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     Avi nunca se había sentido tan intrigado por alguien. Lo que más pasaba por su cabeza era por qué aquella muchacha se encontraba tan angustiada, qué era lo que podía estar agobiandole en ese momento de su vida.
     Al día siguiente él le escribió, deseaba más que nada en ese momento hablar con ella. Pero, para su desgracia, nunca contestó.
     Al menos un mes se fue en esto, él nunca dejó de insistir y con cada mensaje que aquella rubia veía, no podía evitar que sus ojos se cristalizaran.
     Le daba tanta pena, ¡Oh, pero era tanta! No solo ese sentimiento, sino rabia, hacia sí misma. ¿Cómo había podido dejar a la vista su debilidad? Se sentía tonta por haber confiado todo su dolor, aunque sin dejar explicación, a un extraño que nunca vería en persona, que no le podría dar nunca sus brazos para llorar, que nunca podría poner sus manos en sus cabellos y acariciarlos hasta que respirase a un ritmo normal. No podría hacer todo lo que había anhelado, por muy extraño que fuese, en el momento donde todo se volvió oscuro y fue él el único en mucho tiempo que había sostenido su mano para no terminar de caer en aquel profundo lugar.
     Tan, pero tan tonta y avergonzada se sentía ella, que quiso apartarse. Fue lo que más quiso, aunque había sido la única luz que había tenido en mucho tiempo.
     Y se dio cuenta entonces de que si el problema no cambiaba, no era el verdadero. Supuso que era ella el problema, y que algo debía hacer para cambiar.
     ¡Eso era, debía intentar alejarse de su perpetua soledad!
     Su primera oportunidad ya había pasado intentando abandonar aquel californiano, así que se decidió por algo que, si se encariñaba, al menos estuviese en la misma ciudad que ella.

Qué Chévere Eres, Vale. ©حيث تعيش القصص. اكتشف الآن