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Have you seen him dressed in blue?

See the sky in front of you

And his face is like a sail

Speck of white so fair and pale.

Desperté en un jardín que tenía apariencia de ser muy elegante; estaba cubierto con un suave y verdoso césped. A su alrededor habían flores como las rosas, orquídeas, tulipanes, lirios, gardenias, claveles, amapolas y magnolias de diversos colores que yacían bien cuidadas.

Mi primera impresión -por más ridícula que parezca-, fue percatarme de que estaba descalza, pero no sentía incomodidad porque el suelo no era desaliñado. Lucía un vestido blanco de tiras con estampados de flores que me llegaba hasta los muslos; mi largo cabello azabache revoloteaba con la caricia del viento.

Al no tener un rumbo fijo, me guié por el sendero de flores que curiosamente formaban un arco iris gracias a sus flamantes colores. Mis pies disfrutaban de la frescura, la humedad y el aterciopelado césped.
De pronto, escuché a lo lejos lo que parecía ser un instrumento musical. Al principio pensé que se trataba de una guitarra pero al afinar mi oído, pude deducir que era un dulcimer porque el tocar de sus cuerdas son delicadas y suaves.

Tuve que seguir el sonido como si fuese un ratón en busca de la flauta hipnotizadora de Hamelin. «Por lo menos hay alguien en este misterioso lugar», pensé.

Corrí, corrí y corrí,
Hasta que...
debajo de un frondoso árbol y apoyando su espalda en el tronco, yacía un joven de cabellera rubia con corte de hongo que vestía un holgado camisón blanco de seda, un pantalón azul marino, y curiosamente se encontraba descalzo. Él era el responsable de tocar esa maravillosa y seductora melodía; sus dedos sincronizaban perfectamente con cada cambio de acorde. Era un experto.
El muchacho tenía una variedad de instrumentos a su alrededor como un sitar, una flauta dulce, un clarinete, un violín, una guitarra acústica, y un arpa.

Me acerqué silenciosamente para no interrumpirlo, pero terminé tropezando con una piedra. «Ay, demonios», tragué mis pensamientos.

El rubio puso fin a su instrumento y se levantó de inmediato para ir a socorrerme; me ofreció su mano y me ayudó a colocarme debajo del árbol.

Él tomó asiento al frente mío, y ahí, con el pequeño destello de luz que iluminaba su rostro, me percaté de que se trataba del mismísimo Lewis Brian Hopkins Jones, fundador y multinstrumentista de la banda The Rolling Stones.

«Carajo, ¿Acaso he muerto?» -Me pregunté asustada.

-No has muerto, pequeña. -Rió por lo bajo.

-No he dicho nada.

-Sólo lo supuse por la mueca que habéis hecho. -Sonrió dulcemente.

-Perdone mi atrevimiento, pero... ¿Usted es Brian Jones, el de los Stones?

-El mismo, en carne y hueso... -Hizo una pausa-. Omitamos lo último. -Soltó una carcajada.

Definitivamente era él, Brian Jones, aquel músico que fue muy aclamado en la década de los sesenta y que al final de sus días vivió en una granja que compró en Sussex, Inglaterra acompañado de sus fieles amigos: la droga y el alcohol. En 1969 murió ahogado en su piscina pero hasta la fecha se desconocen las causas. Se dice que él representaba el verdadero espíritu rebelde de un Rolling Stone.

Parecerá extraño pero su apariencia radiaba alegría y paz a pesar de haber fallecido lleno de infelicidad, o eso es lo que había leído en los periódicos de la época.

He's a Rainbow ©Where stories live. Discover now