PRÓLOGO

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Hola mis lectores. Aquí les traigo una nueva historia que sé que los atrapará. Espero la disfruten.
QAP

—No Jonathan, por favor —ella suplicó con los ojos llorosos y la mejilla enrojecida por el golpe que le había dado minutos antes.

Lo vio enojarse aún más. Si fuera caricatura le estaría saliendo humo por los oídos.

—No vas a hacerme pagar tanto dinero y luego darte un ataque de moralidad —le escupió.

Se preparó para recibir otro golpe al ver cómo levantaba la mano. El golpe nunca llegó. Un joven le detuvo la mano haciéndolo girar. —La señorita ha dicho que no —oyó decir al joven.

Jonathan quiso golpearlo con la otra mano y el joven le agarró la mano doblándole la muñeca hacia abajo para luego golpearlo con la otra mano abierta en el pecho haciéndolo retroceder varios pasos atrás hasta hacerlo caer sobre unas mesas que se encontraban detrás de él. Se levantó y la miró con odio. —Esto no se va a quedar así. Ninguna mocosa se burla de mí —dio la vuelta y se marchó.

Luego el joven se giró para observarla.

Ella lo miró. Era un atractivo asiático alto, calculaba que uno noventa. Tenía el cabello negro y le caía un bucle sobre la frente, cerca de los ojos razgados del mismo color de su cabello, cubriendo el izquierdo. Tenía unos labios seductoramente delineados, el inferior un poco más grueso que el superior. Iba vestido con un traje de tres piezas gris, camisa blanca, sin corbata y con los primeros botones de ésta sueltos. A pesar de eso se veía elegante. Imponente.

—¿Estás bien? —dijo con acento marcado mientras le acariciaba con un dedo la mejilla golpeada y posaba sus ojos en sus labios para luego regresarlos a sus ojos. Ella asintió.

Estaba asustada. Una tira del vestido rosado que llevaba puesto rodó por su hombro dejándolo desnudo. Él le subió la tira y al hacerlo rozó la piel con sus dedos haciéndola sentir un estremecimiento por todo el cuerpo. Lo vio fruncir el ceño y tensarse. Se irguió en toda su altura y metió las manos en los bolsillos.

—Vamos. Te llevo a tu casa —le dijo con dureza.

Ella no se movió. Temía a la fuerte atracción que sentía por ese hombre. Y sin embargo, se sentía segura con él. Protegida.

La hizo sobresaltar cuando la tomó de la mano y tiró de ella hasta la salida. Ella se dejó llevar.

La metió dentro de una limusina y se sentó frente a ella. La limusina tenía asientos de lado y lado. Ella se tocó donde él la había agarrado. Aún sentía que le quemaba la piel. Nunca había sentido algo parecido. Aunque no tuviera experiencia, pero los chicos que se le acercaban a cortejarla no le hacían sentir lo que ese extraño... incluso Jonathan.

—¿Dónde vives? —preguntó sin expresión alguna.

Ella lo miro con los ojos abiertos. Su voz la había sacado de golpe de sus pensamientos. —Yo… he… vivo en otra ciudad nos tardaremos casi dos horas en llegar —se removió incómoda en el asiento. No quería que la interrogara del por qué estaba tan lejos de casa—. Además, no perteneces acá. No sabrías llegar y no es que yo conozca mucho las carreteras del país.

—No importa. Chung-hee tiene un GPS y podrá llevarnos —ella le dio la dirección de su casa.

Se sentía incómoda con la mirada que él le ofrecía. Era intensa. Fija. Oscura. Miró sus manos en el regazo. Estaban temblorosas. Sudorosas. —Gracias por ayudarme —dijo en voz baja—. Me llamo Malena. ¿Y tú?

—¿Cómo dices?

—Tu nombre, ¿cuál es?
—Shin... —no pudo terminar porque la limusina hizo un giro brusco y ella quedó a horcajadas encima de él. Con sus pechos pegados al de él y las manos apoyadas en la ventanilla de detrás de su cabeza.

Vio como los ojos de él se oscurecían. Miraba sus labios y luego sus ojos para regresar a sus labios. Sintió sus manos en sus caderas apretándola más hacia él.

—¿Qué sucedió? —preguntó él en coreano sin apartar la mirada de su boca.

—Un idiota que se atravesó en una bicicleta —respondió el chofer igualmente en coreano.

Ella no entiendió una palabra.

Sintió cómo se calentaba su rostro por la intensidad de su mirada, luego la agarró por la nuca y la besó. La acarició de tal manera que sintió estremecerse de deseo. La besó con más pasión apretándola contra él sintiendo su excitación. Subió sus manos por su torso para bajar las tiras y el top del vestido liberando así sus pechos los cuales masajeó y saboreó haciéndola arquear su espalda disfrutando el placer que le daba. Metió las manos por debajo de su vestido hasta llegar a sus caderas. Le hizo a un lado sus braguitas acariciando su feminidad. Luego desabrochó su pantalón. Ella lo acarició también. Exploró su cuerpo. A continuación acomodó su centro encima de su erección para luego empujar mientras la bajaba al mismo tiempo entrando en ella con una sola embestida. Sintió un dolor que atravesó su cuerpo y él ahogó su grito con un beso profundo. Siguió embistiéndola de manera que ya no sintió dolor sino placer y cuando los dos llegaron al éxtasis lo abrazó mientras él la cubría con sus brazos y le daba tiernos besos en el cabello. Enterró la cabeza en el cuello de él aferrándose como si no quisiera dejarlo ir nunca.

—Llegamos señor Shin —anunció Chung-hee en coreano.

Él la soltó para ayudarle a arreglar su vestido y luego salir de la limusina. Caminaron hasta las rejas que separaban el enorme jardín de la entrada de la mansión donde vivía. Le tomó la barbilla para que lo mirara se inclinó y le dio un suave beso en los labios. —Eres mía. Volveré por ti para llevarte a Corea conmigo —le dijo pegando su frente a la de ella. Se giró para marcharse.

—Shin —dijo ella cuando él entraba a la limusina. Él se detuvo y la miró—. Te estaré esperando —él le sonrió y se marchó.

Aunque no te pueda verTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang