el profesor señaló en su dirección, sin verse sorprendido.

Ni siquiera oí la respuesta de Judith, esperaba que la clase terminara. En cuando lo hizo, salí en busca de la señora Drayton. Llevaba pensándolo un buen rato y si alguien podía darme un motivo, era ella. No es que yo pensara que podía estar metida en algo con los submundos, pero necesitaba saber algo sobre la poción… sobre la marca.

La encontré en el comedor, en la mesa de los profesores, conversando con la señora Boisset, de Herbología. La conocía bien porque, al estar sus áreas de enseñanza tan relacionadas, se habían convertido en grandes amigas.

—Señor Anderson —saludó ella al percatarse de mi presencia. La otra maestra se volvió a mirarme y sus ojos destellaron.

—Vi su trabajo con la Leucos permumtibelle. Mis felicitaciones —se adelantó— poder mantener esa planta fuera de Sudáfrica es un gran logro.

Apenas recordaba la planta con la que habíamos trabajado en clase días atrás.

—Eh…

Por favor, que no me hubiera sonrojado.

—Evidentemente. Kyle es uno de mis mejores alumnos —intervino la señora Drayton—. Ahora bien muchacho, ¿qué deseas?

—Señora Drayton, es sobre el libro que me prestó, yo quería saber… ¿por qué me lo dio?

Ella frunció el ceño ante la extraña pregunta y pareció considerar su respuesta.

—Ahh, yo…

—¿De qué libro hablan?

—Plantas de suelos arenosos —soltó la señora Drayton con los dientes apretados.

La señora Boisset también pareció contrariada.

—Ahh, el libro que te presté —susurró.

Diablos, acababa de delatarla. La señora Drayton se retorció las manos hasta que, repentinamente, la expresión enfadada de la señora Boisset se deshizo y soltó una carcajada.

—No te preocupes, querida, entiendo que apenas lo hayas mirado, no es tu especialidad.

—Sí, bueno, y pensé que al señor Anderson le gustaría…

La marca del lobo (Igereth #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora