Nueve días antes de la tragedia

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Y allí se encontraba Alfred, sentando en el mueble con la lata de soda a medio beber y los ojos abiertos con desconcierto. — Espera ¿qué? —  su mamá se alejó a la habitación y Alfred la siguió sin cambiar la expresión en su rostro.—¿por qué tan de repente?

  —  ¡Porque ya estoy cansada!  —  se volteó iracunda con los ojos bordeando de lágrimas. Alfred observó como guardaba los portaretratos. —  Estoy cansada de los mismos problemas con tu padre...

  — Él no es mi papá. —  estiró las letras a propósito sin entender el porqué  esa manía de colocar el título de su papá a su padrastro, el Sr.Whicher.—  ¿Tuvieron otra pelea por la cantidad de cucharaditas de azúcar en el desayuno?

  —  No. —  el norteamericano alzó una ceja ante el tono de voz que dudaba. Su madre se detuvo un momento a ver el portaretrato donde estaban los tres a blanco y negro con aquellos incómodos trajes que le hacía poner su padrastro en ocasiones.—  Esta vez fue algo mucho más grave...

  Dejó que el silencio se trenzara un momento en el aire estancado del cuarto,antes de especular.—  ¿Volvió a irse a comer afuera en lugar de almorzar lo que preparaste, no es así?

 — No, Alfred.—  la melena rubia, y algo canosa negó despacio. Seguía guardando cosas en las maletas, pero era como si aquel afán del que fue testigo hace unos momentos, se hubiera desvanecido.

 —  ¿Qué sucedió entonces?

Se puso en pie y con un gesto maternal, extendiendo algunas arrugas en la cansada sonrisa murmuró:— En diez días partiremos hacia Estados Unidos. —  no respondió su pregunta.— Tú siempre has querido volver a casa, no sé qué te sucede.

  Solo pudo sostener un momento la mirada de su mamá antes de que los ojos cayeran con tristeza. —  Sí me gustaría volver...—La mujer desenvolvió otra sonrisa cerrada antes de volver a la faena de doblar y meter las cosas en la maleta.

— Ya ve preparando tus cosas entonces. El tiempo pasa volando.

 Asintió con un gesto de desgan y se alejó a su habitación. Con la puerta cerrada, pudo tener la lucidez para pensar en lo que en realidad significaba volver a Estados Unidos. No es como si la idea le espantase, de hecho siempre había querido regresar a su hogar. No iba a extrañar Inglaterra, con su clima horrible y su comida espantosa, con la gente extraña y el acento aún más extraño.No iba a añorar nada de ese país excepto una cosa. 

Arthur Kirkland. Su respiración se volvió temblorosa tan solo pensando en que ya no lo volvería a ver más. Y aunque sabía que era incorrecto esos sentimientos por el de ojos verdes, no podía evitar sentir esa angustia en el pecho.

Al menos tenía que decirle lo que sentía, antes de irse.

Se dejó caer sobre la cama bebiendo algunos sorbos de la soda. Cada vez que pensaba en decírselo, un miedo gélido le susurraba que era mejor morir con el secreto. Pero en esta ocasión, Alfred F Jones se decidió que dejaría el miedo a los cobardes.


                                                                          -X-

Así que allí se hallaba al siguiente día, frente el portón blanco y las rosas de colores vívidos de los Kirkland. Aparcada su bicicleta a un lado, y con deberes en mano se acercó a tocar la puerta. El sonido de la madera le recordó al de su corazón palpitando en ese momento con euforia y nerviosismo.

Arthur había faltado aquella mañana a clases, y como buen compañero y héroe del día obviamente había traído los deberes y la lección de historia que tendría al día siguiente. Volvió a golpear la puerta ante la ausencia de respuesta.Pero ya al quinto golpe, comenzó a cansarse. Estiró el cuello intentando ver por las ventanas de cortinas pardas, algo más que el televisor gordo y los sillones de un molesto estilo británico. Volvió a tocar, pero era como tocar el cascarón vacío. Esa misma frustración de la ardilla al encontrar la nuez vacía, lo invadió.

Soy El Héroe Que No Necesitas (UsUk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora