Jamás se habían visto en persona, y el mayor jamás aceptó hacer videollamada con él porque decía que se espantaría con lo horrible de su cara, según le había dicho en una de sus tantas llamadas de voz por Skype mientras jugaban.

Jimin recordaba claramente como había susurrado lo suficiente bajo para sí mismo que no podría caber duda alguna que el mayor podría hasta no tener nariz o algo raro por el estilo que lograra cambiarle de opinión.

Esa que hablaba sobre los fuertes latidos y las cosquillas inquietas que en su estómago bailaban cuando hablaba con él. Esa que hablaba de como se había enamorado de su mejor amigo de internet sin nunca haberle visto en persona; prometiéndose a sí mismo jamás decírselo, por miedo a perderle.

Y no quería creer en ese momento que ese mensaje era una broma por parte del mayor. Que se había tomado el tiempo de buscar en internet el nombre de uno de los parques de Busan para jugarle algún chistesillo para que él se corriera diez malditas calles.

Pero cuando llegó, no encontró a nadie que no fuesen niños correteando con sus madres, chicos de su edad con sus amigos, o gente esperando el autobús en una de las tantas bancas verdes que él decidió tomar como asiento de espera; esperando... lo que fuese.

Se iba a ir, luego de casi una hora, se iba a ir, pues las llamadas constantes de casi toda su familia resonaban en su teléfono, hacía demasiado frío, y la esperanza que tuvo la primer media hora desde que había llegado se fue volando como la bolsa de papel que había tirada a un lado de la acera.

Pero, alguien le tomó de su suéter cuando se paró de aquella banqueta con los ojos lagrimosos y el labio inferior temblándole cual papelito al sentirse engañado, burlado. Su pequeño cuerpo tembloroso fue abrazado con fuerza por dos brazos delgados ocultos tras una sudadera de dos talles más grande del correspondiente, y se dejó llorar sostenido de aquellos dos brazos que le abrazaban con fuerza.

Y no lloró de tristeza o enojo. Lloró de felicidad, porque reconoció esa voz ronca y áspera que le dijo en el oído que dejara de llorar como esos mocosos que andaban correteando por ahí, provocándole aún más ganas de llorar, porque esa voz podría reconocerla donde fuera, y su corazón dolía de la felicidad.

Pero ahora, luego de un año y meses de cada pequeño momento que compartieron cuando el mayor lograba un tiempo libre de sus clases en la universidad para ir a visitarle a Busan, luego de un exacto año desde que él dejó de venir, que lo sacó de su vida como quien saca la basura por las mañanas, que lo borró como un mal número escrito en papel, Jimin, llorando, con sus ojos avellanados vacíos mirando como otro autobús partía sin rastros del mayor bajando de él para las seis de la madrugada, sintió como su corazón dolía amargamente y se hacía polvo.

Sus pies dejaron de mecerse en el aire y tocaron el suelo cuando se levantó de la banqueta, apretando con fuerza sus manos contra los inmensos bolsillos del abrigo cuando la simple acción de respirar se le era tan difícil para el cielo que poco a poco se comenzaba a aclarar sobre su cabeza de cabellos enmarañados.

Luego de dos horas y medias, sentado ahí, muriendo de frío, sintiendo su nariz doler por el helado aire que inhalaba y sus ojos arder por la manera desesperada que intentaba de no llorar, logró convencerse a sí mismo que esta vez el mayor sí estaba bromeando.

Su boca ensanchó una dolorosa sonrisa amarga ante lo patético que debió verse sentado como un imbécil ahí, esperando por alguien al que jamás le importaron sus sentimientos, que le dejó solo sin una sola maldita razón que él podría haber comprendido fuese la que fuese. Y tonto, estúpido fue él al creer que alguien por mucho mayor que él podría tomarle en serio, sí no era más que un simple mocoso que aun cursaba secundaria y miraba Bob Esponja antes de ir a clases.

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