12 (CORREGIDO)

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Fue como si presionara un botón y de repente mis labios se transformaron en un proyector, dispuestos a delatar hasta mis más íntimos secretos para su entretenimiento. Pero a Clet no le interesaban todos mis secretos, por lo menos no en ese momento. Solo le importaba uno en particular, el que conectaba a mi padre directamente con la muerte de mi madre, el que yo tanto trataba de esconder de mi misma debajo de capas y capas de resentimiento. Así que eso fue lo que le conté:

Sucedió cuatro años atrás, la primera noche de las vacaciones de primavera, Margaritte y yo habíamos decidido volver a casa y pasar esa semana en familia, un poco porque extrañábamos nuestras vidas sin responsabilidades, pero también para escapar de una gran discusión que habíamos tenido unos días antes. Necesitábamos tiempo a solas.

Mi madre había preparado todo para hacerme una gran cena de bienvenida con mis platos favoritos, lo único que quedaba era preparar las ensaladas y yo me postulé para el trabajo. Sentía una enorme tensión en la sala con mis padres, solo quería escapar. Pensé que haber pasado tanto tiempo solos y desocupados por fin les había afectado como para que una simple visita los alterara de esa manera.

—¡¿Otra vez?! —El grito que soltó mamá en cuanto desaparecí por el pasillo que daba a la cocina fue lo que me dio la pista de que esto llevaba tiempo macerándose dentro de ella. —¡Debes estar de broma, John!

Eran contadas las veces en las que ella comunicaba sus sentimientos, aún más extrañas las veces en las que se enfrentaba a mi padre. Insistió durante toda mi infancia y adolescencia en que eran un frente unido, pero desde que mi hermano se había ido a estudiar a Noruega notaba cada vez más lo falso que era eso. Ella había sido criada en una familia muy conservadora, se esperaba que fuera un modelo en todos los aspectos de su vida.

—Dijiste que no hablaríamos de esto mientras que la niña esté aquí —respondió él con un tono furioso pero calmado, así era siempre, queriendo demostrar que su autoridad pesaba más que la de ella. Callándola.

—¡Y tú prometiste no volver a verte con esa maldita zorra! —exclamó con la voz rota.

—Carmen, sabes tan bien como yo que esto no da para más. —Soltó un suspiro que fue acompañado por el ruido de los cubiertos chocando con la loza—. No sé por qué sigues intentando que...

Mi padre dejó la oración sin terminar cuando me vió entrar en la habitación. No sabía qué decir, así que opté por caminar en silencio hasta la mesa y rellenar mi boca con comida cada vez que me fuera posible. Al parecer mi idea no fue demasiado original porque ellos hicieron lo mismo, ni siquiera me preguntaron por el viaje o mi vida en la ciudad, parecían estar muy apresurados por vaciar sus platos.

Al terminar la cena subí a mi antiguo cuarto, el cual seguía decorado como lo había dejado en mi adolescencia, como si el tiempo no hubiera pasado, pero sí lo había hecho, ya habían pasado casi dos años. Me sentía como si estuviera ocupando el lugar de otra persona. Ellos fueron a acostarse media hora más tarde y podía escucharlos pelear aunque intentaran murmurar, lo que me recordó la principal razón por la que había decidido irme a vivir con Margaritte. De repente sus voces se apagaron con el sonido de un golpe seco.

—¡Carmen! ¡No! —Pasaron unos segundos y el gritó desgarrador de papá cortó el aire, seguido de rápidos pasos que iban escalera abajo. No creo que haya respirado ni una sola vez antes de llegar a la entrada.

Corrí las mantas y abrí la puerta de mi habitación con una fuerza de la que no me creía capaz, que provenía de la desesperación, no lo había procesado aún, pero sabía perfectamente que algo malo había sucedido. No quería ni siquiera terminar de formular el pensamiento. Miré en dirección al cuarto principal y encontré el ventanal que daba al balcón abierto de par en par, las cortinas ondeando por el viento.

Puse una mano en mi boca esperando amortiguar un alarido que nunca salió y seguí los pasos de mi padre a toda velocidad. Yo tampoco respiré. No recuerdo haberlo hecho hasta que regresé a Gwyña y pude abrazar a mi mejor amiga, para ser sincera, no recuerdo nada de lo que sucedió después de aquella noche sino hasta bien entrado el verano.

Ella estaba tirada en el piso, la pierna derecha y uno de sus brazos en posiciones totalmente antinaturales, un gran charco de sangre enmarcaba su figura. Mucha sangre. No podía apartar la mirada de ella, las lágrimas se me acumularon en los ojos y las rodillas me fallaron.

Las sirenas de la ambulancia y la policía se oían a lo lejos, pero para mí el mundo no se movía. Yo solo existía allí, en un lugar que no era el mío, delante del cadáver de la maravillosa mujer que me había dado la vida. Papá trató de abrazarme, él también estaba llorando, diciendo un montón de cosas inteligibles, pero lo aparté y me hice un ovillo en el suelo.

Los paramédicos se la llevaron en una camilla, cubriendo su cuerpo con una manta blanca. Recuerdo que uno, un muchacho que no era más que un par de años mayor que yo, se me acercó con una bebida caliente e intentó tranquilizarme. No podía hablar para agradecerle, solo temblaba y dejaba que las lágrimas recorrieran mis mejillas. Siempre quise escribirle un mensaje para que supiera lo mucho que valoraba su trabajo, pero por una u otra razón nunca termino de escribirlo.

A unos metros de nosotros, un oficial interrogaba a mi padre por el asunto.

—Nunca creí que haría algo así —repetía mientras negaba con la cabeza, ni bien llegaron otros hombres se recompuso para no mostrar debilidad—. Ella siempre fue impulsiva, pero jamás... —Ambos caminaron juntos hasta el patrullero y perdí el hilo de su conversación.

Las autoridades declararon que había sido un suicidio, pero para mí siempre estuvo claro que fue un asesinato. No importaba que él no la haya empujado físicamente, lo hizo psicológicamente al engañarla y destruirla, eso era lo que convertía a mi padre en un asesino. La llevó al límite.

Mientras hablaba sentí como me transporté a ese exacto momento y volvía a ser una muchacha de veintiún años que lloraba en el pecho de un extraño.

El programa, Clet, todos esos meses que había vivido encerrada en mi propio cuerpo... Dejaron de existir así como así.

—No deberías culparlo —La suave voz me despertó de mi trance—. Las relaciones se construyen de a dos, y aunque queramos hacerlo, es imposible controlar las emociones de los otros.

—¿Te das cuenta de lo contradictorio que es que tú digas eso?

—Sí. —Chasqueó la lengua y entrelazó las manos detrás de su espalda—. Pero no lo hace menos cierto, para terminar de hacer el duelo intenta dejar de ser tan dura con tu padre, él seguramente carga con mucha culpa por sí solo.

Me sorprendió como un hombre tan horrible y egoísta como él podía decir algo como eso, que sonaba a lo que debería comentar cualquier amigo en una situación así.

—¿Y tú también? —La pregunta se escapó de mis labios en un susurro, lo perseguí hasta el pasillo quedaba a las habitaciones.

—No —respondió secamente—. Yo dejé de sentir culpa hace mucho, como todo lo demás, ya no es algo para lo que tenga tiempo. —Cerró la puerta de la biblioteca.

Tenía tantas preguntas... Era casi como aquel día en el que curó mis heridas en el baño en el que había podido notar como un poco de humanidad se escapaba por las grietas de la imagen que él intentaba construir. Actuaba cada día, sin cortes de telón ni pausas recreativas, hasta creerlo, hasta vivirlo. Algo me impulsaba a descubrir qué era lo que se escondía detrás del monstruo que me tenía prisionera.

 Algo me impulsaba a descubrir qué era lo que se escondía detrás del monstruo que me tenía prisionera

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