EL MALO [03]

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Me senté en el suelo, bueno, me desplomé

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Me senté en el suelo, bueno, me desplomé. Respiré un par de veces, inflando mi pecho para capturar más oxígeno. Segundo jodido día de entrenamiento.

Seis horas al día me enseñan lo básico sobre tecnología: cómo manejar los micrófonos ocultos. Psicología: cómo lidiar con una loca en potencia sin ser descubierto. Y lobotomía: tengo que aparentar que sigo enamorado de la psicópata de Anaïs. También me han prohibido asfixiarla en cuanto la vea. Qué mal.

Mis otras seis horas, era combate cuerpo a cuerpo, tiro al blanco, y conocimiento de armas. No soy un tipo fuera de forma, pero cuando te dejan a tu suerte en medio de un círculo de experimentados bastardos en lucha, es una puta desventaja infernal.

—Jason. ¿Estás bien? —me preguntó la detective Ferrec.

Se paró frente a mí, y me tomé la molestia de subir mi mirada lo más lento posible. Botas de combate, pantalón verde militar pegado a su fino cuerpo, y una sencilla camisa blanca que marcaba bien sus bonitos pechos. Ella es hermosa, de una forma que no se esfuerza por serlo.

No llevaba maquillaje, y con su cabello miel sujetado en una trenza pequeña que apenas roza su hombro, luce increíble. No recuerdo haber visto jamás a ninguna hermana Montsalve sin maquillaje. Ni siquiera a Anaïs, ella se levantaba muy temprano para iniciar sus rituales de belleza.

—Jason.

—¿Mmm?

La mujer se arrodilló frente a mí, mirándome con preocupación. Me sujetó las mejillas y sus claros ojos grises quedaron a la altura de los míos. Me quedé ido en ella, Julie Ferrec.

—¿Te duele esto? —balbuceó ella, muy lejos de mis oídos, aunque su rostro estuviese frente a mí.

Julie apretó mi barbilla con su pulgar, y el dolor fue como una punzada justo en el hueso que me hizo respingar.

—¡Joder! —rugí, echando la cabeza hacia atrás.

Ella me tendió un botellín con agua fría, y bebí con cuidado. Paliza tras paliza, me he levantado del suelo. Lo único que me mantiene con la jodida concentración para seguir luchando, es Anaïs.

¿Cuándo me vio como otro idiota que podía manejar a su antojo?

—¿Quieres ir a la enfermería? Podemos acabar la clase después —me propuso amable.

La observé con recelo.

—Estoy bien. No te esfuerces tanto conmigo...

Me levanté y la dejé atrás mientras volvía al centro de las colchonetas azules. Me sentía de regreso en el maldito instituto en el equipo de lucha. Didier, un jodido cabrón más alto y fornido que yo, sonreía con malicia, esperando por mi señal.

Noveno combate en el día. Todavía no gano uno. Y no pienso irme de aquí derrotado de nuevo. A la mierda, yo puedo.

—¿Estás listo, bebé? —se bufó arrogante, colocándose en posición de pelea— Ya calentaste con Franc y Maurice, llegó la hora de la acción, chico...

EL BUENO, EL MALO Y EL PROMISCUADonde viven las historias. Descúbrelo ahora