14 (CORREGIDO)

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No quise intentar nada más por un par de días, simplemente me propuse disfrutar de mis pequeños momentos de normalidad fuera de casa. Había vuelto a sentirme parte de mi grupo de amigos de la universidad, aunque había algunas conversaciones en las que no podía participar demasiado, como cuando hablaban de cosas que me había perdido o contaban cuáles eran sus planes a futuro, pero era bueno tener conversaciones superficiales y vacías cada tanto. Sin embargo, siempre llegaba la hora de volver, Clet se aseguraba de pasar a buscarme si no llegaba para preparar la cena, después de que eso sucediera unas cuatro veces todo el mundo comenzó a pedirme que se lo presentara, por suerte él se mantenía dentro de la camioneta y no tenía que forzarme a actuar como una tonta enamorada.

—Ya te dije que no me gusta que controles mis horarios, ¿no se te ocurrió que quizás quería estar un poco más con...?

—Las calles de esta ciudad no son lugar para que una mujer ande caminando por ellas de noche. —Me interrumpió bajando el vaso de agua del que había estado tomando.

—No recuerdo haber puesto un payaso en la ensalada. —Dejé escapar un poco de aire por mi nariz—. Ser comediante no te queda.

—No me subestimes, mi rutina de stand up es bastante buena según lo que he oído.

—¿Haces stand up?

—No, pero sé que tú tampoco y vienes a decirme que algo de lo que hago no te gusta como si creyeras que me importa. —Se secó la boca con una servilleta—. Creéme que para mí es una pérdida de tiempo correr detrás de ti, es una cuestión de negocios, no puedo permitir que la competencia ponga las manos en mis chicas. Sales conmigo o con B o regresas antes de que baje el sol, punto.

Rechiné los dientes mostrándole ambos dedos medios.

—Vamos, no seas así, al menos te dejo salir, eso tiene que darme puntos. —Me tomó de la muñeca, que aún no se había recuperado, y separó los dedos de mi mano para entrelazarla con la suya, utilizando su mano libre para sacar nuestros platos del camino.

—Acabas de subir de menos un millón de puntos a menos novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve con noventa y nueve décimas, ¿contento? —Traté de zafarme, causando solo que me apretara con más fuerza.

—Lo estaría más si ya me dieras mi premio. —Se relamió los labios, inclinándose hacia mí.

—Tu premio será un golpe en la ingle si no te quedas de tu lado de la mesa.

—Wow, no sabía que fueras de las que hacen esas cosas. —Levantó las cejas burlonamente—. Esto abre un nuevo abanico de posibles clientes.

—Te odio. —Moví la cara hacia un costado para que estuviera lo más lejos posible de la suya.

La risa que dió como respuesta retumbó en mi interior.

—Adoro jugar contigo, Amanda, es muy divertido. —Me dejó ir y llevó los platos al fregadero, dejando correr el agua para que quitara la grasa.

—Has estado leyendo mucho. —Cambié de tema estirando mis dedos frente a mí para deshacerme de la sensación que me había dejado. No tenía permitido salir de la cocina antes de que él lo hiciera, al menos podría tomar ese tiempo para averiguar algo más sobre él.

—Hace años que no tenía tiempo de hacerlo... —Se dió la vuelta y recostó su espalda en la bacha. Seguramente creyó que me quedaría callada después de lo que acababa de pasar.

—¿Y se puede saber qué libro es el que te tiene cautivado ahora mismo? —pregunté a medida que me levantaba a acomodar la mesa buscando evitar el contacto de sus ojos.

—La dama de las camelias, uno de mis clásicos favoritos.

—¿Por qué no me sorprende que te gusten las novelas con prostitutas?

No conocía mucho sobre la trama del libro pero una vez en la secundaria una chica había hecho una presentación sobre él para explicar su punto sobre un tema que tampoco podía recordar en ese momento, y eso era lo único que había retenido de toda la charla.

—A mi madre le encantaban las historias de Dumas. —Suspiró con una sonrisa—. Supongo que se podría decir que viene de familia...

—¿Le encantaba? —Resalté el tiempo del verbo.

—Murió cuando yo era un adolescente. —Retomó la tarea de lavar los platos, sus hombros estaban más caídos que de costumbre y su voz más apagada—. Sufrió una descompensación cardíaca.

—Oh, lo siento. —Comprendía lo difícil que era perder a una madre, pero al menos yo era adulta cuando la mía falleció—. Las cosas debieron dificultarse mucho para tu padre y para tí sin ella.

—A mi padre le importó un comino, y yo también. —Gruñó molesto dejando caer lo que tenía entre las manos, más tarde descubrí que había roto un vaso. Tragó saliva causando que las venas de su cuello resaltaran como el día en el que se enteró lo de mi muñeca—. Debo irme. —Se secó la manos, claramente algo se había salido por las grietas del molde perfecto que había construido para el resto del mundo.

Caminó hacia la entrada revolviendo en sus bolsillos tratando de encontrar las llaves.

—Espera. —Intenté detenerlo, odiaba sentir empatía por un ser tan despreciable como él.

—¿¡Qué!? —Me miró desde la puerta con los ojos llenos de furia.

Abrí la boca pero las palabras no salían, todo había pasado en cuestión de segundos y había reaccionado por puro instinto. Estaba acostumbrada a lidiar con las erupciones emocionales de Margaritte, con él era distinto, no me importaba si sufría, pero si el programa detectaba que no estaba contento me obligaba a actuar, salvo que no había ningún guión preparado para momentos como este.

—Llévate una chaqueta, hace frío —dije por fín.

Él me observó unos segundos, totalmente descolocado y extrañado, aún fuera de sí. Cogió un abrigo del perchero y se fue aporreando la puerta.

Me quedé allí parada, como esperando a que regresara y descargara sus malas energías en mí, como cualquiera lo habría esperado de un hombre como él. Pero no lo hizo, de hecho no volvió hasta la tarde siguiente.

—¿A dónde fuiste anoche? —Me atreví a preguntarle cuando lo vi llegar. Su ropa y su cabello chorreaban agua, indicando que la lluvia de esa mañana lo había tomado por sorpresa.

—A dar un paseo. —Contestó secamente, por el tono de su voz pude notar que había bebido.

Sin decir nada más se encerró en la biblioteca. Unos minutos después se escuchó un fuerte estruendo proveniente de la habitación, seguido de un silencio perturbador y luego unos sollozos ahogados. Caminé hasta allí para ver lo que había pasado, la puerta estaba entreabierta. Clet se hallaba en el centro del cuarto, rodeado de hojas y con un tomo de La dama de las camelias destruido entre sus manos.

—¡Vete! —bramó. Pero yo no me moví—. ¡Te dije que te fueras, zorra! —No podía negarme a la orden, era demasiado poderosa.

Mis piernas me llevaron hasta el sillón de la sala. Intenté volver a incorporarme, pero no me lo permitieron. Tenía que esperar. Pero... ¿Qué estaba esperando exactamente?

Un jadeante y agotado Clet respondió a mi pregunta, apareciendo por el pasillo.

Tú. —Me señaló—. A la habitación. Ahora.

 Ahora

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