Partida de amigos

85 25 31
                                    


Los jueves son los días que reservamos con Roque para la partida de ajedrez. Es una cita de los últimos dos años. Cualquier tema que tengamos se posterga para el resto de la semana: no hay negocio ni compromiso que no pueda trasladarse. La partida ha tomado esa dimensión que solo adquieren las cosas imprescindibles.

Yo tengo mi caja artesanal, la que trajimos en el décimo aniversario de matrimonio cuando recorrimos la India. Ese, según Violeta, era el viaje que no podíamos dejar de regalarnos en esta vida. El dinero nunca fue un impedimento ni una traba para los caprichos de mi amada Violeta. Yo la seguía sin chistar, porque me hacía feliz complacerla, me bastaba con permanecer al reflejo de su sombra.

Fue luego de ese viaje que noté el cambio, pero no le di importancia. Ella era así, temperamental como todo artista, emotiva hasta lo irascible, a veces sociable y otras huraña.

El no haber podido tener hijos nos convirtió en amigos y compañeros más que en amantes apasionados. Como profesionales independientes distribuíamos nuestro tiempo y nuestro ocio como mejor nos parecía.

A Roque lo conocimos en una subasta de arte de una clásica Galería de San Telmo. Era coleccionista y asesor. Trabajaba, sobre todo, para esos nuevos personajes que ascendiendo en la pirámide social por aumento de patrimonio carecen de los conocimientos que les permitan adquirir elementos indicadores de esa nueva realidad, los "nuevos ricos". Roque era quién decía:

—Esto vale la pena.

Cuando vio a Violeta, su entusiasmo se puso de manifiesto. Su fama la precedía.

—¡Señora Zulh qué tremendo honor conocerla en persona!

A partir de ese momento, el contacto fue casi permanente. Estaba abriendo galería propia y pidió el asesoramiento de mi mujer, cosa que me enorgullecía, porque aparte de amarla yo la admiraba.

Roque era un tipo grandote, medio colorado, con amplias entradas en el pelo y lentes de montaje dorado. Su aspecto en general era rústico, en oposición con el tipo de nuestra pareja. Ambos éramos delgados y pálidos. Violeta era blanca, casi transparente, con dos turquesas por ojos que alumbraban con reflejos marinos. Yo nunca hice trabajo físico y mis planos de arquitectura naval eran lo más pesado que recordaba haber levantado. Toda nuestra vida iba montada sobre rieles. Por eso, no comprendí cuando me dijo que se iba con Roque, qué no me dejó de amar pero también lo quería a él.

Roque era un buen tipo y me caía bien. Quise tener una charla para contarle que yo no le guardaba rencor y que, conociendo a Violeta, siempre podía existir la posibilidad de que cambiara de opinión y de ser así yo la estaría esperando.

Y la esperé por diez años. Es verdad que nos hablábamos y también nos cruzábamos algún domingo en el puerto donde nos gustaba ir a navegar o en la feria de verduras orgánicas en la que siempre compramos los vegetales. Ella se veía como siempre, ni más ni menos feliz. Era rara Violeta.

Un día, como si nada, apareció con su valija de pinceles y óleos. No necesitaba otra cosa, ya que en el cuarto la esperaban todas, en el mismo sitio en que las había dejado.

—Me estoy muriendo Néstor y vine a despedirme, ¿te molesta?—preguntó como por obligación—. Ella sabía mi respuesta.

—¿Y Roque?—quise saber.

—Está triste. Viste como es, se acostumbró a mí.

 Como yo—pensé nostálgico.

Durante los dos meses siguientes recobré la alegría como si nunca la perdiera. Borré los diez años sin despertarme con los dedos enredados entre los los largos y pálidos cabellos.

Roque venía por las tardes—yo no me opuse, no tenía nada en su contra, nadie es culpable de enamorarse—. Hablábamos sobre todo de trabajo. Violeta estaba muy apurada en terminar una serie de pinturas que no pudo finalizar. Murió en nuestra cama: Roque y yo le sosteníamos las manos, cuando sonrío y cerró sus ojos dejándonos para siempre sin ella.

Después de esto surgió la idea de juntarnos en la plaza un par de horas. Total, había zonas techadas por si llovía. Allí, hablábamos de nuestro tema favorito: Violeta. El reflejo de su figura en la ventana, el pelo cubierto de pintura por los pinceles que descansaban sujetando su rodete. Su camisa preferida de leñador, su risa inigualable... su fantasma que lo impregnaba todo.

Hoy esperaba la revancha ya que los dos partidos anteriores me los ganó Roque. Ya llegando por la veredita hasta las mesas de juego me extrañó no verlo, era muy puntual. Me senté mirando en todas direcciones y llamé a su celular que daba apagado. Decidí esperar un poco, iban llegando algunos chicos que salían de la escuela.

Una señora, que siempre llevaba a la nieta a dar un par de vuelta en calesita, se me acercó y me habló con voz dolida.

—Señor, no se si sabrá pero su compañero de juego era vecino mío. Murió hace dos días mientras dormía. No tenía familia. Su abogado se ocupó de los trámites. Lo lamento mucho.

—No lo sabía—dije y le agradecí.

La señora se alejó de la mano de su nieta y yo me quedé un poco más.

¿Con quién hablaría ahora de ella? Me había quedado más solo que antes y, para colmo, Dios le había dado la gracia de irse con ella, de llegar primero a su lado. Me puse la caja bajo el brazo y emprendí el regreso.

Si había esperado diez años por su vuelta y dos años pasaron desde que muriera. Bien podría esperar mi turno para ocupar mi lugar junto a Roque al lado de Violeta.

Cuentos ...que fueron llegandoWhere stories live. Discover now