4 (CORREGIDO)

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Los doctores exigieron que me quedara un par de días más en el hospital mientras recuperaba fuerzas y ellos realizaban un par de pruebas de rutina cuyos datos no me había preocupado en actualizar por años. Ni bien pude volver a casa, "Chad" comenzó a aparecerse por allí casi todos los días, autoinvitándose a comer o a ver películas con Margaritte y conmigo. Había asumido el rol de un novio atento y perfecto, insistía en que yo debía esforzarme lo menos posible y buscaba ganarse la completa confianza de mi amiga haciendo algunas labores del hogar como lavar los platos o encender el lavarropas, lo que no fue tan difícil considerando que hasta yo habría creído que mi salud le importaba de verdad si no fuera porque en las noches me sacaba "a dar un paseo" a la casa de alguno de sus clientes.

Los pocos momentos en los que podía estar sola eran cuando iba al baño, y pensar en que el programa les informaba a mis captores sobre todo lo que hacía allí dentro lograba que me sintiera acompañada incluso entonces. La privacidad había dejado de existir para mí.

B apareció con su camioneta un día después de la caída del sol en la puerta de mi edificio donde su jefe y yo lo estábamos esperando. Mientras él ponía al tanto a Clet sobre las ganancias que habían generado hasta el momento, a mi me ordenaron que ocupara mi lugar dentro del vehículo haciendo el menor ruido posible. En el asiento trasero había menos lugar que de costumbre, una muchacha pelirroja que aparentaba haber cumplido la mayoría de edad hacía muy poco tiempo se encontraba sentada tan cerca de mí que nuestros hombros se rozaban. No era nada usual que nuestro conductor escatimara en viajes, por lo que instantáneamente confirmé que el cliente había pagado por un trabajo doble.

Fue en aquella época que conocí a Jeremias Scottfield. Un hombre adinerado de unos treinta y tantos años, el único heredero de la compañía de seguros de su familia en la que trabajaba como CEO de ventas. Mentiría si además no dijera que lo encontraba bastante agradable a la vista, se asemejaba a la descripción que daban los cuentos del príncipe azul: alto, musculoso, rubio con ojos del color de las tormentas más terribles y unos dientes que relucían cual perlas. Sin embargo, sus actitudes distaban bastante de ser tan encantadoras como su apariencia.

Hasta que me enviaron a su casa, había estado tan envuelta en mis propios asuntos que no me había permitido reparar en la idea de que había otras como yo, chicas, quizás incluso más jóvenes, cuyas vidas habían quedado marcadas eternamente por el programa. Clet había mencionado tener una "casa de muñecas" el día en el que nos conocimos, así que supuse que la mayoría de las otras vivirían allí, lejos de sus familias, sus trabajos y centros de estudio donde alguien pudiera sospechar que algo extraño les sucedía. El alma se me va a los pies con tan solo imaginar las espantosas situaciones a las que seguramente lo debían enfrentarse en aquel lugar.

Nuestro destino era una enorme mansión antigua que quedaba en las afueras. Un hombre, que no tardó mucho en identificarse como Jeremias en cuanto estacionamos, aguardaba nuestra llegada visiblemente emocionado.

—Si quedo satisfecho con sus servicios, prometo recomendarlos a mis colegas. —dijo agachándose a la altura de la ventanilla para poder tener una mejor vista de nosotras. —Después de todo, este tipo de actividades se disfrutan mejor de forma compartida. —añadió relamiendo su labio inferior.

El proxeneta rió expulsando pequeñas nubes de humo gris oscuro por la boca y nos solicitó a mi compañera y a mí que bajaramos. A partir del instante en el que mis pies tocaron el asfalto y escuché al auto acelerar para alejarse mis recuerdos se vuelven borrosos, como si hubieran sucedido en una película, pero he aquí algo de lo que pasó a continuación:

Mi ropa desapareció ni bien atravesamos el umbral de la puerta de entrada de la mansión. Sentí mis pezones erizarse a causa del frío que me produjo el mármol del suelo y eso pareció llamar la atención de nuestro anfitrión, que sonrió complacido. Scottfield seguía vestido aún, pero se había deshecho de su corbata y abierto los primeros botones de su camisa revelando un pecho blanco que parecía ser comparable al del David de Miguel Ángel. Nos hizo seguirlo por un largo pasillo hasta un cuarto iluminado con luces de neón rojas, el cual estaba segura de que no se trataba de una habitación común y corriente.

Programada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora