ocho; Kent

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Sábado

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Sábado

Estoy ansioso, hoy es otro día más para pedir pizza. Aun no entiendo la razón del por qué tengo días exactos para encargarla, mi cuerpo lo pide así, los martes, viernes y sábados.

Veo a Victoria acostada boca-abajo en la cama, la cobija le cubría la hasta la cintura, mostrando su espalda descubierta. La maté con un excelente sexo, sonrío socarrón.

Camino desnudo hacia mi regadera para darme una refrescante ducha. Deslizo la puerta de cristal para no mojar alrededor, porque después me caigo y algún error brotaría en mi perfección humana. No me gusta oler a sexo, yo necesito estar más que limpio. Disfruto de la refrescante ducha caliente, mi piel pálida se torna ligeramente roja debido al contacto del agua. Al salir, solo enrollo una toalla alrededor de mi cadera y salgo a la habitación.

Victoria continúa dormida, y está roncando ruidosamente. Me desagrada ese ruido que proviene de su garganta, yo hasta creo que debe de tener un problema respiratorio. Le recomendaré mi doctor para que se atienda lo más pronto posible.

Me pongo unos pantalones flojos, sin camisa. Me encanta admirar mi cuerpo en el espejo, así es una manera de motivarme para mantenerme como estoy, inclusive mejor. Muchos no entienden mi condición física con lo mucho que como, pero tengo un metabolismo muy rápido y trabajo duro en el gimnasio. Aviso a la sirvienta que su apariencia es vieja y gorda que llame a la pizza. Ella, cabizbaja asiente con la mirada y desaparece de mi vista sin gesticular ni una palabra.

Veo una almohada que está en el piso, la levanto para seguidamente arrojarla en dirección a la mujer que duerme en mi cama. Ella se estremece, confundida, asustada inclusive. Se levanta, cubriendo esos diminutos pechos con la sabana.

Al verme con una expresión burlona, suspira con alivio para reprocharme:

—¿Qué es lo que te pasa, es que acaso quieres matarme de un susto? Porque lo has conseguido a la perfección, idiota. —Se deja caer en la cama, para cubrir su cabeza con la almohada.

—Pues ya levántate, dúchate. Haz algo productivo, vamos a ir a la fiesta. Igual si quieres, yo voy solo. Tú sabes que me encanta... —desafíe, cruzando los brazos sobre mi pecho.

Ella de un brinco se levanta de la cama, puedo ver a la perfección su desnudez. Lo que más me gusta de su cuerpo, son las curvas tan marcadas que tiene en su tórax. Me gusta presionarlas y dejar marcados mis dedos.

Una de sus amigas, quien se lía a Newt, le confeso que le dolía el verme salir con otras mujeres. Cosa que estaba en completo desacuerdo ante tal afirmación, porque ella no me ha dicho nada. Además, la he visto enrollarse con otros hombres. Y para ser sinceros, no sufro de celos en lo absoluto. Es más, hasta me agrada, porque no tengo que tolerar sus berrinches ni caprichos.

En mi opinión, las mujeres son tan libres como los hombres, y pueden liarse con quien ellas quieran. Y como es mi caso, tener una relación abierta. Al fin, que la vida se acaba y mejor disfrutar lo más que se pueda.

Tres minutos más tarde, Victoria sale con dos toallas, una enroscada en su cuerpo pequeño y el otro en el cabello. Sonríe al verme y se acerca lentamente, seduciéndome. Menea sus caderas, y juega con el nudo de su toalla. Mordió su labio inferior. Es una diabla en el cuerpo de una mujer, eso también me encanta de ella, la manera en que me caza.

—Me acabo de bañar —chillo tal cual niño berrinchudo.

—Podemos volver a bañarnos si gustas, eh —sugiere con una voz coqueta, mordiéndose el labio inferior—. Y repetir lo que ya hicimos hace rato.

—De regreso...

Victoria envuelve su dedo índice con su cabello largo y oscuro, con la otra mano se acerca para plantarme un beso en los labios, succionando con fuerza mi labio inferior. No puedo evitarlo e introduzco mi lengua en su cavidad bucal.

Estoy cayendo en su hechizo, dirijo mi mano a la toalla, pero alguien toca a la puerta de mi habitación. Avisando que ya está la pizza, me pregunta si quiere que ella la pague.

—Déjala —musita sobre mis labios.

¡No, esa chica me debe una cita!

Me separo de ella de un golpe, dejándola sorprendida. Salgo de mi habitación para correr a la entrada. Para mi sorpresa, está un hombre con una sonrisa. Frunce el entrecejo para mirarme de arriba-abajo.

—Aquí esta su pizza. —Muerde el interior de su mejilla.

Saco un billete del pantalón y se lo entrego, confundido. Con un trago amargo en la garganta, pregunto:

—¿Y la otra chica? —pregunto con curiosidad.

Visualizo al hombre, siento que se parece a la mujer. Solo que él es alto, más que ella, pero no es suficientemente alto que yo, sus cejas son pobladas y su nariz son muy similares.

—Hoy tiene libre, bueno amigo... —Rechina sus dientes, está listo para darse la media vuelta.

—¿Y no tienes su número? Es que habíamos quedado en un detalle.

—No, y te pido que no la fastidies. Hazlo por un bien común, ¿te parece? —Su postura es rígida e intenta intimidarme con el pecho inflado.

¿Quién se cree él para retarme de esa manera?, ¿es que acaso no sabe quién soy yo?

—¿Y tú quién eres?

—¡Su novio! —explota, iba a contraatacar, pero él huye como un cobarde.

¿Cómo que esa chiquilla tiene un novio? ¿Y de qué me preocupo? Si nunca me ha interesado si las mujeres están o no en una relación.  

Mi pizzera es una idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora