Veintidós; Kent

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Martes

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Martes

El álgido día me pone un poco de mal genio, lo único que me apetece hacer es estar acostado en la cama viendo una película. Y eso es justamente lo que estoy haciendo, veo la pantalla de la televisión mientras que por la ventana centellea, por lo que me da la sensación que va a llover, como si yo fuese dueño del tiempo, las gotas empiezan a caer.

Gimo con frustración, porque no me dan ganas de levantarme de la cama y tengo pendientes de la universidad que debería de terminar. Pero, no haré nada. Así que extiendo mi mano en busca de mi celular, buscando en los contactos a la persona que usualmente me realiza los deberes para pedírselo. Al llegar al acuerdo, marco a la pizzería deliciosa para ordenar la pizza de pepperoni.

Me informan que el tiempo puede variar por el agua, ya que la persona que realiza las entregas va más lenta por precaución, evitando posibles accidentes viable. Resoplo con frustración, ¿por qué me debería de importar aquello?

Pierdo la noción del tiempo cuando unos nudillos tocan la puerta de la habitación, seguidamente una voz aguda aclara que la pizza ya se encuentra cruzando el portón.

—Sí, voy a ir yo —afirmo, levantándome de la cama, busco mis pantuflas, envuelvo mi cuerpo con la ligera frazada de peluche azul para ir hacia las escaleras.

Tomo mi tiempo para bajar las largas escaleras, me gusta que la casa la mayor parte del tiempo huele a flores, mi mamá tiene un muy buen ojo para contratar a las personas. Bostezo antes de abrir la puerta de la entrada, así que cubro mi boca con una mano.

Aunque siento que mis ojos redondos azules salen de mis órbitas, porque visualizo a una mujer empapada que intenta refugiarse en el techo de la entrada. Sus dientes titiritan, tiende la caja de cartón en mi dirección. Tardo un poco en reaccionar, así que me desenvuelvo de la frazada, tomando la caja con una mano y con otra la sujeto de la muñeca para acercarla a mí.

Mi mano viaja hasta colocarla en su espalda baja, empujándola al interior de mi casa. La luz ilumina cada una de sus facciones, las gotas de agua de lluvia se deslizan por su frente. Las pestañas no están chinas como de costumbre y hay una enorme mancha oscura debajo de sus ojos que se mezclan con algunas gotas que adquieren el color.

Su cabello corto se cae, pero tiene unas pequeñas ondas. Su uniforme está mojado.

—¿Por qué estás toda mojada? —pregunto, arrugando el entrecejo.

—Porque está lloviendo —replica con obviedad, pero se encoge de hombros.

—Eso ya lo sé, a lo que yo me refería era... ¿Dónde está un paraguas? ¿O no cuentan con un carro para este tipo de situaciones?

—Pues nos dan un impermeable que dejé a un lado de la mesa, y tuve que entregar otras pizzas. Fuiste mi último pedido, pero tengo que regresar a cambiarme.

Mi pizzera es una idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora