16 (CORREGIDO)

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Clet me desagradaba aún más que antes. Durante un par de días ni siquiera pude mirarlo a los ojos sin que el recuerdo de lo que me había hecho me paralizara por dentro.

Cuando lograba dejar a un lado esas sensaciones, encontraba algo de tranquilidad en pensar que quizás había conseguido la llave de mi libertad. Destruiría ese maldito programa de una vez por todas, costara lo que costara. Solo tenía que saber jugar mis cartas, elegir bien mis preguntas, y no arriesgarme más de lo necesario.

"¿Cuánto más podré aguantar?" Me preguntaba cada vez que apoyaba la espalda en la pared de la ducha y veía la herida en mi estómago supurar su habitual melaza carmesí al terminar uno de mis turnos de trabajo.

Ya no reconocía mis brazos, llenos de moretones de distintos colores, ni mis pechos, cubiertos de arañazos de un millón de manos fantasmales. Algunos días los músculos me dolían tanto que debía arrastrarme fuera de la cama cuando Clet me pedía el desayuno, y más de una vez desperté en el suelo, sin poder recordar si llegué a acostarme para empezar. A nadie parecía importarle, solo Margaritte continuaba escribiéndome a diario como había prometido.

Había comenzado a anotar las cosas que ya sabía en un cuaderno durante las horas de clase donde Clet no podía alcanzarme. Lo usaba en reversa e intentaba hacer que pareciera que tomaba apuntes mientras escribía en él, para no llamar la atención jamás pensaba en oraciones completas, llegó incluso a pasar una semana entera sin que escribiera ni una sola palabra y en su lugar sólo hacía dibujos. Muy probablemente solo yo podría descifrar el verdadero significado de aquellos garabatos que parecían ser completamente aleatorios, por lo que ni siquiera me molesté en intentar compartirlo.

Tenía que salvarme.

Luego podría preocuparme por ayudar a las demás, todas aquellas chicas sin nombre ni voz de las que no había vuelto a escuchar jamás, pero que sabía que existían porque las había visto alguna vez. Mi corazón se ahogaba con las imágenes de sus rostros sin energía y sus miradas perdidas, hundidas en el abismo de la desesperanza. ¿Será que ellas veían lo mismo en mí? ¿Me recordarían o mantener cierto nivel de conciencia era parte de mi castigo? ¿Sería mejor vivir en la ignorancia? ¿O se igualaría a morir?

B no perdió ni un segundo para encontrarme clientes nuevos ni bien se cumplió el plazo que la doctora había dado para que mi muñeca se recuperara, al parecer hasta había una lista de espera, la presentación en el club había hecho maravillas para el negocio de esos cerdos.

Mi nombre ya se conocía en los callejones más sucios y en los bares más antiguos, incluso sospechaba que algunos alumnos de mi universidad habían visto mis fotos en algún lado, o tal vez solo eran unos babosos que no podían mantener los ojos enfocados. En cualquier caso, entre los trabajos que tenía atrasados para mis materias, los cuales posiblemente no llegara a entregar jamás, y las noches en vela, mi camino casi no se cruzaba con el de mi captor.

Por aquellas fechas caí en la puerta de la casa suburbana de lo que muy apenas aún podía calificar como adolescente. El chico que abrió la puerta era escuálido, estaba lleno de espinillas y usaba tan solo un par de calcetines y una sudadera extra grande para taparse. Parecía nervioso, no dejaba de relamerse los labios y su respiración era algo forzada. Supuse que seguramente me utilizaría para dejar de ser el hazmerreír de su grupo de amigos.

He de admitir que cuando nos dejaron solos en mi primera visita, sentí pena por él. Nadie merece llegar hasta tal extremo sólo para encajar, aunque sabía lo crueles que podían ser los chicos de esa edad con quienes no consideraban "a su altura". Pero luego de que me contratara en otras ocasiones, ya no me importaba, era uno más de los hombres que disfrutaban de la explotación de mujeres inocentes. Cosa poco sorprendente considerando que encajaba perfectamente en el perfil de uno de esos tipos que terminaría viviendo en casa de sus padres hasta que ellos murieran.

No recuerdo absolutamente nada de nuestros encuentros una vez entrábamos en su cuarto, a excepción de que terminaban muy rápido. B siempre se reía de eso cuando volvía a subirme a la camioneta.

Nuestra siguiente parada aquella noche fue en un barcito de mala muerte que servía de posada para quienes llegaban a la ciudad sin ahorros y en busca de un futuro mejor del que les esperaba donde vivían.

Allí conocí a Ramón, un pescador español de unos cuarenta años con un bigote bastante frondoso que había decidido abandonar a su familia para empezar una nueva vida en Filux, pero por un error de cálculo había terminado en esta fría ciudad trabajando en las minas de las montañas para sobrevivir.

No era un hombre muy inteligente y tampoco había logrado terminar sus estudios, por lo cual, cuando uno de sus colegas mineros le comentó que yo "lo ayudaría a olvidar todos sus problemas", pensó que le había conseguido una cita con una hermosa universitaria que buscaba a alguien más maduro. Se puso colorado como un tomate cuando le expliqué cómo era mi procedimiento habitual.

Hablamos hasta el amanecer sobre todo lo que había dejado atrás y las maravillas que le habían contado del país antes de llegar. En un determinado momento dijo que soñaba con llegar a Noxtal, la capital, para establecer un pequeño negocio allí que sus hijos podrían heredar cuando muriera y así no tendrían que pasar por todos los problemas que él había atravesado en su juventud. Habló mucho de ellos, era fácil advertir que los adoraba aunque habían sido el resultado de un matrimonio sin amor.

Por sus palabras pude notar que no era un mal hombre, solo no había tenido suerte.

Me despedí de él como si fuera un viejo amigo, estaba segura de que no volveríamos a vernos, pero le deseaba la mejor de las suertes desde lo más profundo de mi alma. Fue bueno recordar por un rato que había un mundo entero que estaba esperando a que regresara, que había un montón de Ramones allí afuera que mantenían viva la llama de la decencia masculina. Una razón para no rendirme.

La mañana estaba helada, el invierno estaba cerca, ansiaba meterme debajo de las mantas y descansar. B se quedó conversando en la cocina con Clet cuando regresamos al departamento, permitiéndome la extraña oportunidad de poder estirarme en la cama hasta encontrar la posición perfecta para que el sueño comenzara a colarse en mi interior. Por desgracia cuando me desperté ya no estaba sola.

—El almuerzo está listo, Bella Durmiente —susurró en mi oído expulsando aire caliente al hablar. Un escalofrío me obligó a abrazar más el mullido acolchado con el que cubría mi cuello.

—¿Mmh? —pregunté aún desconcertada por el sueño arrugando la frente—. Tú nunca cocinas para los dos. —Bostecé.

—Considéralo una excepción si quieres. —Se encogió de hombros—. Ya que tú serás el postre... —Me dedicó una de sus famosas medias sonrisas guiñando un ojo antes de golpear levemente mi trasero y levantarse de la cama.

 —Me dedicó una de sus famosas medias sonrisas guiñando un ojo antes de golpear levemente mi trasero y levantarse de la cama

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