C u a r e n t a y u n o

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AL FINAL DEL DÍA

El aire frío de la noche golpea en mis mejillas a tal grado que puedo imaginar lo sonrosadas que se encuentran en este momento. Me envuelvo mas en el ligero abrigo que tengo encima de mi pijama mientras pienso muy bien lo que voy a decir, pero no veo otra opción ya que estoy segura que si seguimos hablando aquí la abuela tarde o temprano se va a dar cuenta.

—¿Quieres pasar? —le pregunto a Khai al que sin duda tomo por sorpresa.

Su mirada se dirige al interior de mi habitación y posteriormente se posa en mí.

—¿Estas segura?

Asiento y me corro a un lado para dejarlo entrar, después de un segundo salta ágilmente dentro. Me apresuró a cerrar la ventana para cortar el frío y me quedo donde estoy, mientras observo a Khai echar un vistazo alrededor de mi habitación.

Es la primera vez que entra aquí, de alguna forma se siente un tanto intimo y me siento totalmente expuesta por la forma en que sus ojos se posan interesados en cada rincón.

—Julie me contó de esto —dice mientras pasa ligeramente las yemas de los dedos por la fila de libros desgastados de mi estante—. Isolde solía leernos los libros que traía de tu mundo, por eso no es sorpresa que a Julie le fascinen tanto los humanos. Mis padres lo detestaban —agrega—, por eso el hecho de que sea uno de los mejores recuerdos que tengo de pequeño me hace sentir un poco culpable.

Escuchar a Khai hablar más de tres palabras sobre si mismo me deja estupefacta, pero ni eso me impide responder.

—Ser feliz no debería ser motivo de culpabilidad.

Se aleja del estante para mirar las fotos encima del escritorio, en particular una donde estoy con Amir con gorritos de fiesta en su cumpleaños, él esta lleno de pastel y yo lanzo confetti a nuestro alrededor.

Una media sonrisa aparece en sus labios.

—Sabía que dirías algo así.

No entiendo a donde quiere llegar con toda esta platica casual, pero había decidido darle una oportunidad así que hago a un lado los sentimientos negativos e intento poner de mi parte.

—La abuela los leía para mi también —digo en voz baja—, lo hizo hasta que cumplí nueve años. Las pesadillas han estado conmigo desde niña y entonces era más difícil comprender o sobreponerme a ellas. Se angustiaba demasiado cuando me escuchaba gritar, así que se quedaba aquí, leyéndome hasta que me quedaba dormida.

—¿Qué sucedió después de los nueve años?

—¿Qué?

Ahora Khai se encontraba admirando mi mapa del mundo con los escasos pines que lo atravesaban.

—Dijiste que tu abuela te leyó hasta que cumpliste los nueve años —responde—. ¿Por qué dejo de hacerlo?

No esperaba esa pregunta.

—Deje de gritar, ya que cada vez era más difícil ver su rostro preocupado. Recuerdo despertarme asustada pero en lugar de gritar corría a encerrarme a mi armario y . . . —mi voz queda atascada en mi garganta, Khai había interrumpido la inspección de mi habitación para mirarme fijamente—. ¿Qué sucede?

—Pero eso no ayudaba en nada, ¿no?.

Lo observo confundida.

—Lo hacia.

—No, hacia que todo pareciera que estaba bien. Que eras fuerte y la culpa de preocupar a los demás desapareciera, pero el dolor que sentías simplemente se quedaba encerrado y no precisamente en el armario.

DARKLIGHTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora