15 (CORREGIDO)

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⚠️Advertencia: Este capítulo va a ser mucho más explícito que las experiencias anteriores narradas en la historia. Leer bajo el propio riesgo.⚠️
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Esperaba que todo se volviera oscuro después de sus palabras, que mi mente se apagara como siempre. Pero esa vez no lo hizo, ni ninguna de las que estuve con él.

Al demonio en su interior lo deleitaba que yo recordara todo, que supiera que estuve indefensa mientras me entregaba a él. Le fascinaba que fuera una tortura a largo plazo, algo que me atormentara incluso cuando él no estuviera conmigo.

Y funcionó. Su presencia no volvería a abandonarme. Lo sentiría en mi piel cuando me bañara, en mis labios cuando los remojara con saliva, olería su colonia en mi ropa y al cerrar los ojos estaría ahí, la pesadilla de la que nunca pude despertar.

Cuando entré, la habitación estaba tal como la había dejado aquella mañana: la cama sin hacer, ropa en un rincón, zapatos regados por el suelo y una servilleta sucia en la mesa de luz que aún conservaba un poco del dulce de la tarta de manzana del desayuno. Vestigios de unos felices momentos en los que me había permitido disfrutar de tener la casa para mí después de tanto tiempo forzada a compartirla con Clet.

Me senté en el centro de la cama, aguardando su llegada, las rodillas a los costados, las manos en el espacio libre que había entre mis piernas y el trasero elevado un par de centímetros. Escuché el agua del lavabo del baño para visitas correr, luego sus pasos marcando los latidos de mi corazón. Él lo controlaba todo.

—Amanda, Amanda, Amanda. —Repetía mi nombre negando con la cabeza desde el marco de la puerta. Llevaba el cabello peinado hacia atrás con gomina, se había deshecho de su ropa mojada y sólo traía puestos unos boxers de color negro—. ¿Qué voy a hacer contigo que no aprendes? —Sonrió perversamente mientras se me acercaba, el aroma a pimienta de su perfume causó que me picara la nariz—. ¿Cómo te voy a enseñar tu lugar? —Levantó mi rostro con una caricia para besar mis labios con furia.

El estómago me daba vueltas, sentía ganas de vomitar cuando se separó y comenzó a quitarme lo que llevaba puesto. Sus manos estaban por todos lados, acariciando y apretando. Su boca las seguía lentamente produciéndome escalofríos. Mordió mi ropa interior cortando el fino hilo que la sostenía a mi cadera.

—Tendría que haber hecho esto mucho antes —afirmó alejándose un poco para admirar mi figura desnuda como un crítico—. No volveré a contenerme ahora que confirmé con mis propios ojos lo perfecta que eres. Digna joya de mi colección.

Volvió a abalanzarse sobre mí, esta vez tumbándome en la cama. Sus besos marcaban el compás de sus acciones.

Primero se dedicó a jugar con mis pezones como si fueran los botones de un joystick, deteniéndose a admirar mis reacciones cuando lo hacía de la forma correcta. Se lamió los labios cuando logró hacer que un hilo de baba cayera por la comisura de mi boca.

—Qué fácil que eres —ronroneó dejando un hematoma en mi cuello y afianzando su agarre en mis pechos.

Luego bajó hacía mis caderas, siguiendo su camino hasta más abajo, donde revisó si estaba lo suficientemente húmeda como para que valiera la pena desvestirse por completo.

A juzgar por su reacción, que fue introducirme dos de sus largos dedos en el interior de mi vagina, no estaba muy convencido con lo que había encontrado. Jadeé por la sorpresa. Unos minutos de trabajo después, parecía que ya había alcanzado el punto al que quería llegar.

No quería gemir para él, pero mi cuerpo me lo exigía demostrandome que mientras más me resistiera, más sonaría a que estaba pasando el mejor momento de mi vida.

—Perfecto. —dijo extrayendo sus dedos y observando el flujo que había en ellos, antes de ponerlos en su boca. Pasó la lengua por ellos lentamente, manteniéndo nuestras miradas conectadas—. Sabes delicioso, Amanda. —Me susurró al oído a la vez que se quitaba la ropa interior con la mano que no utilizaba para sostenerse a la cama.

Aunque estaba totalmente consciente, cuando mi espalda tocó el colchón entré en una especie de trance. No quería creer que era yo la que estaba pasando por aquello. Pero a pesar de lo que mi cerebro deseara, el programa no me permitía escapar de allí, ni quejarme, ni gritar, ni siquiera llorar. Me pedía a gritos satisfacer las demandas del cliente.

Lo único que era genuinamente mío en aquél momento era el nudo que sentía en la garganta.

Perdida en mis pensamientos no noté cuando Clet se subió sobre mí y comenzó a acariciarme con su miembro en la zona estimulada anteriormente.

—Ruégame —ordenó ralentizando sus movimientos para hacerme sufrir—. Quiero escucharte rogar como la esclava que eres.

—Ha- Hazlo, po- po- por favor, hazlo —jadeé, el cabello me caía sobre el rostro—. Lléname de tí.

Y lo hizo.

—Di que eres mía, Amanda, sólo mía. —Detuvo sus movimientos para hablar. Tenía su mano alrededor de mi garganta.

—To- to- toda tuya, Clet, so- so- solo tuya —respondí las palabras forzadas quedándome sin aire a medida que dejaban mis labios. Mi mente necesitaba acabar con eso lo más rápido posible.

Y así como empezó, terminó.

Clet se levantó y fue a buscar algo que ponerse, casi se cae por no dejar de observarme mientras se calzaba las medias. Una vez le pregunté por qué lo hacía cada vez que uno de nuestros encuentros llegaba a su fin y me respondió que era porque se sentía como un pintor cuando terminaba un cuadro, siempre buscando su error para alcanzar la perfección la próxima vez. No se contentaba fácilmente.

—Espero que hayas comprendido cómo es que te tienes que ganar el derecho a hacer una pregunta —comentó encendiendo un cigarrillo. No recordaba que él fumara—. Y créeme que te cobraré cada una de ellas, cariño.

—Te odio —mascullé, aún recostada donde me había dejado, pero con la certeza de haber recuperado el control de mis acciones. Las lágrimas ya me empapaban las mejillas—. Te odio muchísimo.

—Somos dos. —Me dedicó una media sonrisa y dio una calada—. Por lo menos a ti puedo hacerte decir palabras lindas de vez en cuando. —Dejó escapar una nube de humo en mi dirección—. Ahora duérmete quiero estar solo —dijo dándome la espalda en el umbral de la puerta, era una sombra cuyos contornos se desdibujaban en la amarillenta luz del pasillo, semejante a los cuentos sobre el diablo.

Mis párpados cayeron.

Mis párpados cayeron

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